Descartes,  los sueños, la luz

La enigmática división subjetiva que ocasiona el lenguaje en los seres humanos atravesó los siglos hasta que una nueva relación del sujeto con el saber haría posible su desciframiento y el acceso a una resolución: “…es impensable que el psicoanálisis como práctica, que el inconsciente, el de Freud, como descubrimiento, hubiesen tenido lugar antes del nacimiento, en el siglo que ha sido llamado el siglo del genio, el XVII…”[1] 

Formulada como una división entre el saber y la verdad, la experiencia del cogito cartesiano dio lugar a la institución del sujeto en sentido moderno, el sujeto de la ciencia. Por este motivo, según lo manifiesta Lacan en el Seminario de la Etica del Psicoanálisis: “No reconocer la filiación o la paternidad cultural que hay entre Freud y cierto vuelco del pensamiento manifiesto en ese punto de fractura (…) equivale a desconocer a qué tipo de problemas se dirige la interrogación freudiana.”[2]

Aunque dicho “vuelco en el pensamiento”, el nacimiento de la ciencia en sentido moderno, fue anticipado por la invención del cuadro. Gracias a una alianza del arte y las matemáticas, durante el Quattrocento, tuvo lugar una “revolución de la mirada” [3] que culminó en el hallazgo de la perspectiva geometral. A partir de entonces el mundo, hasta entonces un libro a ser descifrado, devino un mundo a ser descubierto, explorado con los propios ojos. Independiente de la mirada divina y de la verdad revelada, el Hombre se vuelve una entidad psicológica autónoma, capaz de representarse el mundo. “La idea del mundo como representación del sujeto estaba ausente de la filosofía escolástica.”[4]

La aparición de la ventana en arquitectura trajo como consecuencia la institución del sujeto moderno como espectador (homo videns)[5]y propició la invención del cuadro pictórico. Desencadenando transformaciones en cadena que cambiarían los fundamentos de la organización espacial de la subjetividad al abrirse paso una nueva manera de gozar a través del ejercicio de la pulsión escópica, la que añade goce al sentido de la vista.

El cono visual, delicia de la óptica y la geometría, depende del sujeto reducido a un punto y de los rayos luminosos análogos a hilos que le unen a las apariencias de los objetos: así nace el mundo como representación.[6] La transparencia del vidrio y la penetración de la luz como partes integrantes de la estructura de la ventana, habrán de configurar un ámbito interior y uno exterior, separando lo visible de lo escondido. Así, el mundo privado se separa de la escena pública, perfilándose la esfera de lo íntimo, el lugar donde ocultarse una vez cerrados los postigos.

El filósofo que atraviesa esta extraordinaria mutación de la mirada Occidental de cabo a rabo fue Descartes. Atenazado por la búsqueda de un método para discernir la verdad, se impuso un arduo y doloroso trabajo, debiendo luchar contra la desidia y la modorra para mantenerse firme en su empresa. Habiendo comprobado que los conocimientos adquiridos provenían, en muchos casos, de opiniones falsas e inciertas, su firme resolución fue someterlos a la prueba de la duda. A sus veintitrés años abandonó sus libros y su país en pos de viajar, ver cortes y ejércitos, recogiendo experiencias con la voluntad de ponerse a sí mismo a prueba, convencido de “…encontrar mucha más verdad en los razonamientos que cada uno hace de las cosas que le importan.”[7]

Escrito en su lengua materna, el francés, y enunciado en primera persona, su Discurso del método no tuvo otro fin que comunicar su hallazgo, fruto de un tormentoso recorrido personal, causado por: “… un inmenso deseo de distinguir lo verdadero de lo falso para ver claro en mis acciones y andar con seguridad en esta vida.”[8] En este periplo consiguió liberarse de muchos errores que pueden ofuscar y nublar el pensamiento. Gracias a analogía de la verdad con la luz natural emergerá su concepción de las ideas “claras y distintas” a las que debe aspirar la razón una vez sometidos los juicios a un cuidadoso examen. Ninguna pregunta se ahorrará Descartes en su pesquisa decidida.: “Estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata puesta y este papel en mis manos (…) Cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos sino es poniéndome a la altura de esos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado (…) que aseguran constantemente ser reyes, siendo muy pobres, ir vestidos de oro y púrpura, estando desnudos…”[9]

