La función del falo: mistificación vs lógica

Publicado en Rayuela Nº 7 Publicación virtual de la Nueva Red Cereda América.

En distintos pasajes de los Escritos hallamos preciosas indicaciones respecto a la novedad que trajo consigo el descubrimiento de Freud en lo relativo a la sexualidad humana.  Así, en el marco de un retrato singularísimo del inventor del psicoanálisis como hombre de deseo, Lacan no duda en compararlo con un iniciado en los antiguos misterios.[2] Y ello en la medida en que “Freud formuló la primacía del falo y aisló la función decisiva de un objeto que no es uno entre otros, que no es el órgano sino su forma, su imagen erguida, (…) como lo revela el simulacro antiguo…”[3]  

Si bien su verdadera función, añade Miller, no fue esclarecida -como pudiera pensarse intuitivamente-, por el camino de la sexualidad masculina sino al vincularlo a la sexualidad femenina, donde el falo revela su “fuerza negativa” y cuya demostración clínica se afianza en el caso de la joven homosexual.[4]

Pero el descuido de la lógica inherente al complejo de castración pesó sobre sus emisarios y condicionó el ejercicio de “una disciplina que había restablecido el  puente que une al hombre moderno con los mitos antiguos.”[5]  Tal descuido tendría como consecuencia un grave desvío de la práctica en el “concierto analítico” post freudiano, manifiesto en el hecho incuestionado de “relegar en la sombra esta función de falo” reduciéndolo al papel de “objeto parcial” del deseo señalándolo como tal en las interpretaciones.

Lacan considera este hecho como un efecto de la mistificación profunda en la que la cultura mantiene su símbolo. Al punto, afirma, que el paganismo no lo producía sino al término de sus más secretos misterios.

En su conferencia sobre El inconsciente y el cuerpo hablante Jacques Alain Miller constata que en la actual difusión planetaria de la pornografía (salvo en el porno lésbico), y aún presentando una vacuidad semántica sin precedentes, la adoración del falo sigue siendo un episodio central.

Se perfila entonces una alternativa:  o bien se esclarece, con Lacan, la lógica fálica y su operatividad clínica; o se contribuye a su mistificación cuyos nobles orígenes vale la pena conocer a fin de conferir la relevancia que merece a la definición del inconsciente que encontramos en el Seminario XX, en el curso del cual Lacan presenta el límite del universal fálico: “el inconsciente es el misterio del cuerpo hablante.”

El falo como símbolo y como significante

Cuando se alude a la función del falo en los Antiguos misterios se hace referencia a los ritos de iniciación anuales dedicados a Démeter, la diosa de la vida, la agricultura y la fertilidad, y a su hija Perséfone, ritos que tenían lugar en Eleusis, a pocos kilómetros de Atenas. Una práctica que se extendió durante dos mil años y cuyos secretos continúan al día de hoy ocupando a los estudiosos y suscitando sus interpretaciones. Sólo ha trascendido un documento escrito a él referido, es el Himno homérico a la diosa. 

Los misterios eleusinos se vinculaban al mito protagonizado por Démeter quien, según algunas versiones por descuido y según otras, por venganza, abandonó sus deberes en el Olimpo y erró desesperada durante nueve días buscando a su hija, secuestrada por Hades, el dios de las tinieblas, quien cautivo de los encantos de la muchacha la había arrebatado llevándola consigo a las oscuras profundidades. Así, las flores marchitaron, los campos se cubrieron de nieve y el hambre se extendió durante el frío invierno sembrando la desolación. 

En su peregrinaje recaló la diosa vestida cual anciana campesina en Eleusis, donde fue acogida por el hospitalario rey Céleo y su esposa, quienes le confiaron a su hijo Demofon, también conocido como Triptólemo. A escondidas Démeter le prodigaba cuidados divinos con la intención de volverlo inmortal. Descubierta un día en esos empeños por la madre del joven, se vio obligada a confesar su verdadera identidad.  

Entretanto, Zeus fue convocado a restaurar el orden universal perturbado por la imprudencia; la tierra se había tornado estéril y yerma, incluso los dioses se inquietaban ante la escasez de ofrendas y tributos por parte de los mortales. Intervino entonces el Rey del Olimpo persuadiendo a su hermano Hades de restituir su esposa Perséfone a su madre.

