Publicado en la Revista Consecuencias
Entre los significantes que se reiteran sin cesar actualmente de forma, ciertamente, cansina, he escogido el empoderamiento por referirse a la legítima y necesaria presencia de las mujeres en el ámbito de la cultura y lo social. Mi intención es proponer una alternativa desde el discurso analítico, esto es, referirnos a la potencialidad de lo femenino.
Otras voces, pertenecientes al propio movimiento feminista, como es el caso de Jessa Crispin, se han levantado para manifestar su desacuerdo. Considerada “la feminista incómoda”, esta autora ha objetado el uso del término empowerment para definir la acción de un colectivo que no considera en modo alguno homogéneo. Acuñado en EE.UU., no es de extrañar que la palabrita se incluya con facilidad en el campo semántico del discurso del poder, en el que se inscriben tantos otros, conformando una ideología de dominio en el cual hará par con el patriarcado. Así, formando una serie, animará también el mercado de la psicología (iniciado en los años 50 con la psicometría). Los peligros de la industria cultural pergeñada en el marco del llamado Imperio después de la segunda guerra mundial y cuya pendiente hacia la ciega destrucción se nos revelan a diario, debería funcionar como advertencia, si tenemos en cuenta, con Jacques-Alain Miller, las coordenadas culturales en las que gestan los movimientos sociales y en las que se cuece, por tanto, el caldo del superyó.
En su presentación del congreso Pipol 11 dedicado a Clínica y política del patriarcado, su director, Guy Poblome, destacaba que el término patriarcado -en desuso durante mucho tiempo- “…ha vuelto con fuerza a partir de los planteamientos nacidos en las universidades americanas.”[1] Su impacto se hace sentir en diversas disciplinas y campos -él menciona, entre otros, las luchas neo-feministas-.
¿Qué aporta lo “neo” desde nuestra perspectiva? Creo que nos encontramos ante una nueva espira, según la propuesta de Jacques-Alain Miller para concebir los movimientos históricos según una temporalidad en espiral[2], que se ofrece como alternativa al “anhistorismo propio de los EE.UU.” y permite anudar el retorno de lo mismo, su repetición, con la oportunidad de inventar algo nuevo.
Es por todos conocido que la práctica en consulta e institucional en la orientación lacaniana de psicoanálisis se rige hace años por la última enseñanza de Lacan, uno de cuyos ejes fundamentales consistió en la apertura hacia una clínica más allá del padre, también nombrada como “más allá del Edipo” y conquistada por efecto de la consideración, en la experiencia, de la pluralización de los nombres del padre, al punto que una mujer o un síntoma pueden cumplir con esa función reguladora.
Vale la pena recordar que esta proposición lacaniana es el resultado de una lenta y rigurosa investigación, al ras de la experiencia, de la función paterna, cuyo primer examen encontramos en Los complejos familiares. Escrito en 1938, Lacan afirma que: “los orígenes de nuestra cultura están excesivamente ligados a (…) la aventura de la familia paternalista, como para que no se imponga un predominio del principio masculino…” y precisa: “esta preferencia tiene un revés fundamental, la ocultación del principio femenino bajo el ideal masculino…”[3]
Si nos guiamos por la propuesta anteriormente enunciada, la de concebir la historia en espiral, es posible cernir ciertas escansiones en torno a lo que, en ese momento, Lacan denomina “principio femenino”, hasta adjuntarle un carácter necesariamente herético, a través de sus irrupciones en la cultura y en la política. No se trata pues de hacer una exégesis, ni de cronología, sino advertir en cada ruptura de un cierto orden cultural la formación de un tejido complejo, multifactorial en torno al misterio esencial, estructural de la femineidad y el singular tratamiento que recibe en las distintas épocas. Y ello con el fin de captar los signos de su presencia en la actualidad intentando deslindar aquello que podemos valorar como una repetición y en qué sentido podemos colaborar en la aportación de algo nuevo.
Si, como lo ha expresado Miller, vivimos en la época de la “evaporación del padre”, ¿qué sentido tendría esta reconsideración del patriarcado? Y, además, ¿qué se entiende por patriarcado ahora? En general, cuando se llama a manifestarse en contra del patriarcado, se apela a la igualdad en derechos civiles, a la necesaria y legítima igualdad de oportunidades para hombres y mujeres. En esto se distinguen los feminismos y, muy especialmente, los que han germinado en Latinoamérica y en EE.UU. y Europa, porque en su dimensión política se requiere una valoración estricta del factor c y de la lucha de clases.
