Autistas: profesores de autismo

Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: El único deber, ser moderno. Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual; todos fatalmente lo somos. Jorge Luis Borges, Luna de enfrente.

Una colisión actual: autismo y educación

Habiendo transitado ya dos décadas del siglo XXI, henos pues ante las diversas encrucijadas que ocasiona el estado de los discursos en la época que estamos atravesando. Sin duda, el malestar en la educación se ha convertido en uno de sus máximos escollos. El éxito, entre otros, de documentales tales como La educación prohibida del realizador German Doin y Camino a la escuela de Pascal Plisson, así como de los filmes de ficción que advierten del peligroso poder de sugestión que puede ejercer un profesor (La ola de Dennis Gansel, o que enaltecen su efecto benéfico (La profesora de historia de Marie-Castille Mention Schoar nos dan una idea de las transformaciones que se experimentan en el campo de la enseñanza. Desde distintos ámbitos se anuncia la inminencia de un cambio de paradigma educativo a lo que ha venido a añadirse el efecto de la pandemia.

Por otra parte, hemos visto crecer de manera exponencial el diagnóstico de TDA en los últimos años, a la vez que una operación política en manos de las burocracias sanitarias reclama sin cesar la exclusión del autismo del ámbito clínico. En vistas a ser considerado un problema netamente cognitivo, (originado en una supuesta causalidad orgánica o cerebral), y debiendo ser tratado mediante métodos que tienen como objetivo la “abrasión del síntoma”[1] y que los afectados denuncian como un factor de sufrimiento y angustia añadidos debido a la presión “capacitista”: al pretender eliminar la dimensión subjetiva de los síntomas el único propósito de los protocolos de actuación se dirige a su “objetiva” desaparición. Para lo cual el terapeuta, convertido en educador implacable, no se privará de violentar la resistencia de su paciente, adherido a “errores de juicio”, a “comportamientos irracionales”, a un esquema que gobierna sus “estrategias inadaptadas”[2]. Como último recurso, la administración de psicotrópicos le permitirá doblegar los espíritus indómitos, cuya expansión se acrecienta día a día proporcionando suculentos beneficios a las farmacéuticas[3] aún a sabiendas de que no existe un fármaco específico para el autismo.

Una colisión de enormes consecuencias sociales reúne, en una dimensión problemática, por un lado, el resquebrajamiento estructural del sistema pedagógico evidenciando, más allá de las sucesivas reformas, que algo no marcha en la educación. Y, por otro, el destierro de la psiquiatría relacional y el psicoanálisis en pos de un tratamiento netamente reeducativo del autismo, ignorando el reclamo de los clínicos y de los propios autistas. M. Dawson, profesora canadiense,autora de La mala conducta de los conductictas. Retos éticos para la industria autismo-ABA[4] ella misma autista, “opone la temible complejidad y la gran especialización de saberes que demuestran tener los autistas y, por otra parte, los comportamientos simples que les quieren imponer y que no les interesan.”[5] No descarta Dawson que el llanto, los gritos agudos y las huidas que manifiestan los niños se deban a su insurgencia ante el hecho de verse obligado repetitivamente a abandonar sus “puntos fuertes.”  Erigiéndose en portavoz de los autistas, ella explica que “la tendencia a los extremos, la disidencia y la erudición, revelan que somos partidarios del saber implícito.”[6]

