Por Joseba Zulaika
Hablar del libro de Vilma Coccoz Freud: Un despertar de la humanidad es hablar sobre el momento presente de la guerra en Ucrania. Nos levantamos cada mañana con noticias de algún ataque militar sobre una planta nuclear o con escenas de familias masacradas mientras huyen de la guerra. Varios comentaristas han observado que nos hallamos en una situación parecida a la de los años treinta del siglo pasado previa a la segunda guerra mundial. Con el añadido ahora de la amenaza nuclear. Fue en esa época que Einstein le escribió a Freud preguntándole cómo se podía evitar la guerra. Nunca parece la figura de Freud más relevante que en este momento de gran riesgo, y nunca más necesario un libro espléndido como el de Vilma Coccoz explicando cuál es el legado de sus teorías. Se habla mucho estos días del estado mental de Putin, como si la guerra pudiera explicarse como un caso de locura personal del líder ruso. Pero Freud extendería esta locura a toda una cultura militar que hace posible las terribles guerras tanto del siglo pasado como del presente.
Uno de los temas que toma relevancia a la hora de entender fenómenos militares, y que enlaza directamente con el psicoanálisis, es la persistencia tenaz de la fantasía en la construcción del enemigo y en la multitud de formas en que los conflictos responden a profecías que se autocumplen y a lógicas de mutua retroalimentación entre los contendientes. Hay evidencia abundante de todo ello en los años conocidos como los de la Guerra Fría, o las guerras contra el terrorismo después del 11 de septiembre o la guerra de drones. Una teoría válida de la fantasía es aquella en que la fantasía no es igual a lo no-real, sino que más bien, en la visión de Lacan, constituye una dimensión de lo real. En situaciones de guerra la fantasía emerge con la máscara de lo real: la eliminación del terror del enemigo se convierte en la apoteosis del terror.
Los lazos entre totalitarismo y fantasía fueron descritos así por Hanna Arendt: “La élite no se compone de ideólogos; toda la educación de sus miembros tiene la finalidad de abolir su capacidad de distinguir entre verdad y falsedad, entre realidad y ficción. Su superioridad consiste en su habilidad para disolver de forma inmediata toda afirmación de hechos en una declaración de objetivos”.[1] En el caso de los drones, lo que al final sucede a algunos pilotos es el colapso de su marco de fantasía: terminan viendo demasiado desde el ojo del dron, incluso lo efectos de sus misiles, y entonces les resulta imposible mantener la fantasía de que lo que sus víctimas son animales salvajes. Los psicoanalistas hablan de “atravesar la fantasía”, es decir, aceptar sus inconsistencias, destruir sus bases. Es lo que les sucede a estos operadores de drones que terminan traumatizados. En su caso atravesar la fantasía quiere decir identificarse con el Enemigo que acaban de matar. Bajo la intrusión violenta de la muerte, el colapso del marco de fantasía sobre el Enemigo deja al piloto de drones con la duda catastrófica de cómo categorizar sus matanzas y a sí mismo.
La guerra de Ucrania ha reavivado el fantasma de la amenaza nuclear como en los peores días de la Guerra Fría. Vale la pena pues recordar la figura de George Kennan conocido como el gran artífice de la estrategia de la “contención” de la expansión soviética. Kennan denunció una y otra vez el “mundo de la fantasía” en la carrera de armamentos: “No tiene fundamento alguno en intereses reales: no tiene fundamento, de hecho, sino en el miedo y en un miedo esencialmente irracional”.[2] Los arsenales nucleares eran “fantásticamente redundantes,” los líderes estaban hipnotizados “como hombres en un sueño”,[3] y no quedaba ahora otra prioridad que reducir o incluso eliminar las armas nucleares. ¿Quién habló de sueños y de su interpretación como la vía regia al inconsciente? Kennan estaba invocando a Freud. Ya en su libro de 1951 American Diplomacy la tesis de Kennan, considerado el mayor diplomático norteamericano del siglo pasado, era breve pero alarmante: “la inseguridad de los Estados Unidos no es tanto fruto de lo que sus adversarios han hecho sino de los espejismos de sus propios líderes”[4]. Nada de lo que dice Kennan les hubiera sorprendido a Freud o Lacan.
