Acción Lacaniana, acción Freudiana

“Los analistas se confrontan mucho más con lo real que los científicos. Sólo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente armados contra la angustia.” (Lacan, El triunfo de la religión)

Desafíos de la clínica

No son pocos los desafíos clínicos que el siglo XXI plantea al psicoanálisis. En estricta correspondencia con la multiplicación de las calamidades que se ciernen sobre la civilización, y que desgarran las vidas de los seres hablantes. Desde los desplazamientos sin precedentes de poblaciones enteras, que huyen de las guerras, el hambre y la persecución; pasando por las profundas transformaciones que afectan el mundo del trabajo, hasta el sinfín de mutaciones ocasionadas por la invasión de los objetos tecnológicos y de los cambios acaecidos en la sexualidad, los signos de la desorientación y el desconcierto se extienden en el hombre “liberado” de las sociedades modernas. El que avistó Lacan cuando incitaba a los analistas a formarse para conseguir estar a la altura de esta noble función destinada a socorrer el padecimiento de las víctimas de esta “formidable galera.”[1]

Estos fenómenos de la civilización deben ser fundamentalmente vinculados al discurso de la ciencia[2] (p.194), porque su imperio trajo consigo, junto a indiscutibles conquistas en muchos campos del conocimiento y mejoras de la calidad de vida, otros muchos efectos indeseables, siendo el que nos atañe más directamente, la forclusión[3] del sujeto.

Precisamente, el psicoanálisis se fue consolidando como el discurso destinado a rescatar la subjetividad amenazada por la campaña de universalización regida por el principio lógico del razonamiento científico, esto es, su validez “para todos”. El cual, válido en el campo de la biología, ha pretendido imponerse de forma autoritaria en todas las “ciencias humanas” dando lugar a un nocivo cientificismo.  

Sus pregoneros esgrimen la supuesta invalidez científica del psicoanálisis con monótona insistencia desde sus inicios.  En la época de Freud, fundamentalmente, por parte de la psiquiatría aunque, poco a poco, y a medida en que se generalizaban ciertos usos de la técnica estadística al comportamiento de los hombres en la llamada psicología científica, se extendió, cual mancha de aceite, un feroz ataque a los postulados freudianos. Con la inevitable renuncia a la dimensión de la verdad en beneficio de la exactitud de las cifras que cotiza al alza en el actual mercado mundial de la mentira.[4]  La aplicación indiscriminada de la ideología de la evaluación[5], formalizada en los protocolos de la pedagogía y la psicología no ha hecho sino consumar el rechazo del inconsciente, cuya consideración supone la existencia singular, incomparable, propia de cada ser hablante. El psicoanálisis debe ser considerado como la ciencia de lo singular. No puede, por lo tanto, prescindir de la dimensión de la verdad en la humana existencia: “La operación freudiana puso en tela de juicio la verdad y no hay nadie a quien la verdad no le incumba personalmente.”[6]  Si bien Lacan también nos enseña a aceptar su carácter limitado, recomendándonos no sacarla de quicio, no por la considera menos indispensable para captar lo real de la subjetividad.

La actual batalla del autismo ilustra acerca del grado de intolerancia y envalentonamiento al que pueden llegar los artífices del cientificismo. En el caso de Francia, su epicentro europeo, y tal como vaticinaba Laurent en su libro[7], las promesas de solución proclamadas a bombo y platillo se han visto seriamente defraudadas. La aplicación del método ABA[8] después de cinco años de implementación, según las directrices del Plan autismo 2008-2010, y analizada con detalle por Maleval en el texto La experimentación institucional en Francia, una severa desilusión[9] es elocuente.

Aún así, invocando la autoridad de los “expertos” de la HAS[10] y desoyendo las voces de afectados, profesionales y asociaciones de padres, funcionarios del gobierno francés pretenden desestimar el tratamiento psicoanalítico del autismo, negándose a cualquier otro enfoque que no sea educativo. Asimismo se verifica una tendencia uniforme y global a promulgar leyes específicas sobre el TEA[11], que lo sitúa por fuera de la discapacidad. Mientras tanto, prolifera la elaboración de “recomendaciones” o “guías de la buena práctica”. En forma de protocolos para el diagnóstico temprano del trastorno dirigidos a la unificación y estandarización de actuaciones que atañen al tratamiento en el ámbito educativo según las denominadas “políticas de inclusión.” Una operación que tiende a consumar la forclusión de la clínica[12] al zanjar la cuestión de la etiología con un gen desconocido o un desajuste en el funcionamiento cerebral siempre esquivo.