Su espíritu honesto le obliga a admitir que en sueños se ha representado las mismas cosas, a veces más inverosímiles que las proclamadas por esos insensatos. Aún estando seguro de mirar el papel con los ojos despiertos, recuerda haber sido engañado, mientras dormía, por ilusiones semejantes. No encuentra pues indicios concluyentes para distinguir con claridad el sueño de la vigilia: “…acabo atónito, y mi estupor es tal que casi puede persuadirme de que estoy durmiendo.”[10]

Una y otra vez se somete a la pregunta acerca de cómo estar seguro de que nuestra vida no es un sueño, hurgando en la duda. Hasta llegar a considerarla, por fin, como su punto de apoyo, un punto “arquimédico”, dice Lacan. Un asidero real, aunque frágil de su existencia. “Como hombre que tiene que andar solo y en la oscuridad”[11], el filósofo andante resolvió entonces ir despacio y cuidadosamente para, al menos, librarse de caer. 

La noche del 16 de noviembre de 1619

Describe Descartes la situación particular en la que un súbito encuentro con lo real, en forma de angustia, vino a conmover su espíritu durante esa noche de invierno, en Alemania.[12] Apartado de las conversaciones que le aburrían y “sin sufrir perturbación ninguna a causa de las humanas pasiones”; solo y encerrado, sentado junto a la estufa, pudo entregarse enteramente a sus pensamientos. Esa noche en la que “descubrió los fundamentos de una ciencia admirable” tuvo tres sueños consecutivos que interpretó como mensajes divinos. Que el padre del racionalismo haya encontrado los significantes cruciales de su doctrina en los sueños constituye una sólida prueba de que Dios es un nombre del inconsciente.

Freud fue requerido por Maxim Leroy para contribuir a interpretar aquellos sueños de Descartes.[13] En su respuesta a tal solicitud confiesa la ansiedad que le provocó esta demanda, poco se obtiene en la interpretación de los sueños que prescinde de la palabra del soñante. Pero inmediatamente advierte que nosotros no los comprendemos, pero el filósofo supo traducirlos por sí mismo.

El primero de los tres sueños se sumerge “… en la noche, cuando todo es fiebre, tormenta, pánico, fantasmas se levantan ante el soñante. Este trata de incorporarse para ahuyentarlos. Pero vuelve a caer, avergonzado de sí mismo, sintiendo una gran debilidad que lo incomoda del lado derecho. Bruscamente ábrese una ventana de su habitación. Presa de espanto, se siente transportado por las ráfagas de un viento impetuoso que lo hace voltear varias veces sobre el pie izquierdo.

Arrastrándose y vacilando, llega ante los edificios de un colegio en el cual ha sido educado. Intenta realizar un esfuerzo desesperado para entrar en la capilla, a fin de cumplir allí sus devociones. En ese momento pasan algunas personas. Quiere detenerse, hablarles, observa que una de ellas lleva un melón. Pero un viento violento lo arroja nuevamente a la capilla.

Abre entonces los ojos, atormentado por un fuerte dolor en el lado izquierdo. No sabe si sueña o está despierto. Despierto a medias, se dice que un genio malévolo ha querido seducirlo, y murmura alguna plegaria para exorcizarlo.”[14]

Vuelve a dormirse. Un repentino trueno lo despierta, llenando su habitación de chispas. Se pregunta una vez más si duerme o está despierto, si es un sueño o una fantasía, abriendo y cerrando los ojos para llegar a una certeza: luego, tranquilizado y gracias a su razonamiento, “…pudo darse cuenta de que las chispas no eran de un fuego real sino producidas en la oscuridad por su propia vista alterada.”[15]

Un tercer sueño, no tan angustioso como los anteriores, remataría la noche: Descartes abre un diccionario, luego una antología de poesías. Este caminador intrépido [sic] sueña sobre el siguiente verso: Quod vitae sectabor iter (¿Qué camino seguir en la vida?) Entonces, de pronto, llega un hombre que él no conoce y que pretende hacerle leer una pieza de Ausonio que comienza con estas palabras Est et Non (Sí y No). Pero el hombre desaparece y llega otro. El libro se desvanece a su vez; luego vuelve adornado con retratos grabados en cobre. La noche, por fin, transcurre en calma.”[16]