Durante los años en los que la administración de Clinton decidió expandir la OTAN hasta la frontera con Rusia, William Perry, que tiene una larga carrera en el desarrollo de las armas inteligentes, era el Secretario de Defensa; fue él quien negoció con Ucrania y las naciones de la antigua Unión Soviética el desarme de sus armas nucleares, y quien de paso estaba totalmente en contra de la expansion de la OTAN hasta las fronteras rusas. Perry escribió en 2015 un libro titulado “Mi viaje al abismo nuclear” en el que describe cómo tuvo que hacerse cargo de propuestas que eran “una pieza descabellada de fantasía”, productos de la “vieja, familiar forma de pensar”, o que eran “una farsa absurda”.[5] El poder de disuasión del arsenal nuclear norteamericano está tan asegurado que Perry se lamenta del hecho de que “me dejé pisotear por los profetas del apocalipsis”.[6] No es menos crítico con la situación actual en apariencia estable pero que para él en 2015 es sumamente preocupante. Su libro es un grito de angustia sobre el hecho de que “nunca debemos subestimar la capacidad de una nación para actuar en contra de sus propios intereses, especialmente cuando las pasiones son intensas”.[7] Cualquiera que haya estudiado la historia de la carrera nuclear sabe que está salpicada de situaciones, como la crisis de los misiles en Cuba, en que se evitó el holocausto nuclear, en expresión del Secretario de Defensa de entonces McNamara, por mera suerte. Perry termina su libro invocando una “nueva visión” para el desarme nuclear. A través de cada una de las páginas enfatiza una y otra vez el peligro catastrófico del “impensable y surreal overkill (exceso de destrucción)” planificado durante la Guerra Fría. Nada de la actitud norteamericana, que ilustra la mentalidad de la carrera armamentística, justifica por supuesto en modo alguno el gran crimen de guerra que Rusia está cometiendo ahora contra Ucrania.
Para cualquiera que lea el libro de Vilma Coccoz, todo esto ilustra la relevancia singular de las ideas de Freud. Ella nos habla al final de su libro de “la causa freudiana” basada en el descubrimiento del “sujeto del inconsciente” y de la creación del psicoanálisis como método de conocimiento. La interpretación de los sueños es su trabajo más conocido, obra que nos sirve de preámbulo para entender los sueños y delirios políticos de nuestra época. La valentía de Freud se perfila, en palabras de Coccoz, en que él representa “el momento decisivo en la asunción de una nueva responsabilidad asumida y consentida: el de la dedicación al discurso que hace existir el inconsciente”[8].
Uno de los temas que Freud estudia en su Psicopatología de la vida cotidiana y que tiene tanta resonancia en este momento, haciéndose eco de las palabras más arriba de William Perry, es el de los “enigmas del autocastigo” y que Vilma Coccoz comenta con estas palabras: “En las pérdidas, roturas, automutilaciones, en el maltrato que el sujeto se inflige a sí mismo, Freud encuentra la acción de una tendencia a la autodestrucción que, más tarde, llamará pulsión de muerte”. Si hay algo en la guerra, y en las preparaciones para la guerra, es esa tendencia inconsciente a la autodestrucción y al instinto de muerte. Lo que la clínica le enseñó a Freud era que los pacientes mostraban una compulsión a repetir patrones que les llevaran a su auto-destrucción. Freud se halló con un conflicto en su propia teoría: por una parte, llegó a la conclusión de que el instinto de muerte está tan fuertemente anclado en el sujeto que siempre actuaremos bajo su influencia; por otra parte, era impensable que la vida no fuera sino una preparación para la muerte. En resumen, la psique era un campo de batalla entre Eros y Tanatos. El presidente ucraniano Zelenzki, en uno de sus dramáticos mensajes de esta semana pasada, pedía que “la vida gane sobre la muerte”.