El reclamo de los psicoanalistas, haciéndose oír en todos los rincones de la AMP[13] lleva consigo la consideración del sujeto autista en su dimensión de ser hablante, de acuerdo con la atención al derecho fundamental  de las personas, que en este caso puede resumirse así: ¡Escuchen  a los autistas![14] Los valiosos testimonios[15] que se han ido publicando en los últimos años no hacen sino confirmar las hipótesis analíticas respecto a la causalidad psíquica[16] en cuyo principio ético y relacional se sustenta nuestra práctica.

¿ Qué debe ser el deseo del analista para operar de manera correcta?[17]

La respuesta a tal pregunta constituye el hilo rojo que teje de punta a punta la enseñanza de Lacan. El haber nombrado el deseo de Freud como el deseo del psicoanalista, entendido como una función lógica en la que se sustenta la operación analítica, y desprendido por lo tanto de cualquier caracterización psicológica, ha permitido indagar las condiciones de las que depende la efectuación del discurso analítico. Es decir, su inserción en lo real, en tanto respuesta efectiva a las cuestiones fundamentales de la subjetividad cuando ésta corre el peligro de ser ignorada o sepultada.

El psicoanálisis, en sus orígenes concebido como un tratamiento terapéutico de todas aquellas afecciones de etiología psíquica denominadas psiconeurosis se fue consolidando, a medida que se afianzaban los descubrimientos freudianos, como un discurso de salvaguarda de lo singular y por ende, crítico respecto a ciertos condicionamientos culturales, cuyos perniciosos efectos en la subjetividad se verificaban en la clínica.

En la conferencia pronunciada en el Segundo Congreso Psicoanalítico que tuvo lugar en Nuremberg en 1910[18] Freud subraya el carácter práctico de lo que tiene para decir a los analistas, supeditando el incremento de las posibilidades futuras de la acción freudiana a la intervención conjunta de tres factores: En primer lugar, el progreso interno del saber psicoanalítico, entendido como el resultado de una práctica orientada a revelar y descifrar el inconsciente del que “aprendemos cada día algo nuevo.” Un procedimiento que acontece “bajo transferencia”, es decir, sometido a las condiciones precisas que la misma adquiere en tanto modalidad particular de la relación con la demanda y con el otro. Y cuya maniobra se muestra en estrecha dependencia del análisis personal: “Ningún psicoanalista llega más allá de cuanto se lo permiten sus propios complejos y resistencias…”[19], razón por la cual se plantea el pase por la experiencia como exigencia primera para ejercer el psicoanálisis.

El segundo aspecto se refiere al “incremento de la autoridad” del psicoanálisis en la cultura.  Freud hace depender el extraordinario incremento de las neurosis a las exigencias que la civilización ejerce sobre las personas y a la pérdida de eficacia del discurso religioso para servir de apoyo a la “inestabilidad interior de los hombres.” Los éxitos terapéuticos de los psicoanalistas se han producido, y es un hecho  admirable dice, a pesar de la enorme sugestión generada por los poderes activados en su contra.  Freud reconoce que es preciso esperar un tiempo para el reconocimiento de la autoridad analítica, advirtiendo en el movimiento adverso una razón de estructura, siendo que el psicoanálisis somete la sociedad a una severa crítica y la acusa de una parte de responsabilidad en la causación de las neurosis.

Una constatación que da lugar a tematizar el tercer factor interviniente en el porvenir, y al que Freud se refiere como “el efecto general de nuestra labor.” En este punto destaca la especificidad de la concepción psicoanalítica de los síntomas y se explaya acerca de los beneficios que pueden esperarse de la extensión del saber analítico.

Los síntomas son complejos productos psíquicos que integran deseos y satisfacciones sustitutivas y deformadas de pulsiones que el sujeto oculta a los demás y a sí mismo. Si bien la solución analítica se comprueba en lo individual, sus efectos benéficos podrán observarse también en la colectividad como resultado de la ilustración en las verdades analíticas.

