Este sintagma, convertido en estandarte del orgullo LGTBI+ está siendo incorporado por la comunidad autista con el fin de invitar a los “dentrodemí”[1] a “descongelar los helados muros” de su aislamiento. Si nos atenemos a la experiencia de los llamados autistas severos como Birger Sellin, parecería un contrasentido hablar de la comunidad autista, pero es un hecho, tal comunidad existe, al punto de que va a celebrarse en unos meses el primer congreso autista -presencial- en México, con una amplia participación de autistas, padres, educadores, psicólogos y neurólogos.
A raíz de la publicación del libro Tecnopersonas de Javier Echeverría y Lola Almendros, donde se precisa esa nueva modalidad de existencia -en el tercer entorno- propiciada por las nuevas teconologías, he propuesto el nombre de tecnotribu autista para designar tal reunión de personas que se declaran autistas, fundamentalmente en tanto youtubers o agentes en las redes sociales, lo que ha facilitado el poder compartir vivencias e inquietudes, tejiendo un lazo social entre los neurodivergentes que les separa y diferencia de los neurotípicos.
Salida peculiar entonces, porque se lleva a cabo, en primer lugar, en la vida online. Ambas cuestiones, la salida y el entorno requieren un análisis muy preciso. El de esa peculiar salida, porque implica una topología singular, dado que el ser humano, por ser hablante, no puede salir de esa condición, y en ello se implica la subjetivación del cuerpo como propio y el lazo a los otros.
Cada uno de nosotros cae al mundo, al mar del lenguaje y de allí no podemos salir, y aunque esto nos concierna a todos, la modalidad de respuesta a este hecho de estructura es absolutamente singular. Algunos reclaman a los otros para salir adelante, otros no, se apartan, se cierran al intercambio con los demás. Son los llamados autistas. Y no porque padezcan una minusvalía según la vara de medir “capacitista” sino debido -en términos de Lacan- a una insondable decisión del ser que actualmente se proclama como identidad.
Las pantallas ofrecen una mediación, facilitan lo que los autistas denominan “camuflaje” pero también un lugar donde dirigirse a los demás sin la necesidad de sostener una enunciación propia, propiciando el acceso a un “estadio del espejo digital” según la expresión de C. Leguil, cuya función hace posible la identificación con el semejante, la conexión, el acceso a la información. Por tal motivo, aunque ha constituido un paso sustancial en la “visibilización” del estado de muchas personas, deja en suspenso la dimensión clínica del sufrimiento que conlleva el día a día y que no se resuelve por el hecho de poder comunicarlo.
El éxito de la división del mundo entre neurodivergentes y neurotípicos reclama, de hecho, al derecho contra la clínica, “se muestra irresistible”, según Miller: “El concepto de neurodiversidad no es neurocientífico ni cognitivista, es una invención política y nominalista de una socióloga autista y activista de izquierdas, (Judy Singer, 1996-1998. (…) Si los discapacitados están impedidos de realizar su potencial, es en razón de la exclusión social que sufren. La invención de la neurodiversidad anuncia la buena nueva: ahí donde reinaba la discriminación adviene la inclusión. Inmediatamente, acogida entusiasta de los medios. La idea de extender la igualdad al funcionamiento psíquico la igualdad de condiciones halaga el sentido común de una época en la que la sociedad es atenazada por un incoercible sentimiento de culpabilidad.”[2]
Esta apreciación constituye un auténtico marco de orientación para llevar a cabo los análisis rigurosos requeridos con el fin de explorar los diferentes factores en juego en la problemática del autismo tal como se presenta en la época que estamos atravesando.
Ante la estereotipada y artera consigna de que el psicoanálisis es inadecuado para el tratamiento de los autistas y la manida acusación de que considera culpables del autismo a las “madres-nevera”, invitamos a las personas afectadas e interesadas a recorrer la inmensa cantidad de trabajos clínicos que se han ido produciendo en la orientación lacaniana a partir de que los alumnos de Lacan, Rosine y Robert Lefort, propusieran la distinción del autismo como una estructura aparte, es decir, un modo de existencia diferente de las neurosis o las psicosis, sin establecer ninguna jerarquía entre ellas, pero precisando la lógica particular del funcionamiento que las caracteriza, sin por ello homogeneizarlas en tipos clínicos que pudieran borrar la singularidad de la experiencia del uno por uno.
Desde que a finales del siglo XIX Freud concibiera los primeros pilares en los que iba a asentarse la nueva “ciencia del espíritu” que bautizó con el nombre de psicoanálisis, poderosos enigmas del comportamiento humano comenzaron a entregar su razón de ser, a la vez que se afianzaba un nuevo tratamiento por la palabra que tomaba en consideración la causalidad psíquica.
Freud no se ocupó del autismo como síndrome o cuadro clínico, el cual fue descrito como tal por Kanner recién en el año 1943. Sin embargo, a lo largo de su obra monumental encontramos desarrollos sobre el funcionamiento del aparato psíquico, – el inconsciente y las pulsiones-, insoslayables para el correcto entendimiento de las inhibiciones o pérdidas del interés en la vida, en el amor, en la comunicación, que suelen considerarse en las descripciones de los síntomas autísticos.