Vilma Coccoz nos advierte cómo Freud dedicó sus últimos años “a desentreñar la lógica por la cual la disposición sacrificial ejerce un atractivo irresistible en los seres humanos. Un enigma que no acabar de entregar su secreto; cada día, de mil formas, aparecen sutiles y escandalosas manifestaciones de ‘la monstruosa captura ante la ofrenda de sacrificio (que realiza el ser humano) a dioses oscuros’”[9]. Lo que estamos viendo en la guerra de Ucrania es lo que ella caracteriza como “manifestación escandalosa” de sacrificio a dioses oscuros. Yo también he escrito sobre esta adicción al sacrificio en referencia a mi propia generación vasca.
Relacionado con el instinto de muerte, en el origen de las teorías psicoanalíticas de Freud se halla el famoso complejo de Edipo y el tema del parricidio. En la historia de Edipo, el hijo, sin saberlo, mata a su padre para casarse con su madre. Freud vio en esto el deseo del hijo por su madre mientras se revela contra su padre que le hace competencia en su amor por la madre.
Más tarde Freud exploró en la antropología para escribir un ensayo titulado Totem y tabú que también versa sobre el tema del parricidio. Los hijos se rebelan contra el padre que tiene el control de sus vidas. Terminan matando al padre y comiéndose su cuerpo en una cena eucarística. Sin embargo, luego se arrepienten de su acto, repudian su crimen, y se inventan un nuevo orden social instituyendo la exogamia (las mujeres tienen que casarse fuera del clan) y el totemismo (basado en el tabú de matar al animal tótem que es un sustituto del padre). De ahí que para Freud el complejo de Edipo no era sino la expresión de los deseos reprimidos que se expresan en el doble tabú del incesto y del matar al padre-tótem. Del asesinato del padre deriva la ley moral y la culpa.
Un autor en el que Freud basó esta fábula del totemismo fue La rama dorada del antropólogo británico Frazer: en concreto, Frazer describe la institución conocida como la realeza divina estudiada por muchos antropólogos y que en síntesis consistía en que cuando un rey, que era al mismo tiempo sumo sacerdote en esas culturas, se debilitaba por la vejez o la fragilidad, su sucesor lo retaba a un duelo, lo mataba, y se erigía a sí mismo en rey. Era, por tanto, concluye Frazer, “asesino y sumo sacerdote al mismo tiempo”. No es difícil ver en nuestras figuras militares más relevantes, así como en el terrorismo, esta combinación esencial entre asesinato y sacerdocio nacional. Según la fábula de Freud en Totem y tabú, en el origen de la sociedad se da por tanto el asesinato y toda sociedad se funda en una especie de regicidio.
En su libro mas reciente Las nuevas formas del malestar en la cultura, Vilma Coccoz trata de la correspondencia en 1932 entre Freud y Einstein sobre cómo se podía evitar la amenaza de la guerra. Freud no creía que se pudiera erigir una sociedad sin recurso alguno a la agresión o al conflicto. Pero mantenía que el lenguaje y la ley proporcionaban la única forma de moverse del estado natural al estado de la cultura. Para Freud, como lo demuestra Coccoz, el psicoanálisis era un componente clave en esa transformación política. O sea que la civilización, por una parte, crea el “malestar de la cultura” a base de una represión excesiva de los impulsos humanos y, por otra parte, la civilización supone un remedio a la infelicidad a base de frenar la agresividad y desvelar las ilusiones humanas. De esta forma las doctrinas de Freud suponen un reto tanto al amor universal cristiano como a las utopías comunistas como al individualismo de la forma de vida norteamericana. Freud apoyaba más bien una especie de república platónica de gentes bien informadas y soberanas, y estaba a favor de restaurar la unidad europea.