Hades entró en razón, aunque su camino de regreso logró tentarla con una apetitosa granada, el alimento de los muertos que la vinculaba para siempre al inframundo. Finalmente, los Olímpicos llegaron a una solución de compromiso: Perséfone retornaría durante ocho meses a la tierra durante los cuales ésta resplandecería de frutos y flores, para marcharse hacia el lecho conyugal durante los meses restantes, durante los cuales se propagaría la sequía y el hielo del invierno.

Los ritos fueron establecidos por Démeter en Eleusis en agradecimiento a la generosa acogida que le prodigaron sus gentes; celebraban el regreso de Perséfone y con él, el resurgir de la fertilidad y la vida. Confió la diosa madre a Triptólemo el secreto del arte de la agricultura a fin de que él pudiera transmitirlo a los atenienses. En un bajorrelieve del siglo V a C. que se encuentra en el Museo de Atenas se puede ver la figura del adolescente recibiendo de ambas diosas una espiga de trigo, la cual, como es sabido, forma parte de la semántica fálica.

Cualquier persona que hablara griego, fuese hombre o mujer, cualquiera fuera su condición social -incluyendo a extranjeros y esclavos-, podía solicitar ser iniciado en estos misterios, los más importantes debido al saber transformador que se obtenía de tal experiencia. Divididos el recorrido iniciático en misterios menores y mayores, se asociaban los últimos a santas orgías, a danzas sagradas.  Los iniciados se comprometían a guardarlos en riguroso secreto, gravando sobre su transgresión la pena de muerte.

Siendo los misterios tan accesibles a cualquier ser hablante, resultaría cuanto menos sorprendente que pesara sobre ellos tal prohibición y tamaño castigo por la infidencia. Pero si consideramos, con Lacan, que la iniciación acercaba a las personas a la simbolización de la segunda muerte, esto es, a un ritual de subjetivación de la mortificación del cuerpo por la acción del significante, entonces es posible captar la lógica encubierta por la mistificación: este velo impide la revelación del significante al cual se anuda el sentimiento más íntimo de la vida, según la definición que encontramos en La Cuestión Preliminar a todo tratamiento de la psicosis.

Una representación de este nudo se puede apreciar en el fresco de la Villa degli Misteri de Pompeya; en el momento en que se levanta el velo dejando ver la imagen erecta, el demonio alado del pudor, amenazante, levanta su látigo.

La imagen suprema esconde toda una articulación significante: el falo lacaniano es un semblante porque tiene detrás el significante representado por el látigo que mortifica el cuerpo.  El fresco pompeyano traduce en una figuración pictórica la mortificación del logos que imprime la falta-en-ser en el viviente. El ser-para-la muerte puede ser entonces ignorado a través de la mistificación del ser-para-el sexo. El significante impar de la libido se distingue de un mero símbolo, porque es efecto de una red o una cadena en la que se articula el deseo, y no una imagen cuya referencia sería el pene, es decir, un objeto parcial recortado del cuerpo.

Así, inspirándonos en la biología lacaniana de Miller y siguiendo los desarrollos de Lacan en el Seminario VI, entendemos que la iniciación en los Antiguos misterios producía un cambio en los deseos de los seres hablantes; su existencia dejaba entonces de ser “natural” para situarse bajo la égida de la muerte anticipada y significada por el secreto, la misma que invade la vida y remite no a la biología sino a la lógica significante.

Es la razón por la cual Lacan nos advierte que, a falta de captar la lógica del falo, -imprescindible para orientarse y operar adecuadamente en la clínica-, sólo se cultiva su mistificación.

La explosión del género y sus tentaciones

En la introducción a su texto Kant con Sade Lacan descubre la secreta topología del goce que vincula al tocador sadiano con la razón kantiana. Allí hace referencia al recorrido de cien años que fue necesario transitar “en las profundidades del gusto” para que la vía de Freud fuera practicable.