Pero advierte del peligro que conlleva el situarse “en la vida como fanáticos higienistas o terapeutas.” Los síntomas no son meras ficciones, cumplen una función real, -“biológica” en sus términos-, como dispositivos protectores y su justificación social, su “ventaja” no siempre es puramente subjetiva, pudiendo la resolución sintomática ser menos perjudicial que el conflicto que ocasionó ese desenlace. Esta constatación de las limitaciones de la práctica analítica no implican, sin embargo, renunciar a la divulgación del discurso, puesto que, afirma Freud, aunque la energías consumidas en la producción de los síntomas no puedan orientarse hacia un cambio en lo real, podrán contribuir por lo menos a reforzar el clamor en la demanda por la modificación de la civilización que esperamos puedan disfrutar nuestros sucesores.

Entendemos la importancia capital de esta conferencia en el momento de fundación de la IPA. Los tres factores de los que Freud hace depender el progreso del psicoanálisis, los avances en el saber, el reconocimiento de la autoridad y el efecto de nuestra labor en la civilización encuentran su traducción actual en la articulación de la dimensión clínica, epistémica y política del discurso distinguidas por Jacques-Alain Miller al profundizar en los requerimientos de la formación analítica. Y que encuentra una respuesta al interrogante lacaniano: el deseo del analista, para operar de forma correcta, no puede desentenderse de esta triplicidad, constitutiva de la Causa Freudiana.

La acción freudiana de los pioneros

Un puñado de jóvenes médicos colaboradores de Freud fueron llamados a filas al declararse la Gran Guerra siendo los primeros analistas en ocuparse de la atención a los soldados aquejados de neurosis traumáticas. Ellos inventaron un tratamiento humanitario de inspiración freudiana que mereció en su momento el reconocimiento oficial como alternativa a los ineficaces y cruentos métodos de la psiquiatría. Estos últimos, al servicio de los ideales patrióticos, sometían a los afectados a experiencias aún más traumáticas que el frente de batalla: a la temible faradización se añadía el juicio condenatorio por su cobardía que les empujaba en numerosos casos al suicidio. [20]

Así, al poco tiempo de dar a conocer al mundo el descubrimiento del inconsciente, que vio la luz en 1900, -con la publicación de La interpretación de los sueños– y pocos años después de la conferencia de 1910, estos pioneros se vieron comprometidos en una acción que iba mucho más allá de la atención de los pacientes en los despachos hasta alcanzar una dimensión social y política. Ante la hecatombe europea y la consecuente caída de los imperativos patrióticos y guerreros, la acción freudiana demostraba ser capaz de aportar soluciones nuevas evitando la condena y la segregación de muchos jóvenes combatientes al situarse con independencia, sin someterse a ideales o normas, siendo su principio y su fin el rescate y la protección del ser humano en singular.

En el marco del  V congreso que tuvo lugar en Budapest en 1918 y en presencia de autoridades gubernamentales, médicos y militares de países comprometidos en el conflicto bélico (Hungría, Austria y Alemania) tuvo lugar una importante discusión sobre las neurosis de guerra.[21] Parecía haber llegado la ocasión para la asimilación y el reconocimiento del psicoanálisis freudiano, tan denostado hasta entonces por la clase médica.

En esta oportunidad Freud inició su conferencia con una puesta a punto de los avances producidos hasta el momento, admitiendo las imperfecciones y valorando los desafíos a los que se enfrentaba el saber analítico, dando lugar a una posible inclusión de modificaciones que pudieran significar un progreso clínico. Una vez más se refirió a la naturaleza compuesta de los síntomas, cuyos distintos elementos son, pieza a pieza, accesibles al análisis sin que sea necesaria la posterior intervención del analista para que puedan ser integrados en la subjetividad hasta ese momento “desgarrada”, “disociada” por efecto de las defensas. La vida psíquica refleja una natural tendencia a la psicosíntesis, y los fragmentos que se conquistan en el trabajo analítico no permanecen aislados sino que se integran rápidamente en una nueva unidad. Precisamente, ése es uno de los riesgos de la aceleración inconveniente del análisis, la precipitación a una conclusión inapropiada, trayendo consigo el indeseable “saldo de alivios insignificantes y pasajeros.”