En la carta que Einstein escribió a Freud mientras los nazis se hacían con el poder en Alemania, le preguntaba si hay alguna forma de liberar a los hombres de la amenaza de la guerra: “El hombre tiene dentro de sí el apetito por el odio y la destrucción,” le escribe Einstein. “En tiempos normales, esta predisposición se mantiene latente, solo emerge en circunstancias inusuales, pero es relativamente fácil ponerlo en juego y que derive en un poder colectivo”. De ahí la pregunta angustiosa de cómo evitar la guerra que se avecinaba. Freud le respondió con el texto “El porqué de la guerra” en el que reconoce su incompetencia en un asunto que concierne a los hombres del Estado. Freud sabe que Einstein no busca soluciones prácticas, quiere su aportación a la prevención de las guerras. Freud elabora la génesis de las leyes, gracias a las cuales los seres humanos se propusieron actuar en conjunto. Pero más allá de la evolución legal hay que tomar en cuenta el desarrollo cultural, escribe Freud, quien destaca la importancia de una ética distinta, derivada de otro tratamiento de las pulsiones distinto al ofrecido por el derecho. En el final de El malestar de la cultura Freud había puesto en duda la posibilidad de que la cultura lograse modificar el destino de la especie humana, abocada a los desastres ocasionados por la pulsión de muerte, ya sea en su vertiente de violencia o de autodestrucción. La certeza de que en el momento que escribe era ya posible la aniquilación completa de la humanidad justifica la agitación, infelicidad y angustia que Freud percibe en la subjetividad de su época, comenta Coccoz con palabras que tienen plena vigencia hoy por la situación de guerra en que nos hallamos nuevamente en Europa. Freud observa: “Solo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas en la lucha contra su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?”[10] Freud termina valorando la iniciativa de construir una instancia supranacional como la Liga de las Naciones, aunque se muestra escéptico sobre su autoridad sobre los miembros. Lo que el desearía es que esa Liga se constituyera en una república internacional de sabios que por encima de sus pasiones personales se sometieran a la norma de la razón y que impusieran sobre las masas un estado de ley basado en el renuncio al asesinato. Lo que promueve la civilización va en contra de la guerra, termina Freud.
Dejando de lado la carta de Einstein y la respuesta de Freud, este background de teoría psicoanalítica me ha servido a mí para mis trabajos sobre la violencia política y el terrorismo.
En la generación vasca a la que pertenezco, la violencia política surgió durante la dictadura de Franco. Una característica presente desde sus inicios, siguiendo con el tema freudiano antes apuntado del parricidio, fue la figura ausente del padre. “Los hombres de la generación de la posguerra no existimos”, recuerdo escuchar a mi padre cuando el régimen de Franco llegó a su fin. El padre de mi generación era el padre que había perdido la guerra contra el fascismo. Durante la transición no era infrecuente oír hablar de la ausencia de la política de toda una generación de hombres. ¿Dónde se habían metido tras la guerra española durante los cuarenta años del franquismo? Para la nueva generación de militantes de los años sesenta no eran sino un grupo de democristianos exiliados en París y políticamente irrelevantes: representaban al padre impotente. Había que romper con ellos. La alternativa violenta al nacionalismo democrático era por supuesto ETA; sus miembros eran quienes habían tenido lo que había que tener para rebelarse con las armas contra la dictadura militar. ¿Y qué o quiénes eran estos jóvenes? Una cosa que no eran los de ETA: no eran padres. Eran por lo general adolescentes que empuñaban un arma mientras tenían sus primeras experiencias sexuales. Matar al padre era el requisito iniciático para convertirse en revolucionario y vengar la humillación del padre y la postración de la madre patria.
