El cartel como dispositivo original para la elaboración de saber en el marco de la Escuela

I

Una perspectiva novedosa respecto al cartel encontramos en la intervención de Lacan durante las Jornadas de Estudio de los Carteles en la Escuela Freudiana de Paris que tuvieron lugar en abril de 1975.

Es habitual que estudiemos el cartel tomando en consideración su diferencia con el grupo, fundado éste en la identificación con el Ideal representado por el líder y en la identificación horizontal entre los miembros en torno a su influencia. Esa fue la vía en que avanzamos quienes habíamos padecido las consecuencias negativas de ese funcionamiento en los llamados grupos de estudio. Y es posible valorar el entusiasmo trajo consigo la fundación de la Escuela Europea de Psicoanálisis, en los años 90. Ello suponía, por un lado, trabajar en el marco de este original dispositivo con colegas de otros grupos que en ese momento se reunían en torno a la formación de la Escuela y, por otro, intentar contribuir al esclarecimiento doctrinal acerca de la novedad que aporta este singular modo de investigación o estudio con otros.  

Si en el cartel tiene lugar una “elaboración provocada” según la expresión de Miller es debido a que en él se toma en cuenta la dificultad de elaborar un saber propio, resultado de una enunciación singular, imposible de alcanzar cuando la inhibición reina debido a la sugestión producida por el Ideal encarnado en el jefe y por los efectos de acomodación que manifiestan los miembros del grupo, a pesar del sufrimiento que pueda traer consigo ese “confort” grupal.

En este sentido el cartel es un lugar privilegiado donde pueden surgir y recibir un tratamiento adecuado algunos de los síntomas de la Escuela. Lacan lo tuvo en cuenta al proponer que las crisis de trabajo pudieran tratarse “a cielo abierto.” Desde el comienzo de su enseñanza él se había preocupado de proponer un modo de transmisión del psicoanálisis y un modo de asociación cuya lógica tuviera en cuenta el descubrimiento del inconsciente. En 1964, coincidiendo con su elaboración doctrinal del objeto a, funda su Escuela -un modo nuevo del trabajo considerado desde la perspectiva de una experiencia colectiva-, coherente con la estructura del ser hablante que culminará en la formulación del fantasma como marco de la realidad subjetiva.

A la elaboración de la estructura del sujeto del inconsciente, vinculada a la falta en el Otro, vino a añadirse la elucidación de su complemento pulsional, real -el objeto a- una invención fundamental que permitía concebir un real operativo y no sólo descriptivo o explicativo como se advertía en muchas de las elucubraciones de la IPA.

Esta consideración, aplicada al lazo entre los analistas, que hasta el momento se reunían en sociedades por medio de vínculos sustentados en la identificación, puede funcionar tomando en cuenta otros factores esenciales que operan en el marco de una Escuela de psicoanálisis organizada por el trabajo de cartel y en torno al pase.

A Lacan le preocupaba la continuidad del Psicoanálisis –“el discurso al que sirvo”, decía. No se consideraba su agente. La elaboración provocada del saber en el cartel y en el pase depende de que la Causa Freudiana funcione y propulse ambos dispositivos. En las Jornadas de 1975 reconocía su deseo de que la práctica del cartel pudiera instaurarse de manera más estable en la institución y que pudiera funcionar como una vía de entrada a la Escuela.  Es posible captar que la preocupación más destacada en ese momento giraba en torno a la función del más uno, entendido como un “líder con prestigio y fecha de caducidad.”  

En el cartel cada quien se incluye en su propio nombre y no a partir de su falta en ser, señala Miller. Con la elección de un tema, cada uno se hace responsable del cartel y esto le importa muchísimo a Lacan: la responsabilidad del cartel no atañe solamente al más uno, sino que concierne al conjunto de los que forman parte de él.

La elección del tema que causa la reunión funciona como una insignia, como un significante que oficia de presentación de cada uno, con el cada uno se inscribe en el cartel a título de su nombre propio. Desde ese punto de vista, los miembros son significantes amo al trabajo y no sujetos supuestos al saber. El cartel se propone como un lugar de compromiso y de lazo con la Escuela.

Lacan pensaba que el grupo amplio dificultaba la transmisión del psicoanálisis al favorecer la disolución de lo heterogéneo en lo homogéneo.  Como consecuencia se genera un efecto de masa y trae consigo una inhibición intelectual debido a la participación en un fantasma colectivo.  Ese es el problema fundamental: ¿cómo hacer para contrariar los efectos que inducen la inhibición intelectual?

II

En su intervención en el marco de dichas Jornadas de Carteles Lacan lleva a cabo una distinción entre el cartel y otros modos de agruparse de los seres humanos como es el caso de la comunidad de matemáticos y de las comunidades religiosas. Respecto a la primera, Lacan retoma los enunciados de Russel: “en matemáticas no sabemos de qué hablamos” y “la matemática es un sueño, no tiene ninguna objetividad”; para llegar a decir que a la primera sentencia es preciso añadir que lo que sí saben es “de quién (no de qué) hablamos.” Su tesis es que los matemáticos creen en la matemática como si se tratara de una persona, un sujeto. A lo que Sibony, matemático y analizante suyo responde: “esto nos conduce a la creencia en Dios.”     