Freud, advertido ya de las desviaciones que pueden derivarse de las modificaciones de la técnica reclamadas en esa ocasión -sobre todo por Ferenczi-, no desdeña las novedades pero advierte que el llegar a admitirlas comporta la necesidad de llevar a cabo una “penetrante labor, conforme a reglas especialísimas” llegando a enunciar la norma ética fundamental de nuestra acción en este nuevo campo: “La cura analítica ha de desarrollarse, dentro de lo posible, en la abstinencia.”[22]  Y lo explica: “rehusamos decididamente a adueñarnos del paciente que se pone en nuestras manos y estructurar su destino, imponerle nuestros ideales y formarle con orgullo creador a nuestra imagen y semejanza.”[23] La insistencia de Freud en este punto no puede ser más explícita, intentando sensibilizar a sus colegas acerca de la diversidad de los peligros que acechan en la labor analítica, haciendo notar el celo con el cual es preciso resguardar la independencia del psicoanálisis respecto a “cualquier violencia aún la encubierta con las mejores intenciones.”

Luego de mencionar algunas de las nuevas direcciones en las que parece comenzar a orientarse la clínica, avizorando acciones distintas a la meramente interpretativa, concluye su discurso con la mención al restringido alcance de la labor analítica, en manos de unos pocos analistas, quienes sólo pueden ocuparse de un número limitado de pacientes.  Avanza Freud en la suposición de que en un futuro las masas populares, que no sufren menos la neurosis, pudieran beneficiarse del tratamiento analítico en el marco de instituciones estatales que pudieran ofrecerlo de manera gratuita a los ciudadanos. No sin dejar claro que cualesquiera que sean la estructura y composición de estos dispositivos terapéuticos, “sus elementos más importantes y eficaces continuarán siendo, desde luego, tomados del psicoanálisis propiamente dicho, riguroso y libre de toda tendencia.”[24]

Esta advertencia por parte de Freud sigue teniendo absoluta vigencia,  supone mantener los principios del psicoanálisis “puro” en la acción de los posibles dispositivos de psicoanálisis aplicado que puedan llevarse a la práctica. Constituye el núcleo esencial de la Escuela de Psicoanálisis según la proposición de Lacan.[25]

Visto retrospectivamente y a la luz de nuestros conocimientos actuales no era baladí que Freud se anticipara así a las consecuencias que podían derivarse de la creación de las clínicas psicoanalíticas que iba a tener lugar poco tiempo después.

Para entender su alcance es preciso estar al tanto de los acontecimientos que tuvieron lugar y de sus consecuencias; teniendo en cuenta los cambios políticos producidos en Europa luego de la caída de los Habsburgo, cuyo imperio se había extendido durante setecientos años, once países y catorce lenguas. Al tiempo que se instauraban experiencias republicanas en Austria y Alemania, los analistas fueron artífices directos o participaron activamente en muchos de los cambios sociales que tuvieron lugar desde ese Vº congreso hasta el año 1938, fecha en la que Austria se rindió al dominio nazi y Freud se exilió en Londres.

En la Europa de entreguerras y a pesar de la catástrofe humanitaria y de las penurias económicas derivadas que trajo consigo la terrible contienda mundial, La República de Weimar y la Viena Roja constituyeron los escenarios privilegiados en los que se pusieron en marcha avanzadas políticas sociales, educativas y sanitarias acompañados, en el caso de Viena, de proyectos urbanísticos de gran alcance. El psicoanálisis se difundió rápidamente en este clima de efervescencia comunitaria, intelectual y artística, de movimientos feministas y libertarios. Y los analistas tomaron parte decididamente en la vida ciudadana con la creación de instituciones y dispositivos de atención, además de implicarse en la difusión del psicoanálisis. La prensa se hacía eco de los vivos debates y el prestigio de Freud era indiscutible.[26]

La apertura del Instituto Psicoanalítico de Berlín tuvo lugar el 24 de febrero de 1920, propiciada por el sostén económico de Max Eitington y el Ambulatorium vienés abría sus puertas el 22 de mayo de 1922, luego de superar su director Hitschmann un sinfín de obstáculos. Resulta apasionante conocer los entresijos y avatares de ambas instituciones que mantuvieron durante años una tensión rival a medida en que se convertían en reputados centros asistenciales y dispensadores neurálgicos de la formación analítica adonde recalaban todos aquellos interesados en practicar el psicoanálisis que afluían desde distintos países.