El Diccionario, se dijo, representaba el conjunto total de las ciencias y la colección de poesías a la filosofía y la sabiduría que se halla en el espíritu de todos. Ya despierto siguió meditando sobre el sueño. El título completo de la poesía de Ausonio es El Sí y el No de Pitágoras. Entonces comprendió que aludía a la verdad y a la falsedad de los conocimientos humanos y de las ciencias en general. El clima de este último sueño era agradable, apacible. Era una indicación de que esos asuntos transcurrían en él resultarían gratos como una vocación en la que volcar los esfuerzos de su vida futura. Su voluntad lo guiaba al conocimiento cuando imaginó el colegio como un refugio. Otros símbolos referían a la soledad, que le era grata[17], a los peligros del Genio Maligno y a la benevolencia de Dios que guiaba sus pasos hacia la salvación. Era la noche de San Martín, muy celebrada por los franceses, con mucho vino y comidas. Descartes aseguraba haberse acostado sobrio aquella noche.”[18]

Freud deduce que el elemento perturbador del movimiento, impidiéndole “seguir el camino recto en la vida”, la hemiplejia del primer sueño, constituye una figuración del conflicto interior padecido por el soñante. Y cuya máxima expresión, para el gran artífice de la duda metódica, se indica como la alternativa entre “el No y Sí” de la poesía de Ausonio.

En este caso la tensión subjetiva toma la forma de disyuntiva moral. Entre el “viento que lo arrastra” -figuración de las amenazas del genio maligno-, y el melón, una metáfora de “los encantos de la soledad”, del estado de pecado que pudo haber ocupado la imaginación del joven solitario enclaustrado, comenta Freud. Según Leroy, el propio Descartes vinculaba el terror y el pánico del primer sueño a sus remordimientos respecto a los pecados cometidos en la vida pasada. El trueno del segundo sueño, fue interpretado como la señal de la verdad que descendía para apoderarse de su espíritu; en tanto el tercero, más sosegado, le dibujaba su porvenir. La tensión entre el sueño y la vigilia como pugna entre lo entre lo falso y lo verdadero remite pues a una esencial división subjetiva y los tres sueños, tomados en su conjunto, parecen corresponder a las tres escansiones del tiempo lógico lacaniano: el instante de ver ( de golpe se abre una ventana, el trueno), el tiempo para comprender (la interpretación), y el momento de concluir. El tercero es resolutivo, Descartes refiere que a partir de entonces sabe cuál es la senda en la que encaminará sus pasos. La duda se convierte, ella misma, en certeza de una falta (de la verdad) inaugurándose así el modo de conocimiento característico de la razón moderna.

Durante los nueve años que siguieron a esa noche decisiva se impuso el filósofo itinerante mantenerse en ese estado de duda, rondando por el mundo, “avanzando enmascarado”, fingiendo que las cosas no diferían de sus sueños, “procurando ser más bien espectador que actor en las comedias que en él se representan.”[19] En el invierno de 1628 dio por finalizado su periplo con la redacción de las Reglas para la dirección del espíritu.

Descartes, llamado por Hegel “héroe del pensamiento” consiguió transformar una indagación personal en un método.[20] Los detalles de esta metamorfosis nos son dados a conocer palmo a palmo. Como el momento en que, llevada al extremo su radical desconfianza respecto de qué puede ser o no digno de crédito, apela a la figura del Genio Maligno. Aún pensando que todo es falso, que un engañador astutísimo empleara todo su empeño en embaucarle, aún burlado, “si lo pienso, es porque soy”, si se me miente, no cabe duda que soy. Así emerge la primera y famosa conclusión Cogito ergo sum.  

Sí ¿pero qué soy? Una sustancia cuya naturaleza es pensar y es, por tanto, independiente de toda cosa material, se responde. Viéndose impelido a encontrar una manera de distinguir lo verdadero de lo falso en sus pensamientos, llegará a seleccionar una idea destinada a “operar la juntura de la representación y lo real”.[21]  Se precipita así en la idea de Dios.  Duerma yo o esté despierto, se dice, dos más tres serán siempre cinco y el cuadrado no tendrá más de cuatro lados. El sueño no impide que estas ideas sean ciertas porque así lo quiere Dios, de Él reciben su garantía.