Pero aún así el poema más famoso del gran poeta bilbaino de la posguerra Gabriel Aresti se titulaba “Defenderé la casa de mi padre”. El escenario apocalíptico de la derrota del padre era Gernika: una localidad de 7.000 habitantes a poco más de treinta kilómetros de Bilbao. Gernika era la sede histórica de las Juntas Generales de Vizcaya y también del Árbol centenario que simbolizaba la democracia popular vasca anulada por Franco con la ayuda de la Legión Cóndor de Hitler. La impotencia y la humillación del padre solo podía vengarse con una nueva clase de acción y de subjetividad. Para el padre, la guerra había sido el momento constitutivo de su conciencia nacional; pero ahora hacía falta una nueva forma de guerra y un nuevo género de estrategia revolucionaria.
La humillación del padre. Es también lo que muchos analistas vieron como la razón clave por la que el presidente George Bush hijo fue a la guerra catastrófica de Irak. Su padre no había terminado con el gobierno de Saddam Hussein cuando lo podía haber hecho, algo con lo que no estaban de acuerdo los halcones de la administración y del Pentágono; Hussein seguía en el poder mientras que el padre Bush había perdido las elecciones. Uno de esos halcones era Dick Cheney quien, en la administración de Bush el hijo, sería vicepresidente y quien tuvo un papel fundamental en la decisión de ir a la guerra. Bush hijo tenía que vengar la humillación de Bush padre. Y ahora Putin parece inmerso en una lógica parecida. A la hora de analizar la locura actual de su guerra contra Ucrania, se da como razón principal la humillación sufrida por Rusia tras el fin de la Guerra Fría y el hundimiento de la Unión Soviética, que Putin considera es la mayor tragedia del siglo xx.
Uno de los aspectos del mito antes mencionado de Edipo, fundacional al psicoanálisis, es el de profecía auto-cumplida. A Edipo se le predijo que mataría a su padre. La profecía se hizo realidad porque el padre intentó escapar de la misma a base de dejar a su hijo solo en el bosque, lo que provocó su futuro encuentro en el bosque cuando el hijo era mayor y éste, ignorando quién era su oponente, terminó matando al padre. Es decir, la comunicación de la profecía y el intento de eludirla hace que se vuelta realidad. En el campo del terrorismo y contraterrorismo hay abundantes casos en los que ambos bandos se retroalimentan. La guerra de Ucrania es también en parte el resultado de la lógica de profecía autocumplida entre la OTAN y Rusia. Antes hemos expuesto cómo el estadista norteamericano Kennan ya vaticinó que la innecesaria política de expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas acarrearía otra Guerra Fría. Y ahora el ataque contra Ucrania servirá para reforzar a una OTAN que estaba quedando obsoleta. Profecías que se retroalimentan mutuamente basadas en la premisa fantasmática de que ser miembro de la OTAN es una necesidad absoluta o un tabú absoluto por el que merece arriesgar incluso el holocausto de una guerra nuclear.
Moviéndonos de la figura del padre y fijándonos en la figura inconsciente de la madre, en el caso vasco teorías muy populares sobre la prevalencia del matriarcado sirvieron como pantalla en la que proyectar la ausencia del padre. La idea central era que en el inconsciente vasco reinaba una especie de matriarcalismo por el que las mujeres ostentan el verdadero poder en la relación de los sexos. Las feministas están por supuesto en completo desacuerdo. Para ellas el supuesto matriarcalismo vasco no es sino una proyección masculina para ocultar el funcionamiento real de una sociedad machista. Aún así, estas teorías apuntaban al sentimiento de muchos hombres vascos atrapados, durante el franquismo, en el dilema de escoger entre la lucha armada clandestina y la irrelevancia política: falta de poder, orfandad, desamparo a la hora de determinar el rumbo de su sociedad. Visto a través del filtro matriarcal, la paternidad significaba una cosa: impotencia. Deleuze conecta el masoquismo masculino con el ideal de la figura femenina resumida en tres palabras: “fría-maternal-severa”. El masoquista culpable reclama que le peguen, pero ¿cuál es su crimen? Deleuze se pregunta si “la fórmula del masoquismo, ¿no es el padre humillado?”[11]. El masoquista experimenta el orden simbólico (de la religión, el patriotismo, la familia) como un orden maternal: es la Madre patria la que exige el sacrificio del Hijo.