Ese es precisamente el aspecto que el psicoanálisis permite esclarecer, el de la relación del ser hablante con el saber, una concepción que se distingue del mero aprendizaje por ser esencialmente inconsciente, el lenguaje se va incorporando sin una voluntad o una intencionalidad, dejando un sedimento que Freud comparara a un sistema de escritura. El saber incluye al sujeto en su singularidad, es derivado del encuentro de cada uno con la lengua que no por casualidad se denomina materna. Aunque pueda ser desconocida para el propio interesado, esta memoria lleva la marca personal de sus traumas, de su deseo, el estilo personal de su curiosidad. Por eso el psicoanálisis considera a los síntomas del autismo como escrituras a la espera de ser leídas, porque incluso bajo la forma de estereotipias, están vinculadas a nuestra irremediable necesidad de acordar nuestra existencia a la dimensión de la palabra. Somos, por naturaleza, seres hablantes. Incluso en aquellos casos extremos donde el mutismo es casi absoluto, debemos tener presente que el silencio forma parte de la palabra y requiere ser respetado. Así nos lo confía Hélène Babouillec[7] cuyo callado confinamiento subjetivo no ha impedido su expresión en la escritura, donde encontró una vía para afianzar su identidad. Tal consideración de la subjetividad autista se sitúa en las antípodas del proyecto de las teorías cognitivo-conductuales consiste, esencialmente, “en pensar juntamente el cerebro, el espíritu y la máquina. Ellos hacen la hipótesis de que el espíritu sería al cerebro lo que el programa es al ordenador.”[8]  La clave de esta ideología es la noción de información y su traspaso, a lo que deben aplicarse las técnicas adecuadas a fin de favorecer los aprendizajes.

Dignidad de la escuela

En su excelente ensayo De l’école[9], Jean Claude Milner estudió la extraordinaria metamorfosis operada en el campo de la educación a partir de la mutación informática. La noción de comunicación, eje de los cambios sociales, vino a sustituir a la de transmisión ocasionando modificaciones sustanciales en los diferentes saberes y en el modo de concebir la educación y la enseñanza.  Entronizada la comunicación como Scienza Nuova, la pedagogía devino “ciencia de la educación”, basada en una teoría de la infancia, concebida ésta como tabula rasa a la que hay que modelar siguiendo los preceptos pergeñados por la “epistemo-política”, que Jacques-Alain Miller propuso, en clara referencia a la “bio-política” tematizada por Foucault para designar la producción de seres vivientes como proyecto de poder.[10]

El objetivo de los universitarios se orienta a devenir “profesionales” de dicha ciencia. Encaminada a la instrucción en las técnicas de aprendizaje en desmedro de los contenidos y de la función del maestro, despojado del deseo particular que podía imprimir a sus clases. Entonando el himno a la innovación pedagógica, todo deviene comunicable y, por ende, siendo comunicable ya existe, volviéndose viejo de entrada, obsoleto y sin interés. El creciente fracaso escolar y la tasa de bajas por depresión de los enseñantes, la más alta en relación al colectivo de trabajadores vienen a entorpecer “el mejor de los mundos posibles” que prometen los manuales. El aburrimiento y la abulia ganan terreno en este ambiente mortificante, asfixiante, sometido al control y a la evaluación, que ocasiona la reducción de la educación al aprendizaje. En este último se elude la problemática del saber como tal, el cual se articula al inconsciente y las pulsiones,[11] es decir, a la singularidad de su impronta del lenguaje en cada uno, imposible de universalizar en una metodología.

Según Jean-Claude Milner la escuela seguirá teniendo sentido en cuanto se continúe reconociendo el límite del saber y del no-saber, porque allí anida la posibilidad de la investigación y de la creación. Desde este punto de vista ningún saber es inútil, sólo es inútil la ignorancia.

En cambio, el empeño en la productividad, el rechazo de todo aquello que no es útil convierten el paso por la escuela en un destino inexorable.  No parece casual que en la crisis actual de la educación el problema del autismo se haya convertido en uno de los síntomas más acuciantes, suscitando un debate de gran calado ético y político.

La segunda parte del excelente libro de Eric Laurent La batalla del autismo está dedicado a la desarticulación del “procedimiento explosivo” con el que se intentaban silenciar otras voces[12] en pos del omnicognitivismo. Y que Laurent no duda en catalogar como “disfuncionamiento democrático”: “Una campaña mediática, orquestada por profesionales que se han hecho portavoces de algunas asociaciones de padres (…) cuya finalidad es promover terapias conductuales como única solución adaptada al autismo.”[13]

