El ultimísimo Lacan es el primero

*Publicado en la Revista El psicoanálisis nº 36.

Coraje moral. Esa fue la respuesta hallada por Freud a su íntima interrogación acerca del secreto ímpetu que le permitió desentrañar el trabajo de la deformación onírica hasta alcanzar la solución al enigma de los sueños. Quien pretenda encontrar ese rasgo personal, la tonalidad de su deseo propicia a los descubrimientos que fue realizando durante su vida, no tiene más que empezar por rastrear en su primera gran obra: del análisis de sus propios sueños extrajo Freud la fuerza probatoria de la existencia del inconsciente para darlo a conocer al mundo.

Por su parte, al remontarse a los antecedentes de su “desembarco” en el texto freudiano, Lacan llegó a declarar que se había producido de forma tan necesaria como singular, en virtud de su gusto por “la verdadera huella clínica” -la dimensión literal del síntoma-[1], allí donde confina con los efectos de la creación poética.

Ese gusto se verifica en la coherencia que engarza, cual hilo de oro, los hitos, en su inagotable búsqueda por cimentar la autenticidad y la dignidad de la práctica psicoanalítica y que acabó recalando en la obra de James Joyce, con el propósito de instruirse en la lógica del sinthome hasta llegar al “momento de concluir”, con la confesa aspiración de convertirse él mismo en poema.

Sin pretender exhaustividad, seguiremos algunas de las sendas que permiten enlazar ambos momentos, tomando apoyo en ciertas declaraciones de Lacan y en la guía que ofrecen las puntuaciones ofrecidas por Jacques-Alain Miller, especialmente en su texto Vida de Lacan, cuando nos formulamos la pregunta por el sello singularísimo que distinguió su enseñanza volviendo inseparable su nombre y el de Freud.

Dejamos de lado la psicobiografía confeccionada por E. Rudinesco juzgando que nada aporta a nuestros fines. Se trata de un libro de mal gusto, que destila el amargo resentimiento de quien pretende desembarazarse de la influencia de un maestro cultivando la infamia y hurgando en los detalles que puedan socavar su autoridad.[2]

Jacques Lacan, el psiquiatra estilista[3]

Nacido con el siglo XX, Lacan supo impregnarse en su juventud del Zeigeist de entreguerras, su espíritu curioso captó la efervescencia que brotaba en los distintos campos del saber y del arte. Imbuido de esa atmósfera estimulante anticipaba una “revolución teórica” en el campo de la psiquiatría, vaticinando el surgimiento de una nueva antropología que se abriría paso en el ámbito de la intelligentsia parisina gracias a los estudios de la Fenomenología del espíritu de Hegel y de los textos freudianos.

La recompensa al esfuerzo de esos años de formación transcurridos entre el hospital y los cónclaves de las vanguardias queda plasmada en su tesis sobre la paranoia de autopunición.[4] Reeditada no sin reticencias y advirtiendo a aquellos que pretendían encontrar “ya allí” el corazón de su enseñanza, Lacan celebraba que no hubiera constituido un obstáculo para su camino posterior.

En esa obra se encuentra el fruto de su primera “imprudencia”, una orientación que jamás le ha engañado, asevera, y es la referencia al lenguaje como nódulo de la experiencia subjetiva, “la única materia del trabajo analítico.”[5]  Así, y a pesar de experimentar “temor y temblor” no le vemos vacilar en el curso del Seminario Aún ante la sacudida -llevada a cabo por él mismo-[6] del sólido edificio conceptual forjado durante cuarenta años[7], y precipitarse hacia una cascada de cuestionamientos y reformulaciones de las verdades primeras enredándose en los nudos con los que intentaba ceñir la estructura.

