Homenaje a las Sinsombrero

En su presentación del próximo congreso Pipol su director, Guy Poblome, destaca que el término patriarcado – en desuso durante mucho tiempo- “…ha vuelto con fuerza a partir de los planteamientos nacidos en las universidades americanas.” Su impacto se hace sentir en diversas disciplinas y campos, él menciona, entre otros, las luchas neo-feministas.

¿Qué aporta lo “neo” desde nuestra perspectiva? Creo que nos encontramos ante una nueva espira, según la propuesta de Jacques-Alain Miller, cuando nos invita a pensar una temporalidad en espiral[1]alternativa al “anhistoricismo propio de los EEUU”- ya que permite anudar el retorno y lo nuevo.

Partimos de la primera conceptualización de Lacan, en 1938 cuando afirma que “los orígenes de nuestra cultura están excesivamente ligados a (…) la aventura de la familia paternalista, como para que no se imponga un predominio del principio masculino…” y precisa: “esta preferencia tiene un revés fundamental, la ocultación del principio femenino bajo el ideal masculino…”[2]  Concebir la historia en espiral permite cernir ciertas escansiones en torno al principio femenino y su carácter herético, a través de sus irrupciones en la cultura y en la política. No se trata de exégesis, ni de cronología, sino de un tejido complejo, multifactorial, en torno al misterio esencial de la femineidad.

Es ese marco se inscribe un acontecimiento de gran calado en la historia de principios del siglo XX: la existencia de las Sinsombrero, el signo viviente de las mujeres que tomaron la plaza pública y se ganaron el reconocimiento de sus coetáneos: artistas, escritoras, filósofas, abogadas, periodistas, actrices, traductoras, editoras.

Un día Maruja Mallo caminaba junto a Dalí, Margarita Manso y García Lorca, cuando decidieron quitarse el sombrero (en esa época signo de estatus social y de recato femenino) para evitar el colapso del pensamiento. Recibieron piedras y abucheos. Fue el comienzo de lo que Ramón Gómez de la Serna, en 1930 define así: “El fenómeno del sinsombrerismo es más amplio y significativo de lo que parece. Es el final de una época, como fue lanzar por la borda las pelucas. Quiere decir presteza en comprender y en decidirse, afinidad en los horizontes que se atalayan, ansias de nuevas leyes y nuevos permisos, entrada en la nueva cinemática de la vida, no dejar nunca en el perchero la cabeza, no apagar las luces del aceptar ir con rumbo bravo por los caminos de la vida, desenmascararse, ser un poco surrealista.”

En esos años sus voces transmitieron el contagioso deseo de cambio que las hacía reunirse en el Lyceum Club para estudiar, conversar, diseñar proyectos pedagógicos, participar activamente en la política. Sin embargo, en la peculiar espira que se teje en nuestra época, el legítimo clamor por la recuperación de su legado por parte del neofeminismo se desliza hacia una continuidad, una historia lineal que pudiera resarcirse, como si la lucha de ellas por afianzarse y conquistar “nuevas leyes y nuevos permisos” -haciendo valer el principio femenino-, pudiera completarse[3] y reanudarse con su recuerdo.

En mi opinión, cierto anhistoricismo contamina estos propósitos. A fin de llevar a cabo un análisis crítico y justo, propongo distinguir varias formas de patriarcado, unos, permeables a su revés femenino y otros, como el franquista, que pregonando la muerte de la inteligencia, usurpando el poder con órdenes militares y en alianza con la Iglesia sembró el terror, extirpó los logros culturales y políticos de las Sinsombrero y sus compañeros de la República.

Tenerlo en cuenta nos ayudaría a precisar el modo peculiar en que los neofeminismos se insertan en cada comunidad cultural, ante los diversos patriarcados que se destacan en este primer cuarto de siglo XXI caracterizado por “la copulación del capitalismo y la [tecno]ciencia.”

Imagen: Las Sinsombrero.


[1] J.A.Miller, Polémica Política. RBA.

[2] J.Lacan, La familia. Editorial Argonauta. Buenos Aires/Barcelona. 1978. P.141. Los subrayados son míos.

[3] Alusión al subtítulo del libro Las Sinsombrero de Tània Balló. “sin ellas la historia no está completa”