Laurence anyways, de Xavier Dolan
El cine de Xavier Dolan es diferente. No pocos elogios ha recibido este joven prodigio cuyas obras han sido galardonadas con importantes premios, la última, Mommy, aclamada en Cannes, con el público de pie en un aplauso sostenido, recibió el premio del jurado. Actor, productor, guionista, realizador, participa también en la selección del vestuario, del decorado y la música. Es imposible confeccionar una lista de los “divinos detalles” que llegan a evocar, en una pincelada, iconos del arte de todos los tiempos. Algunos críticos se empeñan en perseguir sus “influencias”, otros le tachan de pretencioso. A nadie deja indiferente. Inteligente, culto, su exquisito refinamiento está puesto al servicio de la delicada y profunda manera de tratar el impacto subjetivo de las pasiones amorosas en el siglo XXI. Su trabajo huye de la obscenidad, de lo explícito, de la vulgaridad. Por eso requiere atención, supone el desciframiento, suscita la reflexión.
En Los amores imaginarios impresiona el retrato de los jóvenes personajes, cautivos en la ambigüedad del deseo. Llama la atención el modo en que teje las escenas privilegiando la sutileza de las miradas, los mínimos y equívocos gestos que dan consistencia a los fantasmas de cada uno. Y eso no porque, -como ha dicho algún espíritu simple-, se trate de un triángulo amoroso sino porque, como ya lo descubrió Freud, la verdadera Trinidad reina en el terreno de la sexualidad y no en el cielo: el tercero perjudicado, la Otra mujer… Dado que no puede escribirse la relación entre dos por estructura, la cosa se juega entre tres en el fantasma, marco y sostén del deseo.
Aunque estas versiones trinitarias mantienen su vigencia, otras ficciones se han ido construyendo para dar forma al malestar y a los requisitos de la libido en esta época de vacilación de los semblantes sexuales. En el comienzo de Los amores…, como si se tratara de respuestas a una entrevista, chicos y chicas testimonian acerca de las huidizas identidades sexuales y la forma que adquieren las soledades actuales, un preludio de la fina trama que reunirá a los tres personajes principales.
Laurence anyways, ha sido aclamado como un drama amoroso del siglo XXI. Situada entre los años 80 y noventa rezuma la particular estética de esos años. No escatima Dolan ninguno de los aspectos de las dificultades a las que se enfrenta Laurence Alia, un profesor de literatura que al cumplir los treinta años decide cambiar de sexo.
La injusticia que supone su despido, esgrimiendo los padres de los alumnos el DSM (que considera la transexualidad una enfermedad mental), la hipocresía cobarde de sus compañeros, la agresión homófoba que sufre y de la que es rescatado por un grupo de extravagantes gays y mujeres convertidos en un pequeño guetto… La reacción de desprecio de su madre, la imposibilidad de hablar con su padre, un ser degradado, enfermo y obsesionado por la tele.
Ningún aspecto sociológico ni psicológico es dejado de lado, pero Dolan sitúa el verdadero drama en el marco de la relación de pareja, y en el alcance subjetivo que tiene para ambos la elección de Laurence.
Fred, su mujer, le espeta -¿por qué no me has dicho que eres homosexual? El responde no soy homosexual. Ella lo presiona: eres maricón, no es el fin del mundo.
Laurence, luego de mostrar su desprecio por su cuerpo y su sexo, concluye: No es que me gusten los hombres. Simplemente no estoy hecho para ser uno. Ha decidido resolver “su crimen, el “haber matado a la mujer que no ha sido”, la muerte vinculada, pues, a la elección del sexo que se une en la metonimia a un recuerdo infantil. Ella, atónita, formula la pregunta esencial: ¿pero, entonces, todo debe ser reinterpretado? Clamor ante el asedio a la verdad del sueño de comunión en que han vivido hasta entonces.
Finalmente, en pos del amor que profesa a Laurence, Fred aceptará acompañarle, orgullosa, en su transformación, que deja abierto un interrogante acerca del goce sexual. El cambio consiste en una mutación del semblante; otra ropa, otros zapatos, el maquillaje. Ella le comprará una peluca.
Pero la intención primera se verá truncada por las consecuencias de un aborto no confesado a Laurence. Un acto que la precipitará, después, a un gran acting out donde da a ver su furia y su amarga impotencia y luego del cual la fractura será irremediable.
Fred forma una familia, tiene un hijo. No parece muy contenta con su vida. Laurence, que vive con una chica y es ahora escritor, la espía durante un año. Consigue acercarse a ella; se encuentran, por fin, en el éxtasis. El le propone un viaje a una isla donde conocerán a una pareja especial. El se ha operado, antes era ella. Laurence pregunta a la chica ¿eres lesbiana? Soy Alexandra, Alexander, Alexandrine, qué importa? Responde entre risas. Me mueve la lógica del corazón, el género no es importante para mí.
Este encuentro será la hora de la verdad para Fred, después no habrá más reinterpretaciones. Caen las máscaras, no era él, no era ella. Se acusan mutuamente de egoísmo y de engaños. Qué quieres? Le preguntará él, desesperado. Un hombre, responde ella.
Extraña lógica, ella se ha sacrificado para que él sea una mujer pero quiere un hombre; él no quiere perder nada, quiere el amor de una mujer y quiere serlo. Ambos fuera de la norma, inventaron un partenaire al que el otro real no puede responder. Pero la existencia no es sólo un juego de semblantes. Lo real, ignorado por cada uno, se revelará al final, en la soledad, una vez asumida su imposible relación.
El film culmina con la escena del primer encuentro ente Fred y Laurence. Se juega en torno al divino detalle, la nuca de ella. Ya habíamos visto aparecer, al principio de la peli, la nuca de él. En una extraordinaria puntuación a distintos retratos de sus alumnas resaltando el pelo de cada una, aparece su nuca, y su mano que se desliza en una caricia. En los dedos, unos clips hacen las veces de largas y femeninas uñas.
Vilma Coccoz.