Paso a paso es examinada por Laurent esta “tentativa de intimidación mediática” que mediante una argumentación pretendidamente irrefutable y elaborada en una neolengua burocrática, perseguía el aislamiento de los tratamientos de orientación psicoanalítica y de la psiquiatría relacional en favor de las eufemísticamente llamadas “recomendaciones” que desacreditan el abordaje clínico en beneficio del método ABA. En lo relativo a la campaña del autismo, “aunque el epicentro se sitúa en Francia hay que pensarlo a nivel global.”[14]

Frente a este atropello es preciso tomar posición: “El psicoanálisis es una disciplina crítica que ayuda a mantener viva la distancia ética necesaria respecto de los anhelos de erradicación a toda costa de los síntomas que nos molestan, o de conformidad frente a ellos. Nos ayudará a despertar de las pesadillas autoritarias que surgen como falsas soluciones y falsas ventanas, ante las dificultades crecientes de las democracias sanitarias para gestionar contextos multifactoriales en los que la ciencia sólo puede indicar vías de solución posible, si disponer de LA solución del problema al que se enfrenta. Las tentaciones autoritarias se reactivan, precisamente, en las zonas donde el modelo “problema-solución”, promovido como la panacea, alcanza sus límites. El campo del autismo es una de ellas…”[15]

Siguiendo a J.C. Milner el par problema-solución acentúa su carácter objetivo, es opuesto al de cuestión- respuesta, cuyo alcance es subjetivo. Por lo tanto, es propio de la cuestión permanecer abierta y, el de las distintas respuestas, no atentar contra esta condición.[16]  Por eso, a partir de las consecuencias terribles para la civilización que ocasionó la así llamada “solución final” al “problema judío” deben despertarse todas las alertas cuando las cosas se dirimen en estos términos. Lo cual suele ser frecuente cuando la democracia social ha sustituido a la democracia como sistema político, explica Milner. En este caso, la mayoría vale por el todo, la decisión de la mayoría pasa a ser la decisión de todos. Los menos numerosos deben renunciar a sus propias convicciones para adherir a la mayoría consolidándose así el pensamiento único.

El análisis de la gestión del alma del hombre moderno por parte de los economistas que aporta Frank Schirrmacher es esclarecedor para entender el modo en que se gestan las mayorías en la era del capitalismo de la información. Este autor demuestra que, gracias a la democratización del uso de Internet, se ha impuesto un modelo que tuvo su origen durante la Guerra Fría. Se trata de una nueva “ciencia” basada en la rational choice theory, la teoría de la elección racional, conocida como teoría de juegos.  Según este modelo el ser humano actúa siempre por móviles egoístas. Se diseña una acción suponiendo que el contrincante, como el propio jugador, intentará sacar siempre el máximo beneficio, y para obtenerlo no se privará de hacer uso de la falsedad. Lo único que puede establecer un límite es el miedo, el cual oficia de presión para una actuación “razonable” que recibirá entonces su recompensa.

Según Schirrmacher no fueron los psicólogos quienes elaboraron los nuevos modelos de comportamiento y de mentalidad basados en “el propio interés racional” sino economistas, físicos y matemáticos.

Según este “modelo del ego”, concebido como una ley natural, toda la complejidad del comportamiento humano puede traducirse al lenguaje de la matemática: las máquinas no entienden de psicología, pero saben calcular muy bien cómo se maximiza el beneficio. La gestación del llamado, por este autor, “Número 2”, el nuevo ser humano surgido del cálculo de algoritmos, induce un estado mental similar al trance en el que la verdad ha sido sustituida por el mercado de las preferencias. Así, las decisiones no son gestadas en el interior de cada uno sino desde fuera, en la medida en que se está obligado a captar las señales de otros y a adaptar su comportamiento a las circunstancias.[17] Las campañas mediáticas digitadas de acuerdo con este modelo, están destinadas a eliminar las contradicciones con el acuerdo de la mayoría.