Este éxito en la conquista de la autoridad del discurso analítico trajo consigo nuevos peligros para la autonomía del discurso que en algunos casos dejaba de orientarse, desoyendo a Freud, por el anudamiento de las dimensiones clínica, epistémica y política en pos de su asimilación a la psicoterapia. Por otro lado, los intentos de regulación de la práctica amenazaban el psicoanálisis laico. La estandarización de la formación y la selección de los candidatos yugulaba la inventiva diluyendo la figura del analista cultivado en modelos especializados. No menos peligrosas fueron las tentativas de convertir el psicoanálisis en una cosmovisión revolucionaria por parte de analistas -como Reich- cercenando el edificio freudiano para conservar sólo ciertos fragmentos útiles a dicha construcción.

Pero el triunfo del nazismo tuvo enormes consecuencias sobre el joven movimiento psicoanalítico de esta primera y segunda generación. Desde la persecución de los analistas judíos que se vieron obligados a emigrar, hasta el cierre de las clínicas y centros analíticos hasta la apropiación, por parte de los “arios”, de las instituciones analíticas en Alemania, incorporando el psicoanálisis, ya “limpio” de su raigambre freudiana, al conjunto de las psicoterapias que abogaban por la salud racial del régimen del Tercer Reich.

Acción de los analistas lacanianos

Herederos de aquella noble estirpe y curtidos en el aprendizaje de los escollos con los que nuestros antecesores tropezaron y de las desviaciones que tuvieron lugar a pesar de la atención vigilante de Freud, muchos analistas orientados por la enseñanza de Lacan han asumido los retos derivados de los impasses actuales de la civilización. Inventando dispositivos institucionales y asistenciales que los desplazan de las consultas comprometiéndoles en acciones de alcance social desde una política lacaniana.[27] A la vez que llevan a cabo un trabajo de elucidación en el ámbito de la Escuela, preservando de este modo la articulación con la dimensión clínica y epistémica requerida por los fines éticos del discurso.

En el ciclo La práctica lacaniana en instituciones que tuvo lugar en Madrid hemos invitado a hablar de sus experiencias a una serie de analistas lacanianos que no dudaron en tomar a su cargo la realización de instancias de psicoanálisis aplicado teniendo en consideración la estructura del ser hablante y la distinción lógica de los cuatro discursos necesaria para mantenerse alerta evitando derrapar hacia otros fines no analíticos cuando su intervención es requerida.  Animados por un deseo decidido en sus cometidos, demuestran que la acción lacaniana, si bien carece de garantías, se ajusta a la Causa Freudiana. Y que es el deseo del analista, formado en su propia experiencia analizante, el que otorga la fuerza y el convencimiento necesarios para la extensión y el progreso del psicoanálisis.

En la primera entrega del ciclo que dio lugar a una publicación que lleva por título La práctica lacaniana en instituciones I intervinieron Bruno de Halleux, director de Antenne 110, Bernard Seynaheve, director de Le Courtil, Daniel Roy, responsable del Taller Crecer sin padres de Bulgaria y Philippe Lacadée, responsable terapéutico del hospital Demi-Lune y de los laboratorios del CIEN.

En la segunda entrega participaron los autores que se integran en este Tomo II:

François Ansermet trabaja sin descanso en la interface medicina-psicoanálisis. Desde el Servicio de Psiquiatría del niño y el adolescente en el Hospital Universitario de Ginebra ha puesto en marcha, entre otros, un dispositivo de atención en Neonatología. La atención a la subjetividad en casos de urgencia, indeterminación sexual, así como en el campo de la reproducción asistida. Son de obligada referencia sus libros Clinique de l’origine y A cada uno su genoma.

Jean-Robert Rabanel es el responsable terapéutico del Centro Nonette desde hace cuarenta años, un lugar pionero en el tratamiento de la psicosis y el autismo.

Y Gil Caroz, presidente de la Eurofederación de Psicoanálisis, creador de un dispositivo de atención para adolescentes, quien trabaja de manera incansable en la búsqueda de formas inéditas de saber hacer con lo real de la clínica.

Al igual que en ocasiones anteriores hemos seleccionado y traducido algunos de sus textos previamente a fin de preparar la visita de cada uno de ellos. Estos trabajos se incluyen en este libro junto a sus intervenciones madrileñas.

El efecto de transferencia suscitado por el ciclo madrileño encendió el deseo de hacer institución, de unirnos a la serie de los analistas que afrontan la clínica del siglo XXI inventando alternativas, creando espacios de atención desde la convicción de que en la acción lacaniana  se dirime el futuro del psicoanálisis,  en el ámbito de la clínica y en tal sentido es freudiana. Porque son los hallazgos de la práctica los que nutren la elaboración y los avances del saber analítico.