No le vemos retroceder ante la interrogación por la razón que sostiene su trabajo, al aventurarse -aún experimentando el sentimiento de “un riesgo absoluto”- hasta incorporar en la praxis analítica la lección que ofrece Joyce acerca de un uso de la lengua “que no es el ordinario”, que no está destinado a la producción del sentido ni a la comunicación sino a la confección prodigiosa y gozosa de juegos “inconcebiblemente privados.” Visto desde tal perspectiva, no le parece casual a Lacan su encuentro con el autor de Ulises a sus diecisiete años, ni su asistencia a la lectura de la versión francesa a sus veinte. El escritor irlandés tritura las frases, hace brotar enigmas, enciende la chispa polifónica que desbarata el sentido de la lengua inglesa a través del equívoco con otras. “¿Joyce estaba loco? ¿A partir de cuando se lo está?”[8] Estas preguntas reverberan y Lacan admite que le “transportan” a sus comienzos, a sus Escritos inspirados[9], un textode 1931 donde estudió las distintas “alteraciones” del lenguaje en una paciente dotada para el arte poético.[10] Ya entonces reconocía dos dimensiones en el síntoma: la “inspiración” -la vivencia xenopática- específica del tipo clínico, y la dimensión personal,[11] un margen de libertad ineludible en una praxis que se quiere ética.

La enseñanza de las psicosis

Lacan es sin duda el hombre que no retrocedió ante la psicosis[12], y ello no en función de una intrepidez terapéutica[13] sino en razón de su rigor doctrinal, en estrecha concordancia con la precisión autoimpuesta en la consideración de los hechos clínicos. En una de las ocasiones en que vuelve sobre su tesis corrige el título: la psicosis, dice, no tiene que ver con la personalidad, “es un intento de rigor”, y se declara psicótico, “por la sola razón de que siempre he intentado ser riguroso”[14]  La tesis es un ejemplo de argumentación y revisión crítica. Escrita en un estilo accesible y pulido, lleva a cabo una divisoria de aguas, rescata los hallazgos entre la maraña de los prejuicios y demuestra la esterilidad de los intentos por dar razón de los fenómenos desde la perspectiva del déficit.

Persuadido de la necesidad de brindar una “concepción más satisfactoria” de los hechos de las psicosis, escribe una tesis de doctrina[15], y elige para su demostración una “monografía lo más exhaustiva posible.” Su propósito es ubicar los fenómenos de las psicosis en el marco general del sentido, de “lo humanamente comprensible”, articulando tres polos: lo individual, en el que predomina el uso de la lengua; lo estructural (el desarrollo histórico y la dialéctica de las intenciones), y lo social (las leyes mentales de la participación).[16] Una primera versión del síntoma como compuesto trinitario y un apoyo clave para la dilución del espejismo de la dualidades (psique-soma, alma-cuerpo, yo y el otro). A ello añade la sugerencia de tomar en cuenta “la necesidad de satisfacción de la tendencia autopunitiva” en el diseño de la estrategia para orientar a estos sujetos hacia una solución sublimada, a través de actividades que comportan un “deber abstracto.” Una lúcida anticipación de la “orientación a lo real”, en pos de fraguar la inserción, la inclusión en el discurso desde la esencia pulsional del síntoma.

Aiméese reconoce enamorada de las palabras, una mujer de letras.[17] Lacan lo ratifica, valora muy positivamente la vivacidad de su singular estilo y aprecia la fortuna de poder publicar, aunque sea parcialmente, sus dos novelas. No encuentra en ellas los signos de estereotipia ni las anomalías sintácticas “clásicas”, y en cuanto a su contenido, reivindica el reconocimiento de la significación humana de los símbolos que animan esas fantasías emparentándolas con el folklore y las creaciones míticas; abrevando en la fuente de inspiración de los grandes artistas. Los rasgos de las perseguidoras se ostentan allí “libremente”, en la aparición de dobletes o tripletes del Ideal según un principio de “identificación iterativa del objeto” que Lacan vislumbra “emparentado con la creación poética y condición de la tipificación, creadora de estilo.”[18]

Podemos valorar la enormidad del itinerario recorrido entre Aimée el símbolo y Joyce el síntoma; sostenido en una argumentación incesante, tenaz, y guiada por “…lo que se siente más atraído, hablando estrictamente, la dimensión humana”[19], una sensibilidad incomparable hacia el auténtico valor de la escritura. En el caso Aimée, al destacar la importancia de los símbolos que vinculan su delirio a la comunidad y a la cultura.  En el polo opuesto, al subrayar el mérito del escritor irlandés, obstinado en diferir de todo lo enunciado precedentemente; él se cree, dirá, no un artista sino The artist. “Su síntoma anula el símbolo, (…) no hay ninguna oportunidad de que atrape algo del inconsciente de ustedes,”[20] no se reconoce en una identificación común.