En palabras de Eric Laurent, es preciso considerar al autismo como un revelador de la condición del ser hablante. Definido este último como un ser de comunicación, el autismo desvela una falla esencial de la posibilidad de comunicarse.[18] La lengua, a la que Freud llamó Ello no está hecha para comunicar, y por tanto no se aprende, no se trata de una actividad reflexiva. Al nacer, el ser hablante se sumerge en las aguas del lenguaje, y allí se prende a algunos restos desde donde puede surgir la dimensión de la palabra y el lenguaje y el lazo social: “El hecho de que un niño diga quizá, todavía no, antes de que sea capaz de construir verdaderamente una frase, prueba que hay algo en él, una criba que se atraviesa, a través de la cual el agua del lenguaje llega a dejar algo tras su paso, algunos detritos con los que jugará, con los que será muy necesario arreglárselas.”[19]  El autista revela, según Lacan, un estado “congelado” de la palabra y con ello zanja la cuestión de la discapacidad, en rigor, sólo atribuible a los sordomudos. Por esa razón esta consideración vuelve posible otro tratamiento de los signos del sujeto que se materializan como rechazo al diálogo, como una negativa a la colaboración, a la participación, en fin, como formas radicales del No.

Al tomar en cuenta “el estado congelado de la palabra” y su incidencia en la dificultad relacional, el discurso analítico hace posible otra modalidad de respuesta, indagando en los posibles “Sí”, a fin de ir ofrecer actuaciones en el sentido favorable al sujeto y a sus íntimas preferencias. Es el único y verdadero canal de conexión con la subjetividad del autista, amordazada en muchos casos, debido a la necesidad de defenderse de los excesos (llamados sensoriales) que irrumpen en su cuerpo cuando el borde encarnado en el doble, en un objeto o en una actividad deja de cumplir su función de protección.

¿Quién enseña a quién?

El testimonio que ofrece el escritor rumano Matei Câlinescu en su libro Retrato de M, la biografía de su hijo autista titulada Matthew’s Enigma en la versión inglesa es aleccionador. “M era un ser del todo distinto. Una vez Misty amiga de Irina [ esposa del escritor]le pidió con aire de broma un “autógrafo” y M, amable y sonriente, firmó con su letra incierta, laboriosa: Profesor Matthew Calinescu.” El padre confiesa haberle indicado entrecomillar el término “profesor”, debido a la falta de concordancia con la “realidad”, no era su hijo un profesor universitario. M., entristecido, se sometió al dictado paterno. Sin embargo, al echar la vista atrás, el autor reconoce su equivocación. En otra lógica, afirma, su hijo era un auténtico maestro, “tímido, discreto, angelical e inefable, iba ofreciendo a los que se le acercaban, dádivas de misterio y serenidad, cosas inestimables.”[20] Y, más adelante: “M. era, sin quererlo, sin saberlo, un pequeño maestro del humor absurdo, cristalino, inocente, infantil, tocado a veces por el ala de la poesía.”[21]

El libro de Câlinescu se suma a la serie de escritos por padres de autistas en los que queda constancia de las dificultades que han padecido durante el escarpado camino después de haber recibido el temido diagnóstico de esta “tragedia del lenguaje” según la expresión de Ionesco citada por el autor. Quien concluye con una profunda reflexión: “Ha transcurrido casi un año de la muerte de M. Y en todo este tiempo he seguido leyendo y pensando en el autismo y en el síndrome de Asperger como si él estuviera vivo. Sigo esforzándome en comprenderle.”[22] 

Una confesión tanto más valiosa cuanto que, a renglón seguido, relata el conmovedor encuentro de su hijo con Donna Williams en ocasión de una conferencia suya, organizada por la ASA (Sociedad para los autistas de América). Autora, entre otros, del libro Alguien en algún lugar. Diario de una victoria contra el autismo, ella supo reconocer al joven que le escuchaba extasiado desde la primera fila. Al finalizar, se acercó a él, le preguntó su nombre y le dijo: “Donna saluda a Matthew.”

