Publicado en el blog Zadig
En el café-restaurante In den Vergulden Turk, el día 26 de agosto de 1910 Sigmund Freud concedió una cita, a las trece horas, a Gustav Mahler. Ese fue el punto de encuentro para la única sesión, que tuvo lugar a lo largo de una caminata por la ciudad de Leiden de cuatro horas de duración.
El encuentro, que hubiera podido tener lugar en Viena, donde ambos residían, fue precedido por tres intentos seguidos de otras tantas anulaciones por parte del músico; la ocasión se demuestra ciertamente extraordinaria y en la urgencia provocada por una especie de ultimátum del analista, presto a continuar su viaje hacia Sicilia luego de una breve estancia en Holanda. [1]
Sirvan de ejemplo estos nobles antecedentes de la sesión no estándar (en un espacio y un tiempo singulares) a fin de indagar las peculiaridades de la sesión on line, cuya extensión se ha visto precipitada por la situación de emergencia impuesta por la pandemia, si bien es cierto que ya se había empezado a practicar, aunque de manera discreta, por algunos analistas del Campo Freudiano en nuestro siglo.
En el año 2017 Eric Laurent admitía la introducción de las sesiones telemáticas e invitaba a los analistas a no ser tecnófobos:
El análisis consiste en todo lo que pueden decirse dos cuerpos hablantes, dos parlêtres en un encuentro inédito (…) no hace falta ser tecnófobos. Lacan no se contentaba con las cartas manuscritas en pergamino, respondía al teléfono y enviaba de buena gana telegramas para que llegara más rápido. El analista contemporáneo puede servirse de Skype cuando las circunstancias no permiten hacer de otro modo. Hay dichos que tocan, incluso si son mediatiados por Internet. Tampoco hay que contentarse con Skype. Es una limitación, como el teléfono o el telegrama. Hay que servirse de Skype para luego pasar de él. »[2]
Kairos et Chronos
L’invention des séances courtes, vinculada a la novedosa concepción del tiempo “intersubjetivo” o lógico en su carácter de “pierre de rebut ou pierre d’angle”[3], constituye una respuesta, por parte de Lacan, a lo real del goce silencioso de la pulsión que los analistas siervos del timing fijo estaban condenados a interpretar como resistencias y a un inevitable forcejeo derivado de tal impotencia para tratar lo real mediante lo simbólico que derivaba no pocas veces en pasajes al acto. Piedra de deshecho para la IPA, piedra angular para la Escuela de Lacan.
En cambio, gracias a la consideración del tiempo de la sesión como comme kairos, al margen del cronómetro, subraya Lacan, « …hemos podido sacar a la luz en tal sujeto fantasías de embarazo anal con el sueño de su resolución por medio de una cesárea, en un plazo en el que de otro modo hubiéramos seguido reducidos a escuchar sus especulaciones sobre el arte de Dostoievski[4] ».
En sus desarrollos sobre la temporalidad de la sesión Jacques-Alain Miller[5] precisa que, aun siendo regular y esperada, la sesión analítica supone hacerle lugar a la sorpresa, y demuestra que la sesión responde a una estructura tal que incluye la contingencia, donde puede advenir el acontecimiento imprevisto ocasionado por la interpretación o por el corte.
Además, desde la perspectiva del recorrido analítico, de la serie de sesiones, debemos tener en cuenta, con Lacan, que “…al ente le hace falta tiempo para hacerse al ser [6]”: es el tiempo de saber que requiere el paso del inconsciente desde el discurso del amo -el inconsciente-repetición– al discurso analítico -el inconsciente-sujeto-. Ese tiempo no es sólo duración, y requiere, por lo tanto, de escansiones, dice Miller, teniendo en cuenta que “una escansión no es sólo una detención, una pausa (…) comporta una adquisición, lleva a cabo una mutación del problema inicial »
El lugar y la piedra
Seguimos a Miller cuando define la sesión como una cita de los cuerpos en presencia, ocupando el mismo espacio durante un lapso de tiempo; aún más, se la considera sesión incluso cuando el analizante no acude, cuando se declara ausente y la paga. Si bien está condicionada por un aparato de semblantes, la sesión, no obstante, debe distinguirse de una ceremonia, afirma. Al ubicar en su seno lo real, la sesión hace un lugar donde descifrar el “misterio del cuerpo hablante.”[7] Entre ambos cuerpos hay una disimetría: el analista, cual piedra, cual motor inmóvil, consigue que sus analizantes “graviten en torno a su imperativo : ¡Ven!, que precede a los demás: ¡habla!, ¡dime lo que se te ocurra!”
En ese marco, precisa Miller, se produce una neutralización del espacio perceptivo (de los imputs perceptivos) y se hace obstáculo a la salida motriz, el diván induce a una posición akinética a fin de favorecer otro tipo de imputs, esto es, los pensamientos desapercibidos, que favorecen una experiencia de extimidad porque despojan al sujeto de la iniciativa debido a su carácter superyoico o pulsional.
Allí, en el lugar de Es, del Ello, donde la sujeción del Ich puede advenir… al ser del decir, al Je. Así, en esos pensamientos intempestivos, desavenidos, puede operarse una retemporalización: hablar genera al Otro como lugar, -incluye una dirección y una inscripción de la palabra- instituido por el silencio del analista, quien se calla “en lugar de responder”[8], haciendo hueco a la enunciación singular del analizante.
Esa operación discursiva es posible porque el analista-piedra hace semblante de objeto a,cuya inmovilidad algunos interpretaron erróneamente como impasibilidad.