Este es el mayor pase de esgrima en la historia del pensamiento, según Lacan. Mediante el cogito Descartes se asegura de un real, que queda a salvo, como un resto, incluso puesto en duda todo lo demás. Su ser proviene de su pensamiento, pero la verdad quedará en manos del Otro que no quiere el engaño. Aunque, como lo ha precisado Miller, existe un aspecto menos conocido que la duda; Descartes también dejaba a salvo la unión del pensamiento con el cuerpo, más precisamente con la carne.[22]

A la idea de Dios recuperada a través de ese pase de esgrima se agregarán los argumentos reciclados de la escolástica. Puesto que es “repugnante”, afirma el filósofo, que lo perfecto se origine en un ser imperfecto, tales ideas verdaderas no pueden provenir del hombre. La humana dependencia de una sustancia corporal, sujeta a mutaciones y limitaciones, no se aviene con los atributos divinos de perfección, infinitud, omnisciencia. A diferencia del hombre, Dios no es un ser compuesto. Si en el mundo hay cuerpos o inteligencias imperfectas, éstas no podrían subsistir sin Él, la causa de la creación continua.[23]

La descripción del mundo que Descartes pretende debe eludir la ilusión de los sentidos, causantes de los engaños. Construye entonces una física en la que la noción de máquina se conjuga con las diferentes hipótesis.  Aplicando a los cuerpos las ideas de extensión, duración, peso y medida -que Dios habría introducido como leyes de la naturaleza-, propone, al modo de los geómetras, un espacio continuo o sustancia extensa. Así quedaría demostrado que el ser humano es un compuesto de alma y cuerpo, de sustancia pensante y sustancia extensa, si bien dicha unión permanece en el misterio.  

La experiencia cartesiana, “hazaña insigne” según Lacan, dio lugar al aislamiento de un momento de certidumbre cuya fórmula ha atravesado los siglos. Pero remite a un momento evanescente, fugaz. No subsiste como una conquista de una vez y para siempre.  Es claro que supone un franqueamiento, una separación respecto a la alienación (en el conjunto de los saberes establecidos) pero requiere validarse en su continua repetición. Más que un saber, constituye un punto de orientación. Por lo tanto, “resulta fraudulento extender su privilegio a todos los fenómenos de consciencia con el fin de otorgarles un estatuto.”[24]  Sobre todo si se toma en cuenta que, para la ciencia, el cogito representa la ruptura con toda seguridad derivada de la intuición.

La entronización del yo y la consciencia dependen de la configuración del espacio geometral[25] cuya estructura, como decíamos anteriormente, es equivalente a una ventana. Homóloga a la perspectiva inaugurada en el pensamiento por el cogito cartesiano. Por eso en mi consciencia sólo recupero mi representación. Aferrado a la imagen especular, el yo (una función de desconocimiento según su definición lacaniana) puede ignorar cuál es el agujero, la fractura constitutiva de su ser.  Cuando esa grieta se hace presente, permite vislumbrar hasta qué punto el sujeto que interesa al psicoanálisis está “atrapado, manipulado, capturado en el campo de la visión.”[26]

Así se explica que la emergencia de la angustia tenga lugar cuando las coordenadas del campo geometral de la visión se modifican, al punto de suscitar sentimientos de despersonalización. Debido a la irrupción súbita de un objeto “ansiógeno”, que modifica las leyes de la percepción, y arrastra consigo los parámetros de la objetividad. Ese objeto no se ve, por no ser especularizable[27] y Lacan lo nombra objeto a.  La angustia demuestra ser el afecto que no engaña, el signo de lo real que gobierna nuestras acciones.

El misterio del sueño

Descartes se vio obligado, pasando por  la ficción del Otro engañador, a recurrir a la mediación de un Dios infinito como garantía de las llamadas verdades eternas. Que son tales porque así lo quiere Dios.[28]  Arribando a esta solución elegante, sienta las bases de una ciencia en la que Dios no se inmiscuye, no se pone a leer los libros de matemáticas; y el discurso científico puede avanzar, imparable, hacia la formalización de la Naturaleza. En lo que respecta al estudio del cuerpo, la influencia de la física será determinante en las ideas respecto a su funcionamiento que se han ido elaborando desde entonces, subrogados del compuesto dual cartesiano.