Otros cien años transcurridos han desembocado en la explosión del género. Si bien el psicoanálisis no es ajeno a este fenómeno, cierto es que su difusión planetaria puede leerse -siguiendo a Miller- como una real-ización del discurso universitario, esto es, un discurso sobre el género cuyo producto es el sujeto vacío de identidad, (S/) móvil, capaz de construir y deconstruir identificaciones sin someterse a los mandatos de género considerados meros artificios o ficciones culturales.

Es imposible resumir la cantidad de factores que intervienen en la mutación del gusto a la que estamos asistiendo; subrayemos las posibilidades insólitas que ofrece la ciencia a nivel quirúrgico y químico; las modificaciones en el campo del derecho, (cada vez son más los países que admiten un tercer sexo), así como una permisividad sin precedentes en la ofrenda de las satisfacciones posibles. Pero sin duda lo más impactante se observa en el campo del discurso mediático y sus efectos sobre el deseo. En la notable hipersexualización del discurso, el género se ha convertido en un S1 ineludible, signo opaco del deseo del Otro que se plasma en las pantallas tentando las jóvenes subjetividades que se encuentran a la deriva, sin poder añadir un saber consistente con el que orientarse, con el agravante de que, en muchos casos, los adultos atribuyen al niño un saber sobre su identidad y su manera de gozar que puede inducir a la precipitación de serios pasajes al acto.

Es en el diálogo con un psicoanalista donde los niños y jóvenes pueden encontrar un lugar para explorar la diferencia entre el ser y el género[6], y de donde extraer un saber sobre la peculiaridad de su deseo definido por Lacan como falta en ser en el cual el género de sus padres y la manera en que ellos distinguieron al sujeto ha dejado una impronta indeleble. No obstante, Lacan se asombra de la “prematura vocación (…) que cada uno experimenta respecto al sexo” no menos que Freud, al considerarlo como el verdadero acicate para el pensamiento, instante de ver la falla del Otro que pierde autoridad a sus ojos desconfiados. Sin embargo, debido a la premura[7] del mundo actual puede llegar a obviarse el tiempo necesario para comprender hasta hacer factible la declaración del sexo,[8] la que puede surgir como conclusión de la encrucijada adolescente.

Respecto a las infinitas posibilidades de identificación que ofrece la denominada identidad queer parece justa la apreciación de Natalie Jaudel, quien la considera una trasposición en la lengua común del axioma lacaniano “todo el mundo es loco, es decir delirante.”  Dicho abanico demuestra ser un modo de nombrar las soluciones atípicas del género y de las parejas actuales[9]  de donde la importancia de la lógica para la práctica del psicoanálisis del parlêtre: en su última enseñanza Lacan sitúa el falo como una escritura posible, no necesaria para drenar el goce.

La formación requerida para brindar ese hueco singular donde resolver los impasses actuales en la dimensión del deseo y la satisfacción la ha obtenido el analista de una “severa ascesis”[10] aquella que le ha permitido descifrar su propio misterio, el misterio del cuerpo hablante. Pero hablar de misterio podría inducir la idea de que estaba oculto en algún lado y había que revelarlo. De ahí la insistencia de Lacan: No hay iniciación! entendida ésta como ciencia del goce. Más aún, el análisis, afirma, es una anti-iniciación.


[1] Parte de este texto está incluido en el Comentario al apartado III Con Freud de Una cuestión Preliminar a todo tratamiento de la psicosis de próxima aparición en Cuadernos de Psicoanálisis.

[2] J. Lacan, La dirección de la cura y los principios de su poder. En O. E. RBA Barcelona. 2006. P. 622

[3] J.A. Miller, De la naturaleza de los semblantes. Paidós. Buenos Aires. 2002. P. 253.

[4] Ibídem.

[5] J. Lacan, La Cosa Freudiana o el sentido del retorno a Freud en Psicoanálisis. P- 385

[6] Alusión al título del libro de Clotilde Leguil L’être et le genre. PUF. París.2015

[7] En Argentina es posible el cambio de la inscripción del género a partir de los tres años.

[8] Expresión de Lacan

[9] Natalie Jaudel, Anything goes. En La Cause du Désir Nº 92

[10] Jacques-Alain Miller, Sutilezas analíticas. Paidós. Buenos Aires. 2011. P. 35