Donna Williams, profesora de autismo en el sentido de Mattew, a través de sus libros y conferencias, ha conseguido transmitir los angustiosos entresijos de una manera de estar en su mundo oprimida por la necesidad de excluirse y, sin embargo, el deseo de habitar el mundo de los demás. Enigma para ella misma, su excepcional autotratamiento a través de la escritura constituye el mejor desciframiento de sus comportamientos y su manera de pensar, así como el resultado del esfuerzo titánico para salir del autismo una vez puesta en cuestión esta “insondable decisión del ser”, según los términos de Lacan.  Ella pudo captar que “la gente no tenía ninguna noción de lo que era ser sordo al sentido”[23], y no al sonido, precisa.  Así pudo comprender que, para sobrevivir “entre esa gente, ellos tenían que saber cómo ayudarme.”[24] Entonces cayó en la cuenta: “debía enseñar a los profesores a enseñarme.”[25]

Es también el designio de Naoki Higashida, el joven autor de La razón por la que salto. Con el apoyo de su madre y una profesora consiguió salir de su silencio autista a través de un nuevo sistema de escritura. Según explica, lo sostuvo la convicción de que para vivir su vida como ser humano no hay nada más importante que poder expresarse.[26] En este libro, construido a partir de las preguntas que suscita su extraño comportamiento, ofrece sus respuestas a tales enigmas con el ánimo de ayudar a los padres de muchos autistas que no consiguen expresarse. ¿Por qué habláis tan alto y tan raro los autistas?  ¿Por qué repetís las preguntas que os acaban de hacer en lugar de responder? ¿Por qué hacéis cosas que sabéis que no debéis hacer, aunque os hayan dicho un millón de veces que no las hagáis?  Estos y otros interrogantes van puntuando esta conmovedora guía hecha desde un llamado de socorro: “Por favor, hagáis lo que hagáis, no os rindáis. Necesitamos vuestra ayuda.”[27]

Al final del libro lamenta este joven escritor que la gente no entienda “lo hambrientos de conocimientos que estamos realmente los autistas”[28]

Según nos explica Sebastien Mattieu[29] en sus videos titulados Autísticamente yo los autistas tienen en común sólo las dificultades que experimentan, pero difieren en la visión que cada uno tiene del mundo. Este joven de treinta y pocos años nos hace partícipes del sufrimiento inaudito que ha vivido y alerta respecto de la incomprensión por parte de los “neurotípicos” que, creyendo saber qué es el autismo, imponen sus preceptos de forma cruenta.

Guiados por el saber sobre la estructura que aportan en sus valiosos testimonios, -las auti-biografías, como las denomina D. Williams-, y por la ingente producción de tantos y tantos autores orientados por la enseñanza de Lacan, los practicantes, padres y educadores pueden encontrar las vías destinadas a salir de la impotencia en la que encalla el discurso del amo, y donde arraigan todas sus violencias. Una salida posible para quienes, animados por el propósito de alcanzar la lógica en la que el sujeto autista está atrapado, pretenden ofrecer una salida a los que prefieren[30] no hacer ni decir lo que se ha estipulado, lo que se espera o demanda, o, en el más lamentable de los casos, lo que se exige de manera autoritaria.

Sabios de un saber inédito, sólo los autistas pueden suministrarnos los puentes para un intercambio posible. Queda a nuestro cargo pues, la responsabilidad de aprender esta gran lección sobre el autismo.

Por una verdadera inclusión

Para incluirles verdaderamente hace falta algo más que una declaración de intenciones; es preciso hacer un lugar a lo que rompe los cánones del “pensamiento racional.” Hace falta otra manera de enseñar, otra manera de pensar.

El riesgo de la educación inclusiva “por decreto” radica en el pensamiento normativo que la sustenta, que clasifica y elimina la singularidad; las clases se constituyen como un todo, los iguales y los diferentes.

En cambio, un conjunto se forma con elementos no homogéneos y es la lógica que conviene a la inclusión verdadera de los autistas en una comunidad. Porque incorpora el conjunto vacío (la normalidad) e impide la exclusión, al hacer un lugar a cada uno y alojar a los niños no sólo como seres de goce, eventualmente dóciles, pero habitualmente rebeldes, sino como seres de saber[31]. Saberes extraños, insólitos, acerca de los infinitos mundos aún no escritos en la experiencia[32]y, por lo tanto, reacios al pensamiento estandarizado y a la identificación común. Una educación orientada por el psicoanálisis no intenta aplicar un método, al sustentarse como una praxis simbólica que incluye y respeta lo imprevisible, lo insólito, se guía más bien por los impasses, por las dificultades y no por ideales abstractos y universalizantes.