Los ideólogos de ETA se nutrieron a fines de los sesenta y setenta de escritores como Sartre. Había en París por aquellas fechas otro intelectual cuyas ideas sobre libertad y revolución diferían marcadamente de las de Sartre y cuya influencia fue desafortunadamente muy reducida: Jacques Lacan. Este relacionaba el nacimiento del psicoanálisis con el declive inevitable de la figura del padre en las sociedades modernas. Los psicoanalistas distinguen entre la antigua ley del deseo gobernada por el padre edípico que protege al grupo prohibiendo el placer excesivo y la ley post-edípica que prescinde de dicha protección frente al goce. En el antiguo régimen del deseo, el Otro paternal benevolente estaba ahí para, desde su impotencia, dar cabida a la transgresión y al goce; en el orden nuevo, el padre se ha disuelto en la máquina capitalista de generar dinero y el motivo de alarma ya no es que el Gran Hermano está observando, sino la posibilidad de que ya no le importe nada.
Para una generación que consideraba la acción como la única verdad, la premisa lacaniana de que “una acción nunca se entiende a sí misma” no tenía ningún sentido. El deseo por la revolución, dijo Lacan durante los acontecimientos de mayo de 1968, venía a ser el deseo por tener un nuevo amo/maestro. Lacan creía en la libertad, pero respetando las restricciones de la ley; habló de la incapacidad de cualquier revolución para liberar al sujeto de la servitud.
Pero una vez inmersos en la dinámica de la violencia, ¿quién podría resistirse ya al sacrificio? Para los de ETA Israel había procurado al mundo un nuevo modelo de violencia revolucionaria/terrorista, pero lo que más importaba era recuperar el viejo modelo del sacrificio: Isaac sometido al padre Abraham, y los dos bajo el poder de un Otro implacable pronunciando las palabras de entrega: «Nadie tiene mayor amor que este: que uno ponga su vida por sus amigos…» (Juan 15:13). Es El regalo de la muerte, en el título de una de las obras de Derrida: Abraham, Sócrates, Cristo, dispuestos a dar la vida por amor. La fe de Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo para obedecer la orden superior que viene de lo alto (ya sea Dios o la Seguridad del Estado) es el paradigma del pensamiento militar. ¿Qué más da si hay que sacrificar a cien mil o a un millón de ucranianos para cumplir con el deber del Estado?
Antes Vilma Coccoz nos advertía cómo Freud dedicó sus ultimos años “a desentreñar la lógica por la cual la disposición sacrificial ejerce un atractivo irresistible en los seres humanos. Un enigma que no acabar de entregar su secreto”[12]. Es el enigma que confrontamos de forma angustiosa durante estos días de guerra. En la versión apócrifa de la historia de Abraham que elaboró Kierkegaard, Isaac pierde la fe al ser testigo de la idolatría de su padre. Él sabe que su padre no es un loco o un vulgar asesino, sino algo mucho más complicado: un creyente y una víctima de su propia creencia, un hombre poseído por su credo quia absurdum sin el cual no sabe cómo vivir.
Para ser plenamente modernos estamos abocados a sacrificar también el sacrificio, nos han recordado varios pensadores. Más aún en estos tiempos en los que el fantasma de la guerra nuclear invocada por Putin sigue todavía tan amenazante como antes. “En la constelación ética moderna”, escribe Zizek, “uno suspende esta excepción de la Cosa: uno da testimonio de su fidelidad a la Cosa sacrificando (también) la propia Cosa”[13]. Es la condición a la que tuvieron que enfrentarse las generaciones más jóvenes de políticos, artistas, y cristianos radicales que tuvieron que mostrar su fidelidad a la Causa a base de sacrificarla previamente. ¿Será impensable o imposible que la OTAN sacrifique su deseo por esa Cosa al parecer tan excepcional como es la incorporación de Ucrania, o inversamente que Rusia lo permita, incluso si ello conlleva el apocalipsis? Resulta estremecedor que Freud, a la vez que invocaba al eterno Eros, teminara su carta a Einstein con la pregunta: “¿quién podría augurar el desenlace final?”