Retomando el pasaje de Los complejos familiares, Lacan nos enseña a considerar el patriarcado, -él habla de paternalismo- como un principio de organización simbólica que gira en torno al principio masculino como ideal, y nos lleva a reconocer detrás, oculta, la acción del principio femenino vinculado al misterio. Este es el punto esencial que orienta, cual hilo rojo, la enseñanza de Lacan y sobre el que llevará a cabo una constante revisión hasta llegar a formular los principios de una lógica de la sexuación en los años 70.
Por supuesto, Lacan encontró las huellas en la obra de Freud, quien supo leer el misterio de los piquitos de oro y otorgarles la palabra: Freud fue dócil a la histeria, según la expresión de Miller. Gracias a lo cual vio la luz un nuevo discurso, el psicoanálisis, en el cual, una a una -no como colectivo- tuvieron ocasión de desplegar su pregunta: ¿soy un hombre o una mujer? Hasta entonces cifrada en el lenguaje de sus síntomas.
Lacan ubica la invención de Freud en el marco de lo que denomina “contexto ibseniano”, es decir, la época en que la demanda de las mujeres accedió, a través de la consideración del amor, al dominio de la ética. Precisamente, la obra de Ibsen, Casa de muñecas, ha sido considerada un baluarte del empoderamiento femenino.[4]
Signos vivientes del misterio
Si en ese mismo texto de 1938 Lacan constataba la decadencia del orden patriarcal convendría distinguir entre distintas formas del patriarcado, tomados estos en plural. Existen o han existido patriarcados permeables al principio femenino, el cual se presentaba de manera novedosa, como algo incomprensible o enigmático y otros, caracterizados por la intolerancia y el ejercicio de la fuerza a fin de eliminar cualquier signo viviente de ese misterio. Lacan encuentra un signo de que la propia religión católica hubo de hacer un lugar al misterio femenino al encumbrar la figura de la Virgen.[5]
Si el principio femenino se manifiesta por signos, su acogida y reconocimiento depende de su interpretación, de su valoración, porque a los signos se los puede hacer lugar y aceptar los cambios que ello impone o igualmente, se les puede ignorar, rechazar, incluso perseguir. Cuando algo de esta dimensión se hace presente trae consigo incomodidad, inquietud, incluso angustia, escapando a la “zona de confort”, como se dice ahora, entendido también confort intelectual, lo cual, desde nuestra perspectiva, requiere una visión distinta sobre la historia.
Hace años que se viene realizando un gran trabajo por recuperar la memoria de las mujeres, desde todas las disciplinas y en el campo del arte y la literatura con el ánimo de visibilizar a las mujeres olvidadas o ignoradas. Es necesario, pero no es suficiente recordar, y hacer una exégesis para incluirlas en grandes volúmenes y enciclopedias. ¿De qué manera vamos a hacer presentes lo que ellas aportaron de novedoso y distinto? ¿Cómo vamos a incorporar esos signos en nuestras vidas?
En primer lugar, y entendiendo esta fase del siglo XXI que estamos atravesando una nueva espira que gira en torno al mismo agujero en el que se asientan nuestras humanas existencias de troumains, de hombres huecos, según la feliz expresión del poeta T.S. Eliot retomada por Lacan. A la vez, también, en la medida en que participamos de los intentos por escribir algo nuevo, debemos estar advertidos con respecto a los discursos que promueven el individualismo, incluso el individualismo de masas a la vez que desprecian la historia entendida como transmisión. Precisamente, Lacan se refiere a las consecuencias nefastas que tuvo sobre la práctica del psicoanálisis “el anhistorismo propio de los Estados Unidos de Norteamérica.”[6] Los psicoanalistas judíos, perseguidos y obligados a emigrar, abandonaron la estela de la lengua freudiana y rindieron sus armas a la psicología de la adaptación, llegando a promover un psicoanálisis del yo. Una práctica en extremo contradictoria con el inconsciente descubierto por Freud, quien había destacado que “el yo no es el amo en su propia casa.”[7] Valdría la pena reconstruir esta página de la historia a partir del discurso analítico, tal y como Laura Sokolowsky lo llevó a cabo con otra fase de la historia, en ese caso, europea -la época entreguerras- en su libro, de obligada lectura, Freud y los berlineses.[8]
Y ello siempre desde una temporalidad no lineal, guiada por una topología de espiral.
