La rata o la araña

Publicado en Papers Nº8, Congreso de la AMP 2014: Un real para el siglo XXI

“El psicoanálisis se volverá algo cada vez más útil de preservar en medio del movimiento cada vez más acelerado en el que entra nuestro mundo”

¿A qué se refería Lacan cuando hablaba de nuestro mundo? El, que había elegido el silencio durante los atroces años en los que la destrucción de la humanidad tomó la forma de máquina industrial durante la Shoah. El podía anticipar que las ondas deletéreas se esparcirían con la expansión del capitalismo. El advirtió acerca de la faz mortífera de la tecnociencia ungida en las nuevas formas del superyó que amenazaba la subjetividad y cuya vigencia es palmaria: “En el punto de la ciencia al que hemos llegado, una reactualización del imperativo kantiano podría enunciarse así, empleando el lenguaje de la electrónica y de la automatización: Actúa de tal suerte que tu acción siempre pueda ser programada”[1]

Al mismo tiempo una nueva psicología iría cobrando fuerza a partir de la pregunta de cómo se puede aprender algo. Cifrando sus esperanzas en encontrar una respuesta en los animales, prescindiendo de la clínica y autorizándose en investigaciones de laboratorio. En sus presupuestos, el fin de la vida es sobrevivir.  El ser se identifica entonces, al cuerpo. La vida, a la vida animal. Lo que vale para la unidad vale para “para todos”. La pregunta kantiana, actualizada por el discurso freudiano: ¿qué puedo saber? Se transformó en ¿cómo se aprende? Y sus respuestas fueron conformando una ideología de dominio y control que reniega de la causalidad psíquica y a la que ha venido a añadirse la fascinación por la genética blandiendo las promesas de una localización de las taras en un determinismo cerebral siempre esquivo.

En el origen de esta psicología estuvo Watson y su experimento con un bebé llamado Albert a quien se le sometió a un cruel experimento que ya incorporaba las siniestras ratas. Por esos mismos años la teoría del shock, gestada por psiquiatras, se empezaría a aplicar en la economía según lo ha demostrado Naomi Klein en sus certeros análisis sobre el “capitalismo del desastre.” Que el miedo pueda estar en el origen de muchos comportamientos no es ninguna novedad, pero sí que pueda usarse como acicate de una psicología y una pedagogía, siendo una de sus peligrosas consecuencias, la transformación de la educación en mera domesticación, como ha señalado Judith Miller.

En sus primeros textos Lacan había comparado la etología y el comportamiento de la cría de hombre. Pero ¡qué extraordinaria es la diferencia entre una y otra perspectiva, entre la rata en el laberinto y el bestiario lacaniano[2]! Aunque el imaginario puede revelar semejanzas entre el animal y el  hombre, el lenguaje humano desconecta al ser hablante de la inmanencia vital, le convoca a la trascendencia del discurso que late en el vínculo social. Se produce un pacto del ser humano con la cadena significante que trasciende lo vital entendido sólo como la potencia oscura. El símbolo de este consentimiento a la mortificación significante se inscribe como relación con el falo, que opera en psicoanálisis como el significante de la vida.[3]. El sujeto no aprende la lengua, la recibe, le es instilada por sus próximos[4], por su entorno. Si lo real es el misterio del cuerpo hablante es porque el misterio se reeedita con cada ser que nace a la vida. Su realización depende del lugar desde donde cada quien puede “tomar la palabra.”

En el seminario XX se inspira Lacan en la imagen de la araña para ofrecer una alegoría del misterio del ser hablante, el misterio del inconsciente, indicando que, gracias  al proceso analítico, hemos podido acceder a la dimensión lógica que retiene “invisiblemente” los cuerpos. Los sutiles hilos que unen el misterio de un cuerpo a otro sin que pueda de ello deducirse la escritura de una relación. La vestimenta de la imagen de sí, el semblante, viene a envolver con su fina tela significante el objeto causa del deseo, que es real y, de este modo, se sostiene la relación llamada objetal.[5]

Esa imagen de la naturaleza es escogida porque se aproxima a la “reducción a las dimensiones de la superficie que exige lo escrito, y que ya maravillaba a Spinoza: el trabajo de texto que sale del vientre de la araña, su tela. Función en verdad milagrosa, cuando vemos dibujarse, desde la superficie misma que surge de un punto opaco de ese extraño ser, la huella de esos escritos donde asir los límites, los puntos de impasse, de sin salida, que muestran a lo real accediendo a lo simbólico”[6]

La araña nos proporciona una imagen del misterio que cada uno es para sí mismo. A diferencia de la rata, este “extraño ser” tiene un lugar destacado en la cultura occidental. Figura ya en las primeras inscripciones sumerias. Ovidio inicia el libro VI de las Metamorfosis con el mito de la mortal Aracné, cuyo arte en el tejido había concitado tanta admiración que, se decía, hubiera podido considerársela discípula de la misma Palas. Pero la vanidosa tejedora desmiente ese aprendizaje y llega a proponer un duelo de telares a la mismísima diosa. Presentóse ésta en forma de anciana a la arrogante joven incitándola a pedir perdón y a mostrarse humilde. Pero contrariamente a lo esperado, este parlamento encendió aún más a la insolente doncella quien retó a la diosa a presentarse ella misma y así evitar la contienda. Palas se desprendió de su disfraz y ya nada detuvo el destino. Palas bordó un tapiz con los Doce dioses celestiales en torno a Júpiter colocados de tal modo de resaltar “su augusta gravedad” y cuatro escenas a modo de mensajes advirtiendo a la muchacha sobre su descarada osadía.