De acuerdo con estas consideraciones la estructura lógica de la sesión analítica, sustentada por la topología y el tiempo debe regir también las modalidades no presenciales, si bien es preciso explorar sus diferencias, sus pros y contras.
Sesión analógica, sesión telemática
En su texto El malestar en la cultura [9]Freud había llamado la atención acerca de los avances tecnológicos, que ampliaban el campo perceptivo como es el caso del teléfono o el microscopio, medios denominados “analógicos.” Ante las dificultades de mantener sesiones presenciales que impuso la situación de emergencia sanitaria, las sesiones telefónicas demostraron ser un mal menor, aunque suponen un esfuerzo añadido que algunos pacientes (que ya contaban con la experiencia del diván) intentan paliar haciendo la sesión tumbados y con algún soporte para sostener el teléfono.
A mi juicio, y siempre teniendo en cuenta el axioma que rige nuestra práctica del uno por uno, uno de las dificultades que suponen las sesiones telefónicas y más aún, las telemáticas, se deriva precisamente de su inclusión en el ámbito de la comunicación, propiciando un ilusorio contexto de simetría entre los dos cuerpos que se dan cita a una hora frente a la pantalla.
Si bien la situación no excluye la maniobra con el semblante, su margen se ve restringido por la imposición de un marco y de la captura de la imagen por parte de la cámara del dispositivo. ¿cómo hacer lugar a la opacidad, a lo que no puede verse, cómo operar con el silencio cuando el medio parecería convocar (de convocare: llamar a todos) la respuesta? Notamos que en esta modalidad se demuestra “el arte de responder al costado.”[10]
Analistas advertidos
La posibilidad de extender nuestra práctica a través de las nuevas tecnologías no nos exime de la responsabilidad de saber en qué consisten y cuáles son los riesgos que comporta su uso. Nos enfrentamos a una transformación de tal magnitud de nuestras vidas, a un “movimiento de aceleración que hace tanto más necesario el psicoanálisis en nuestro mundo” en palabras de Lacan.
Siguiendo el análisis de Javier Echeverría, nos vemos obligados a reconocer que las tecnologías digitales nos transforman en tecnopersonas, súbditas de los propietarios de los lenguajes mediante los cuales accedemos a los tecnoentornos (donde se genera el tecnoespacio y el tecnotiempo). Mediante el uso de nombres de usuario y contraseña se nos posibilita (si disponemos del software adecuado) participar en ellos, « nuestras identidades en la red son simples máscaras, tecnomáscaras »[11].
Según Echeverría las pantallas son interfaces que se adaptan a las necesidades perceptivas de las personas, las cuales siguen siendo analógicas en sus procesos perceptivos. Los procesadores de datos, en cambio, son digitales, no mentales. « Los dispositivos informáticos también son extensiones de nuestro cuerpo, pero mucho más que eso, a saber: sistemas tecnológicos que operan independientemente de nuestros sentidos, y que son autónomos respecto de nosotros.”[12]
Echeverría concluye que la hibridación entre tecnologías informáticas y las personas en los medios audiovisuales “proviene de esta interprenetración entre lo digital y lo analógico.”[13] No se nos escapa que el soporte de esta operación se sostiene en el goce pulsional de la mirada y de la voz que nos transforma en corpus-gadgets.
Si estamos suficientemente advertidos de este nuevo modo de goce, la sesión analítica puede continuar siendo “un paréntesis en la existencia minutada del sujeto contemporáneo consagrado a la utilidad directa”[14], un lugar que acoge el esfuerzo de poesía que cada ser hablante realiza por encontrar las trazas de lalengua que le es propia y con las que se escribió su síntoma, creación singular del parlêtre.
El arte digital y el psicoanálisis se perfilan como recintos de resistencia para la subjetividad amenazada, enclaves de libertad para nuestra tecnoexistencia y en donde se dirime la respuesta a la tecnopolítica, digitada por el poder en manos de los señores de las nubes.[15]
Vilma Coccoz.
[1] L.Sokolowsky, Freud et la musique, La Cause du désir. En avant derriére la musique. P. 32
[2] E. Laurent, Jouir d’internet. La Cause du désir Nº 97. P. 18
[3] En una nota a pie de página figura: “Pierre de rebut ou pierre d’angle, notre fort est de n’avoir pas cédé sur ce point (1966)”. J. Lacan, Función y campo de la palabra y el lenguaje. Ecrits p. 315
[4] Ibid. Écrits P. 315
[5] Seguimos los desarrollos de Miller en su Curso Los usos del lapso. Paidós. 2004
Lecciones del 1,8 y 15 de marzo de 2000
[6] J.Lacan, Radiofonía. En Otros Escritos. Paidós. Buenos Aires. 2012. P.449
[7] J.Lacan, Seminario XX Aún. Paidós. Buenos Aires. 1981. P. 158
[8] J.Lacan, Variantes de la cura-tipo, En O.E. RBA Barcelona 2006. P.337. Écrits p.351
[9] S.Freud, El malestar en la cultura. En O.C. Tomo III Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. P.3032
[10] E. Laurent, Jouir d’internet. La Cause du désir Nº 97. P. 18
[11] . Echeverría, L. Almendros. Tecnopersonas. Cómo las tecnologías nos transforman. Edit. TREA. Gijón. 2020. P.110
[12] J. Echeverría, L. Almendros. Tecnopersonas. Cómo las tecnologías nos transforman. Edit. TREA. Gijón. 2020 p. 113
[13] Ibídem, p.125
[14] J.A.Miller, Un esfuerzo de poesía. P. 161 Leçon 5 de marzo de 2003
[15] Expresión de Javier Echeverría.