Un nuevo amor
Con la invención de un nuevo discurso Freud hace surgir un nuevo amor, el amor de transferencia: el vínculo social particular que se establece para alguien que habla con el que escucha en el marco del dispositivo de la sesión analítica. Entonces interesa, como decía anteriormente, -y entendiendo también la época de Freud como una espira-, poner en relación las coordenadas culturales del momento con el principio femenino tal y como toma forma en el amor, siguiendo a Lacan, elevando el amor a la dignidad de la ética, en la medida en que supone un tratamiento del goce.
No parece casual que Lacan, ahondando en esa problemática tal y como se presenta en la clínica psicoanalítica, se haya referido a las enseñanzas de Santa Teresa de Jesús. Ella reaccionó a una de las formas de patriarcado de su época, representado nada menos que por el poder eclesiástico. Gracias a su acción política consiguió cambiar el destino de muchas mujeres, pero esta operación se inspiró en un saber propio, personal, plasmado en la poesía mística donde se hacen presentes los signos vivientes del misterio femenino como fundamental enigma, como algo incomprensible, que tomaba en su escritura, la forma de un amor místico. Es decir, de un nuevo amor.
En la tapa del Seminario XX de Lacan, titulado Aún, figura la imagen de la escultura de Bernini, el artista que consiguió traducir en el mármol los signos vivientes de ese misterio encarnado en la Santa como experiencia mística, entendida como experiencia de goce, que le enajena al capturarla en una vivencia de alteridad. Así se hace presente una dimensión que se sitúa más allá de la relación con el mundo y, por lo tanto, más allá de lo que se entendía por pecados mundanos. De hecho, las lecturas y recreaciones literarias que le atribuyen a sus placeres un valor fálico, así provengan de la pluma de un gran escritor como lo es, sin duda, Ramón Sender, se demuestran erradas. Nada tiene nada que ver la poesía de Santa Teresa con Las tentaciones de San Antonio; no se trata, en su caso, de un combate contra las incitaciones de Satán sino de un encuentro gozoso con Dios en otra dimensión que ella define muy bien, cuando dice: “acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza.”[9]
En el mundo, Santa Teresa hará sentir la fuerza de la potencia de esa dimensión al fundar conventos y ocuparse de la formación de las jóvenes.
Otra espira: Las Sinsombrero
Varios siglos después, a comienzos del siglo XX y también en estas tierras, tuvo lugar una nueva presentificación de esta dimensión de la femineidad que llegará a efectuarse en diferentes ámbitos. Se trata del movimiento de Las Sinsombrero. En este se plasmó el signo viviente de las mujeres que tomaron la plaza pública y se ganaron el reconocimiento de sus coetáneos: artistas, escritoras, filósofas, abogadas, periodistas, actrices, traductoras, editoras.
Nos cuenta Maruja Mallo que un día caminaba junto a Dalí, Margarita Manso y García Lorca, cuando decidieron quitarse el sombrero (en esa época signo de estatus social y de recato femenino) “para evitar el colapso del pensamiento.” Recibieron piedras y abucheos. Fue el comienzo de lo que Ramón Gómez de la Serna, en 1930 define así: “El fenómeno del sinsombrerismo es más amplio y significativo de lo que parece. Es el final de una época, como fue lanzar por la borda las pelucas. Quiere decir presteza en comprender y en decidirse, afinidad en los horizontes que se atalayan, ansias de nuevas leyes y nuevos permisos, entrada en la nueva cinemática de la vida, no dejar nunca en el perchero la cabeza, no apagar las luces del aceptar ir con rumbo bravo por los caminos de la vida, desenmascararse, ser un poco surrealista.” En esos años sus voces transmitieron el contagioso deseo de cambio que las hacía reunirse en el Lyceum Club para estudiar, conversar, diseñar proyectos pedagógicos, participar activamente en la política.
Sin embargo, en la peculiar espira que se teje en nuestra época, el legítimo clamor por la recuperación de su legado por parte del neofeminismo se desliza hacia una continuidad, una historia lineal que pudiera resarcirse, como si la lucha de ellas por afianzarse y conquistar “nuevas leyes y nuevos permisos” -haciendo valer el principio femenino-, pudiera completarse[10] y reanudarse con su recuerdo y visibilización.