En palabras de Freud: “La escuela nunca debe olvidar que trata con individuos todavía inmaduros, a los cuales no se puede negar el derecho a detenerse en determinadas fases evolutivas, por ingratas que éstas sean. No pretenderá arrogarse la inexorabilidad de la existencia; no querrá ser más que un jugar a la vida.”[33]

Texto: Vilma Coccoz.

Ilustración: Roberta Namakula. Partisan.


[1] J.C. Maleval, Étonnantes mystifications de la psycothérapie autoritaire. Navarin. París. 2012

[2] Ibídem.

[3] El excelente documental La infancia bajo control realizado por Marie-Pierre Jaury muestra las dudas atinentes a la pretendida “evidencia científica” de la medicalización de la infancia.

[4] Citado por Eric Laurent, op.cit. p. 186

[5] Citado por E. Laurent, La batalla del autismo. Grama. Buenos Aires. 2012. P. 191

[6] Ibídem.

[7] H.Babouillec, Algorithme éponyme. El film Dernières nouvelles du cosmos ofrece constituye un documento único de esta experiencia vital singularísima.

[8] J.C. Maleval, op.cit. p.84

[9] J. C. Milner, De l’école. Verdier Poche. París.2009

[10] J.A.Miller, L’enfant et le savoir. En Peurs d’enfants. Navarin. París. 2011. P. 16

[11] E.Laurent, Les traumatismes du savoir. En Le savoir de l’enfant. Navarin. París 2013. P. 154

[12] Documental dirigido por Iván Ruiz

[13] E. Laurent. La batalla del autismo. Grama. Buenos Aires. 2013. P. 139

[14] Eric Laurent, op.cit. p.139

[15] Ibídem. P. 215

[16] J.C.Milner hace esta distinción para explicar el modo en que fue tratado el Judenproblem, “el problema judío”. Más habitualmente conocido como Judenfrage, “la cuestión judía.” Esta podía orientar hacia una solución o hacia una respuesta. Endlösung, la solución final, es el nombre con que se conoce el exterminio de los judíos europeos. Milner apunta algo fundamental: en el lenguaje de las cancillerías que utilizaba el partido nazi no había nombres propios o apropiados, se trataba de una solución definitiva. J.C. Milner Las inclinaciones criminales de la Europa democrática. Manantial. Buenos Aires. 2007. P. 12-13

[17] F. Schirrmacher, Las trampas del juego capitalista. Ariel. Barcelona. 2014.

[18] E.Laurent. La batalla del autismo. Grama. Buenos Aires 2013. P.210

[19] J.Lacan, Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Intervenciones y textos II. Manantial. Buenos Aires. 1988. Pág. 129

[20] M. Câlinescu, Retrato de M. Miguél Gómez Ediciones. Málaga. 2012. P.21

[21] Ibídem. P.21

[22] Ibídem. P. 202

[23] D. Williams. Alguien en algún lugar. Need Editores. Barcelona. 2012.n p. 66

[24] Ibídem. P.106

[25] Ibídem. 140

[26] N.Higashida. La razón por la que salto. Roca Editorial de Libros. Barcelona. 2014. P.28

[27] Ibídem. P.  36

[28] Ibídem. P.123

[29] S. Mathieu, Autistiquement moi. En su canal Youtube

[30] V. Coccoz, La distinción del autismo. En Nuevas formas del malestar en la cultura. Grama. Buenos Aires. 2001.

[31], J.A.Miller, Peurs d’enfants. Navarin. París 2011. P.18

[32] Alusión al texto de Freud sobre Leonardo De Vinci.

[33] S. Freud, Contribuciones al simposio sobre el suicidio. En O.C. Tomo III. Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. Pág. 1636