Así vio la luz la Red Psicoanalítica del Nucep destinada a proporcionar un stage institucional a los participantes y un tratamiento orientado por el psicoanálisis a personas que se encuentran en situación de precariedad económica debido a la crisis que atraviesa nuestro país. En los laboratorios clínicos ponemos a punto los medios del discurso analítico para alojar las modalidades sintomáticas de nuestra época.


[1] Que tomaría la forma de “neurosis de autocastigo, con los síntomas histérico-hipocondríacos de sus inhibiciones funcionales, con las formas psicasténicas de sus desrealizaciones del prójimo y del mundo, con sus secuencias sociales de fracaso y de crimen.” J.Lacan, La agresividad en psicoanálisis. En O.E. RBA Barcelona.2006. p. 116

[2] Miller

[3] Concepto acuñado por Lacan para distinguirlo de la negación. Ambos remiten a la operación de rechazo, pero las consecuencias de la negación se verifican en lo simbólico, en cambio, las de la forclusión, se experimentan en lo real.

[4] J.C. Milner, L’universel en éclats. Verdier. París. 2014. P. 26

[5] J.C. Milner y J.A. Miller, ¿Desea usted ser evaluado? Miguel Gómez Editores. Málaga. 2004

[6] J.Lacan. La Cosa Freudiana

[7] “Este género de utopías, que consiste en ‘crear por ukase’, disfrazado de cálculo, todo un sector burocrático a partir de los diktats de un pequeño grupo cientificista, promete futuros radiantes que nunca serán.” E. Laurent, La batalla del autismo. Grama. Buenos Aires. 2013. P. 154

[8] ABA:

[9] J.C.Maleval et Michel Grollier, Lacan Quotidien Nº 568/569

[10] Haute Autorité de la Santé.

[11] Trastorno del espectro autista.

[12] Un grupo de presión, reunido en torno a asociaciones que se caracterizan por una ideología radical, preconiza una ruptura total, no sólo con el abordaje relacional, sino también  con la dimensión de cuidados. En nombre de una creencia de acuerdo con la cual el autismo sería un “trastorno” puramente cognitivo, sólo serían admisibles los métodos educativos centrados en el aprendizaje de funcionamientos elementales.” E. Laurent, ibídem. P.13

[13] Asociación Mundial de Psicoanálisis.

[14] Ecoutez les autistes! http://www.autistes-et-cliniciens.org/spip.php?page=plan

[15] Birger Sellin, Temple Grandin, Donna Williams, Daniel Tamett

[16] En este sentido es fundamental conocer el trabajo de la profesora canadiense Michelle Dawson, ella misma autista: La mala conducta de los conductistas. Desafíos éticos para la industria del ABA-autismo. Blog del Foroautismo 2015.

[17] J-Lacan, Seminario XI Los cuatro conceptos del psicoanálisis

[18] S. Freud, El porvenir de la terapia psicoanalítica. Editorial Biblioteca Nueva. Tomo II. Madrid. 1973. P. 1564

[19] Ibíd, pág. 1566

[20] Para el estudio de estas páginas fundamentales de la historia del movimiento analítico son de lectura insoslayable los libros de Elizabeth Ann Danto, Psicoanálisis y justicia social (1918-1938). Editorial Gredos. Madrid. 2013. 

Y Freud et les Berlinois  de Laura Sokolowsky. Presses Universitaires de Rennes. Rennes 2013

[21] A partir de las contribuciones de Ferenczi, Simmel, Jones, Abraham y Freud.

[22] S. Freud, Los caminos de la terapia psicoanalítica. En O.C. Tomo III. Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. P. 2459

[23] Ibíd, 1460

[24] Ibíd. 1462

[25] J.Lacan, Acta de Fundación de la Escuela Freudiana de París

[26] En 1920 Freud fue llamado a testificar como experto por la Comisión de Investigación del abandono al Deber Militar que investigaba las torturas ejecutadas por psiquiatras militares durante la guerra en la acusación al famoso psiquiatra Wagner-Jauregg. Aprovechó la ocasión para explicar la diferencia del tratamiento psiquiátrico y el analítico de las neurosis de guerra, recalcando que para este último los soldados afectados no eran simuladores. En 1924 recibió un homenaje del más alto nivel honorífico como Ciudadano de Viena.

[27] J.A. Miller, Política lacaniana. Colección Diva. Buenos Aires