Por su parte, Aracné eligió tejer las imágenes de engaños, estupros, pillajes por parte de los dioses. Palas, captó la superioridad de este trabajo pero, siéndole imposible aceptar las acusaciones vertidas hacia el Olimpo, descargó su furia contra su rival que intentó ahorcarse con una de las hebras. La diosa llegó a impedir este desenlace pero la condenó a tejer eternamente su condena una vez transformado su cuerpo en una pequeña silueta de grandes patas, minúscula cabeza y un abultado vientre desde donde deja salir el hilo con el cual trabaja  las antiguas telas.[7] El momento de transformación del cuerpo femenino en araña ha sido reflejado de forma magistral por Doré, en la ilustración del Canto XI del Purgatorio en la Divina Comedia.[8] Veronese, en su cuadro Aracné o la dialéctica la identifica a la delgada y sutil tela que tejen las palabras. Velásquez, el pintor de los enigmas, presenta su versión en el maravilloso cuadro Las hilanderas. Construido en tres planos, su particular topología deja cautiva nuestra mirada que se esfuerza en descifrar su misterio, el del propio tejido del artista. En plano del fondo del cuadro, el rapto de Europa, el tema elegido por Aracné.

Con estos nobles antecedentes no nos extraña que la alegoría de la araña se demuestre provechosa para ilustrar la lógica estructural que Lacan desarrolla en sus últimos seminarios. Dice Lacan que la tela surge desde un punto opaco de su vientre. La araña secreta, es decir, pierde algo, una sustancia que dará consistencia al primer hilo. Desde éste tira los andamiajes hilados que toman la forma de una Y griega y a partir de la cual tejerá el resto de la tela. Al primer hilo la araña se lo come, como si de un S1 se tratara, figurando así la introyección freudiana, la desaparición del sujeto bajo el significante traumático.  La tela bien puede figurarse como una superficie, y la urdimbre, como una escritura en la cual se observan irregularidades, imperfecciones, que pueden asimilarse a los puntos de impasse, de límite, de sin salida “de lo real accediendo a lo simbólico”. Incluso podemos ubicar en el tejido las uniones de los hilos en forma de pequeños nudos que cercan lo real del vacío configurando un sostén y favoreciendo el desplazamiento del cuerpo. Esa tela sutil ilustraría pues, la lógica de la sexuación por la cual el cuerpo del hablante puede vincularse de forma invisible con otro cuerpo.

Ese significante Uno porta la marca de la singularidad que da color al tejido de la trama que constituye el S2, el saber articulado, ordenado en un discurso analítico en cuya estructura se pueden distinguir sus lugares y funciones: uno, surgido de un punto opaco, el otro, tejido en el vacío. Qué lo causa? El objeto a, ubicado “en algún lugar del vientre” del cuerpo que habla. En el análisis se reduce a estos elementos hasta captar de dónde surgía su fuerza pulsional, su “color de vacío” que hace del goce un goce singular, atrapado en la “guarida de la lengua”. Hacerlo existir como causa de un decir en el hábitat del discurso, a ello está destinado el trabajo analítico.

El discurso analítico se revela como envés del discurso del amo, el cual, al convocar a la oposición, condena a la rebeldía, a la impotencia, al martirio. Una vez ordenada su lógica se podrá hacer algo con eso[9], a partir de ceñir el lugar donde se secreta la satisfacción con la que tejemos la tela de lo simbólico, una vez que conseguimos leer nuestro inconsciente, una vez que nos hemos probado lo real de la estructura.

Gracias a los Otros Escritos contamos con más husos, hilos y nudos que nos ayudan a preservar el lugar del misterio, lo real del inconsciente en el ser hablante. Es la oportunidad que ofrecemos a cada analizante, la de tejer su propia tela para habitar el discurso. Lacan definió la ética psicoanalítica como la ética del bien decir, la que rige la acción que se ocupa de enriquecer los telares para que nuevas tramas y tejidos puedan dar forma a las siempre enigmáticas existencias que se tejen, una por una, con el hilo del deseo.

En la búsqueda de la solución a sus malestares subjetivos, el siglo XXI se presenta como el tiempo de la elección entre el genoma y el poema, entre la norma y lo singular, entre la rata y la araña.


[1] J.Lacan Seminario VII La ética del psicoanálisis. Paidós. Pág.96

[2] Erminia Macola y Adone Brandalise, Bestiario lacaniano. Miguel Gomez Ediciones.Málaga. 2006

[3] Marco Focchi, Comentario del Seminario V Las formaciones del inconsciente. Madrid. 22 de Junio de 2013.

[4] J.Lacan, Conferencia sobre el síntoma. Intervenciones y textos II. Manantial. Buenos Aires1988. Pág.124.

[5] J.Lacan. op.cit. pág.

[6] Idem, pág. 113

[7] Ovidio. Metamorfosis. Cátedra. Madrid. 1995. Págs 385-393

[8] “Oh, insensata Aracné. También a ti te veia, medio convertida en araña, yaciendo sobre los destrozados restos de la obra que tejiste en tu propio daño.”

[9] Alusión al “savoir y faire”,  expresión de Lacan que se ha traducido por “saber hacer ahí con eso” El adverbio de lugar indica el inconsciente.