Volviendo al Totem y tabú de Freud y a su inspiración en la realeza divina de Frazer, para quien el mismo protagonista era a la vez asesino y sacerdote, este paradigma que es fundacional a la antropología se puede observar no solo en los “terroristas” sino también en hombres de estado como George Bush en su guerra de Irak, Barack Obama en su guerra de drones o Vladimir Putin en Ucrania. Es esta ambigüedad esencial y en buena parte inconsciente dentro del mismo personaje lo que nos hace invocar las ideas freudianas sobre los instintos de vida y muerte.
Para terminar, una figura relevante en el psicoanálisis ha sido la de Antígona quien estuvo dispuesta a desobedecer la ley de Creonte, aunque ello implicara afrontar la muerte; Lacan elaboró su figura para una ética del psicoanálisis en relación a la ética del deseo (inspirada en Spinoza) y a la sujeción del individuo a la ley. Antígona ha sido vista como una heroína moderna de tragedia aplicada a movimientos armados de resistencia contra la ley del tirano. En la obra de teatro de María Zambrano, Antígona replica a sus hermanos Polinices y Etéocles: “Sí, teníais que morir y que mataros. Los mortales tienen que matar, creen que no son hombres si no matan (…) Hay que matarse entre hermanos por amor, por el bien de todos. (…)”. Pero los hermanos violentos desean asímismo la reconciliación y le recuerdan a Antígona que no son sino “los hijos malditos del padre”: “Es que, Antígona, todo viene de nuestro padre”, el ciego Edipo. Los hermanos insisten en que han venido a rescatarla de la tumba donde habitaba tras el castigo de Creón, “porque aquí no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es solo la tumba donde te han arrojado viva. (…) fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva”[14].
No nos queda otra alternativa que seguir luchando por esa ciudad nueva de Antígona/Zambrano, el orden internacional nuevo que evite las guerras interminables y nos libere de la amenaza nuclear. Una guía fundamental en esta tarea es la obra de Freud y del psicoanálisis. Por eso estamos tan agradecidos a Vilma Coccoz por su estudio en profundidad del maestro cuyo pensamiento nos es hoy más necesario que nunca para evitar los peligros de auto-destrucción de la humanidad.
[1] Hannah Arendt, The Origins of Totalitarianism. Cleveland, OH: World, 1958, pag. 385.
[2] Citado en John Lewis, Geroge F. Kennan: An American Life. New York: Penguin Books, 2011, pags. 620-21.
[3] Citado en Gaddis, George F. Kennan, pag. 648.
[4] Gaddis George F. Kennan, pags. 434-35.
[5] William Perry, My Journey at the Nuclear Brink. Stanford: Stanford University Press, 2015, pags. 48-49.
[6] Perry (My Journey, pag. 50.
[7] Perry My Journey, pag. 156.
[8] Vilma Coccoz, Freud: Un despertar de la humanidad. Barcelona: Gredos, 2017, pag. 332.
[9] Coccoz, Freud, pag. 336.
[10] Citado en Coccoz, Las nuevas formas del malestar de la cultura. Olivos: Grama Edicionoes, 2021, pag. 187.
[11] Gilles Deleuze, Presentación de Sacher Masoch: Lo frío y lo cruel. Traducción de Irene Agoff. Buenos Aires: Amorrortu, 2001, pag. 34.
[12] Coccoz, Freud, pag. 336
[13] Slavoj Zizek, The Fragile Absolute. London: Verso, 2000, pag. 154.
[14] María Zambrano, La tumba de Antígona. Madrid: Siglo XXI, 1967, págs. 68-71.
Imagen: Otto Dix