Fue entonces cuando la psicología llamada científica pretendió sentar las bases de la actividad “normal” de la mente mientras la psiquiatría componía los cuadros de las enfermedades mentales. Pero el discurso de las llamadas histéricas, “marcado por el signo del engaño”[29], vendría, cual epidemia, a poner en jaque al discurso del amo sostenido por el médico, para quien ellas representaban la realidad más rechazada, la más negada. Se las condenaba por mentirosas. Otra verdad reclamaba su carta de ciudadanía a través de sus cuerpos enfermos de Otra cosa, invisible a la mirada científica, a las leyes del organismo.  Freud se dispuso a escucharlas y de ese acontecimiento de discurso surgió un nuevo deseo, el del psicoanalista.

Al postular una causalidad psíquica, -la hipótesis del inconsciente- en el origen de los síntomas, inauguraba un saber cuyo axioma fundamental remite a la singularidad, diferenciándose de la universalidad de las leyes “para todos” que caracteriza el conocimiento científico. En los Estudios sobre la histeria Freud nombra los casos uno por uno: Emmy, Lucy, Catalina, Isabel.

El quehacer de Freud es cartesiano, afirma Lacan. Allí donde un pensamiento falta (ellas proclamaban su ignorancia) Freud está seguro de su presencia en otra parte. Así apuntala el inconsciente en la experiencia más singular, como el signo de la división subjetiva entre saber y verdad inaugurada por Descartes. El proceder freudiano permitió el acceso a los pensamientos reprimidos, metaforizados en los síntomas corporales y en la formación de fenómenos psíquicos llamados normales, hasta ese momento tan intrigantes como desdeñados: el sueño, el chiste, el lapsus, los actos fallidos.

En una carta que Freud dirige a Fliess confiesa su más íntima aspiración, que un día fuera colocada en su casa una placa recordatoria de que allí, el día 24 de julio de 1895, “el Dr. Sigmund Freud halló el misterio del sueño.”

El sueño, aseveró Freud, es una realización de deseos. No una fantasía que colma un anhelo, sino un modo de revelación del deseo como corazón del ser. Desiderio es la formulación del cogito freudiano.


[1] J.Lacan. La ciencia y la verdad. O.E. RBA. Barcelona. 2006. P. 835-6

[2] J.Lacan. Seminario VII La ética del psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires. 1992. P.121

[3] G. Wacjman. Les experts. Puf. París. 2012. P.8

[4] J.A. Miller, Curso de la Orientación Lacaniana. L’être et le Un. Inédito. Clase del 26/1/2011.

[5] G.Wacjman. Fenêtre. Verdier. París. 2004. P.53

[6] Idem. P.86

[7] R. Descartes. Discurso del método. Alianza Editorial. Madrid. 1979. P.75

[8] R. Descartes. Idem.

[9] R. Descartes. Meditaciones metafísicas. Alfaguara. Madrid. 1977. P.18

[10] Idem.

[11] Descartes. Discurso… op.cit. P.81

[12] Cfr. Discurso… p. 77

[13] S. Freud, Carta a Maxim Leroy sobre un sueño de Descartes. O.C. Tomo III Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. P. 3094

[14] M. Leroy, Citado por Freud. Op.cit. p. 3095

[15] G. Fernández. El cogito cartesiano: de la experiencia del vacío a la recomposición de la metafísica. En Revista Descartes nº 18. Anáfora. Buenos Aires. 2003.p-56

[16] S. Freud, op.cit. p.3095

[17] Descartes se aplica a resolver la duda representada en el sueño por la tensión entre la parte izquierda y la derecha, pero dejando de lado detalle del “melón de un país extranjero.” Aunque, comenta Freud, el soñante ha tenido la original idea de figurar así “los encantos de la soledad, pero representados por solicitaciones puramente humanas.”

[18] Idem. P.57

[19] Descartes. Discurso. P. 90

[20] C. Flores Miguel. Estudio introductorio. En Descartes. Gredos. Madrid. 2014. P. 17

[21] J.A. Miller. “Dios es el Otro, el pasador de la representación a lo real.” Curso de la Orientación lacaniana. Clase 26/1/2011. Inédito.

[22] J.A.Miller. El inconsciente  y el cuerpo. Wapol.org

[23] Descartes. P.97

[24] J.Lacan. Posición del inconsciente. O.E. RBA. Barcelona 2006.p. 810

[25] Que puede ser perfectamente reconstruido  por un ciego.

[26] J.Lacan. Seminario XI Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires. 1989. P.99

[27] J.A. Miller. La angustia. Gredos. Madrid 2007. P. 111

[28] J. Lacan. Idem. P 232-233

[29] J.Lacan, op.cit.. p.41