En los años 50 el Doctor Jacques Lacan inició su enseñanza en París. A lo largo de treinta fructíferos años se sometió al riguroso y firme propósito de desentrañar las preguntas que suscita nuestra existencia en tanto determinada por el lenguaje, en la medida en que “el lenguaje hace el ser”. El fin de su enseñanza fue formar psicoanalistas a la altura de su tarea, la de aliviar los sufrimientos humanos derivados de esta condición, la de ser-hablantes.
Lacan trabajó sin descanso para sustentar la práctica del psicoanálisis como un discurso equiparable al científico, a partir de cernir lo real de la subjetividad, tan importante y tan diferente de lo real biológico. Por tal razón no escatimó la búsqueda de recursos en todo el saber occidental y oriental, ya fuera teológico, filosófico, científico, artístico para conceder a los practicantes las herramientas adecuadas al propósito de socorrer a otros en las dificultades que el lenguaje suscita. Esto es, los síntomas que trastornan el hablar, el vivir, el amar, el gozar, el hacer…
Gustaba Lacan de citar la Biblia para forjar el punto de partida sobre el que se forman tales síntomas, el segundo nacimiento necesario para la vida: En el comienzo era el Verbo. Al principio –dice-no estaba el origen, sino el lugar. Por tal motivo es necesaria una topología más compleja que la discriminación de un exterior y un interior, porque a ese lugar del ser se accede sólo mediante un acto de palabra, en el decir le otorgarnos existencia.
El ser humano no sabe lo que dice, afirmaba Lacan, y cómo va a saber lo que dice si ni siquiera sabe que habla, añadía. ¡Un hecho tan masivo puede ser, sin embargo, ignorado! Aunque nadie puede librarse de sus efectos, ni nadie puede hacer nada sin sostenerlo en los verbos, que hacen las acciones. Ni nadie puede proclamar su ser sin un nombre, ni encontrar o echar en falta las satisfacciones propias de la vida, sin gozar de la lengua que habla. Por eso con el psicoanálisis nos ocupamos de saber sobre esa realidad y sobre las consecuencias que tienen las palabras sobre nosotros y nuestros próximos. Y es entonces cuando a la materialidad de la palabra vemos que se le enhebra la dimensión de la verdad y la mentira, y cuando alcanzamos su dimensión social.
En su célebre Conferencia de Ginebra Lacan nombró a los autistas como personajes verbosos, sugirió que, aunque no nos escuchen en tanto nos ocupamos de ellos, hay seguramente algo para decirles. Apoyándose en estas preciosas indicaciones, la clínica psicoanalítica ha elaborado un novedoso tratamiento, se han creado numerosas instituciones, y se ha desplegado una incesante investigación clínica de gran profundidad, variedad y eficacia.
Desde la perspectiva que ofrece la orientación lacaniana el autismo constituye una posición de defensa extrema ante la realidad de la palabra misma. La ausencia de palabra, o la palabra rota, sin emisario (¿quién habla?), sin destinatario aparente (¿a quién?) se convirtió en uno de los misterios clínicos más destacados, dando lugar a la concepción de una práctica extremadamente minimalista y nada activista, aunque poderosamente sensible y atenta. En primer lugar, porque requería un cambio radical de los modos de intervención que tuvieran en cuenta la fragilidad absoluta, el temor que suscitan la mirada y la voz, la extrañeza y el rechazo ante los semejantes, la exclusión del diálogo y del intercambio. Esta labor también fue posible gracias al estudio contrastado de los testimonios de autistas que se han ido publicando a través de los años y de la crítica razonada de los tratamientos protocolarios y psicoeducativos.
En segundo lugar, porque gracias a la enseñanza que cada caso, uno a uno, nos ha brindado acerca de lo que quiere decir hablar para cada quien, hemos aprendido a captar la sutileza de los signos que “al buen entendedor le dirige su saludo”, los que el autista descubre y elige para animar su mundo y desde donde podemos solicitar un hueco para ofrecer discretamente nuestra ayuda y nuestra compañía. Una salida hacia el lazo es posible, si conseguimos incluirnos en el mundo del autista, incluso en el de los mudosporseguridad, como llama Sellin a quienes, como él, no hablan. Según sus palabras: “…una auténtica alternativa sería una ayuda exterior que lleva por su parte a los orígenes de [la] existencia psíquica.”[3]
Esto significa afrontar las paradojas, lo singular que presenta cada ser en su experiencia subjetiva, es decir, en la relación con los demás y con su cuerpo, que se entreteje con las palabras de la lengua, la que habitamos, la que vivimos.
De nosotros depende no convertir el lenguaje en un código muerto, en un manual de instrucciones y de operaciones algorítmicas. De nosotros depende dar lugar a la poética que cada autista intenta para ser admitido, para construir junto a nosotros, sus semejantes, un lugar habitable y digno.
[1] B.Sellin, quiero dejar de ser un dentrodemí. Mensajes desde una cárcel autista. Galaxia Gutemberg. Barcelona. 2011.
[2] J.A.Miller, Préface de La différence autistique de J.C.Maleval. Argumentes Analytiques. Université Paris VIII, 2021. P.6-7
[3] B.Sellin, yo desertor de una raza de autistas. Galaxia Gutemberg. Barcelona.1997. p.34