En mi opinión, cierto anhistoricismo contamina tales propósitos. A fin de llevar a cabo un análisis crítico y justo, es importante distinguir el patriarcado al que ellas respondieron, permeable, favorable a dejarse incomodar por los signos vivientes que se hacían presentes con una fuerza extraordinaria y así, distinguirlo de otro patriarcado, el franquista, el cual, pregonando la muerte de la inteligencia, usurpando el poder con órdenes militares y en alianza con la Iglesia sembró el terror, extirpó los logros culturales y políticos de las Sinsombrero y sus compañeros de la República y condenó a las mujeres al silencio, al tiempo que intentaba borrar la lengua freudiana quemando, en el 36, las obras de Freud, como hicieron los nazis en el 33.
¿Y qué decir del ahora?
Si conseguimos atrapar la lógica de la espira que estamos atravesando y tomar en consideración esas vueltas de la historia, estaremos más preparados para responder adecuadamente a la llamada “cultura de la cancelación” que se pretende operar sobre Freud y el psicoanálisis bajo la reiterada consigna de que está superado, o de que no responde a las categorías científicas. En la medida en que ciertas feministas se hacen eco de esos propósitos, es importante precisar el modo peculiar en que los neofeminismos se insertan en las coordenadas culturales de nuestra época, y de qué manera se constituyen como respuestas ante los diversos “patriarcados” o formas del discurso del amo que se destacan en este primer cuarto de siglo XXI, caracterizado por “la copulación del capitalismo y la [tecno]ciencia.”
La apreciación de lo femenino, hoy como ayer, supone alojarse en un discurso dócil a sus enigmas, el que hace un lugar a lo que viene del revés del discurso del amo, el que coloca la clave de todo cambio en el poder, con la esperanza del acceso a sus beneficios.
El discurso analítico advierte del peligro que puede suponer esa llamada al empoderamiento al proponer acciones erráticas que empujan a un destino de violencia e impotencia. Solo a través de un saber nuevo, y de un análisis correcto que nos permita la localización y apreciación adecuada de los signos vivientes de la potencia de la femineidad y su renovado misterio, podremos calibrar la eficacia de las acciones precisas para acoger y proteger la invención de nuevas soluciones existenciales que objetan las premisas universales, conformes y admitidas.
Parafraseando a Leonardo de Vinci, citado por Freud: la natura è piena d’infinite ragioni che non furono mai in isperienza: “Cada una de las criaturas humanas corresponde a uno de los infinitos experimentos en los que estas ragioni intentan pasar a la experiencia.”[11]
[1] Poblome, G., “Argumento” de Congreso Pipol 11: Clínica y crítica del patriarcado. 1 y 2 de Julio 2023
https://elp-sedemadrid.org/hacia-piol-11-clinica-y-critica-del-patriarcado/
[2] Miller, J.-A., Polémica política, Gredos, Barcelona, 2021, p.415.
[3] Lacan, J., La familia, Editorial Argonauta, Barcelona, 1978, p.141. Los destacados son míos.
[4] Coccoz, V., Freud, un despertar de la humanidad, Gredos, Barcelona, 2017, p.253.
[5] Esta operación que tuvo lugar en el discurso religioso reviste gran interés.
[6] Lacan, J., “La Cosa Freudiana o sentido del retorno a Freud en Psicoanálisis” en Escritos 1, Siglo veintiuno editores, 1988, p.385.
[7] Freud, S., “Una dificultad del psicoanálisis” en Obras Completas, Vol. XVII, Amorrortu editores, Argentina, 1990, p.135.
[8] A mi juicio, se trata del primer libro de historia escrito desde el discurso psicoanalítico, a diferencia de la historia escrita desde otros discursos y así lo propuse en la presentación de la versión española organizada por la editorial Grama.
[9] Capítulo XVIII en www.cervantesvirtual.com › obra-visor › obras-de Obras de Santa Teresa de Jesús. Tomo I | Biblioteca Virtual …
[10] Alusión al subtítulo del libro Las Sinsombrero de Tània Balló. “Sin ellas, la historia no está completa”
[11] Freud, S., “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” en Obras Completas, Tomo III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, p.1619.
Vilma Coccoz.