Entonces Lacan distingue la relación de cada matemático con la matemática y con la comunidad de matemáticos. Mediante este planteamiento, intenta provocar, inducir en la audiencia la pregunta ¿qué relación tenemos con el psicoanálisis? ¿Qué es lo que interesa, nuestra relación con el psicoanálisis o con la comunidad analítica? ¿Creemos en el psicoanálisis o en la comunidad analítica? Porque, si la comunidad tiene la fuerza para aceptar o no un nuevo objeto como el caso de los números transfinitos de Cantor, quiere decir que la comunidad no es un demiurgo, un principio activo abstracto.

Lo que se impone entonces es tomar en cuenta la relación con la matemática; se está envuelto en esa creencia, se cree allí. Esto no es muy distinto de la creencia en un síntoma, afirma, se cree en ello. Lacan llega a formular que la matemática es un síntoma como La (tachada) mujer y, por lo tanto, que los matemáticos creen en la matemática como se cree en La mujer que tampoco existe en el discurso. La matemática funciona como más-Una, como algo que siempre está presente en la conversación. Es posible entonces homologarlo a la función del más uno en el cartel. El más-Uno encarna una función latente, similar a lo que es la matemática para los matemáticos. Lo nuevo es precisar el límite temporal de esa función que el más-Uno encarna.  El más-Uno toma a su cargo la causa, el objeto a y, a la vez, el agujero para volverlo productivo.

Sibony añade: “El matemático no es libre de no creer en ella” El cree en la matemática, pero no es libre de no creer en ella. Es algo que se les impone, a veces desde la temprana infancia impulsándoles a operar con los números como si se trazara un destino.

La comparación del cartel con la comunidad matemática nos deja este interrogante: ¿creemos en el psicoanálisis como ellos creen en la matemática?

En la otra comparación planteada por Lacan, esta vez con, las comunidades religiosas, se destaca la importancia de que el cartel esté constituido por un número reducido de miembros, insiste en que tal limitación obedece a razones de estructura y propone cotejarlo con las comunidades religiosas, en la medida en que éstas no se plantean la cuestión del límite, no parecen tenerlo. La falta de la condición de límite está unida al anonimato; cuanto mayor es el tamaño de la comunidad más se aprecia esa “condena” al anonimato.

En cambio, en el pequeño grupo del cartel cada uno se inscribe en su nombre.

Lacan explica que nuestro objeto no es el mismo que interesa a esas comunidades. Pero aclara algo esencial: “Hay algo que yo he aportado, la comunidad religiosa toma su fuerza de un mito, un mito de Dios que dista mucho de ser simple, al contrario, es trinitario.” Mi colaboración -afirma- ha sido demostrar que la religión cristiana es verdadera porque en dicha comunidad se han visto obligados a nombrar lo real del nudo, en la exigencia de que el ser -el Uno- tiene que ser triple.

Y entonces añade algo muy sugerente, a tomar en consideración: el nudo, la experiencia más descarnada que tenemos del nudo y de lo real es el obstáculo, la impotencia de nuestro pensamiento; es eso lo que Lacan llama agujero planteándolo como triple -según la topología borronea que anuda simbólico, imaginario y real. La pregunta es ¿cómo sabemos que estamos en el buen agujero? ¿qué es un analista a falta de saber lo que es un agujero?

Todos nos creemos seres sustanciales, dice Lacan, porque imaginamos que nuestra capacidad radica en nuestro pensamiento, cuando, en realidad, lo más interesante y operativo en nuestra existencia y se demuestra en la práctica analítica, es el agujero. Y entonces define la Cosa Freudiana como no sustancial.

III

Uniendo este planteamiento a las dos preguntas que mencionábamos antes, la cuestión es ¿cómo probarnos en qué creemos, si creemos en el psicoanálisis o en la comunidad analítica? ¿cómo probarnos que lo verdaderamente operativo es el buen agujero que es el nombre de la Cosa freudiana? El cartel es un pequeño ensayo de este dilema que se pone en juego cada vez, en cada experiencia y por ello no constituye un método sino un dispositivo que responde a una lógica.

Las resistencias que crea el propio dispositivo se ubican precisamente ahí, porque en el centro de la Cosa está el agujero y esta es la dificultad para el más-Uno, que debe tomarlo a su cargo y… resguardarlo. Si el cartel se vuelve a veces tan sintomático se debe, precisamente, a que nos confronta, por un lado, con la impotencia de nuestro pensamiento y por otro, con la relación que tenemos con el discurso analítico. En lo sintomático del cartel se revela como causa lo insoportable del agujero. Miller así lo reconoce, cuando afirma que no hay ninguna vocación al trabajo de saber, trabajo en el que se requiere una implicación subjetiva.  La invención del cartel, como dispositivo de elaboración de saber, es coherente con lo que nos enseña la experiencia del análisis, donde el saber que se obtiene es preciso provocarlo, hay que objetar la defensa.  Si en el cartel se trata de una elaboración provocada es porque no existe una vocación natural a producir un saber.