Una práctica de palabras

Con Aimée Lacan inaugura un modo de dialogar con el enfermo “sin ningún plan preconcebido”, en las antípodas del interrogatorio psiquiátrico cuya violencia se igualaba a su ineficacia. La capacidad de suscitar la simpatía del enfermo se mostraba esencial para el cese de su reticencia; avizorando que el tratamiento de las psicosis hacía más necesario “un psicoanálisis del yo más que un psicoanálisis del inconsciente.” 

En una justa apreciación de las resistencias Lacan atisba “una experiencia nueva en su modo de operar”[21] que alcanzará su cénit en la práctica post joyceana del psicoanálisis, en un discurso que socorre (le dire qui secours)[22] haciendo un hueco a los que, como Joyce, se revelan “desabonados del inconsciente.” Una praxis orientada a la conquista de la identificación… al síntoma, cuya escritura será transformada en sinthome, haciendo referencia a lo más real y singular de cada uno, al engranaje misterioso donde se anudan el cuerpo y los efectos del lenguaje. En su comentario Miller “tacha” la palabra identificación y la sustituye por encarnación.[23] 

La última enseñanza de Lacan está abocada a pesquisar los medios para alcanzar, a través del decir, la operatividad que el autor de Finnegan’s Wake obtuvo a partir de su creencia en el síntoma: “él quería ser Joyce el Síntoma”, le reservó la función de ser su escabel, quiso ser alguien cuyo nombre consiguiera sobrevivir para siempre.”[24]

No vacila Lacan en aplicar tal deducción a sí mismo al proferir que su “reacción” al descubrimiento del inconsciente de Freud ha sido la invención de lo real, que constituye por tanto “su respuesta sintomática.”[25]

“Yo soy más bien activo, la dificultad me estimula”[26]

Esa aseveración se evidencia si apreciamos, con Miller, que la ambición de la enseñanza de Lacan es transmitir el verdadero alcance del “traumatismo Freud”, proviene de alguien que no se quedó conforme[27] y puso en juego un deseo inédito: ¡Qué ejercicio para formar espíritus, y qué mensaje para prestarle la propia voz.”[28]

Teniendo en cuenta las coincidencias de sus intereses tempranos con aquellos que inspiraban los ardientes debates y la producción intelectual de los años 30, resulta claro que tuvo la ocasión de fraguarse un promisorio futuro: “¡Qué hermosa carrera de ensayista hubiésemos podido hacer con este tema favorable a todas las modulaciones de la estética!”[29]

Sin embargo, él encontró “más interesante” dilucidar los prejuicios de los psicoanalistas[30] que colaborar con las proclamas revolucionarias y surrealistas reclamando el derecho a escribir sin censura, a partir de un automatismo psíquico generador de “otras realidades”, despreciadas por el academicismo o por las estrechas miras de la “razón razonante.” 

No parece anodino que en el único escrito donde encontramos mención a sus “antecedentes” cite sólo a Dalí y a Crevel en el momento de valorar los ecos que tuviera su tesis en sus contemporáneos.

Con el método paranoico-crítico el pintor demostraba haber comprendido que la paranoia es lo normal, que los fundamentos vitales del conocimiento se desprenden de un “antropomorfismo primordial”, siendo el conocimiento de una persona anterior al conocimiento de los objetos, siempre secundario.[31] Queda patente en la aparición súbita, “alucinatoria”[32] del cuadro El Angelus de Millet, el “ fenómeno delirante inicial” donde ya está presente que “él ya sabía” sobre el mito trágico que alberga esa imagen, percibida “como otra”, condensando múltiples asociaciones, siendo las infantiles “las más delirantes y las más poéticas.” A partir del trabajo formal de organización y composición llevado a cabo por el artista, quien acusa al principio “una crisis activa del objeto”, verán la luz nuevas realidades. Por esa misma época Lacan consideraba indispensable el conocimiento aportado por la vivencia paranoica y su concepción del mundo, para resolver los problemas insolubles de una antropología que no se ha “liberado del realismo ingenuo del objeto.”[33] Este hecho se convertirá en una brújula de la última enseñanza: “todo el mundo delira cuando se proponen fórmulas universales.”[34]

Es el resumen del lento trabajo de elaboración de las consecuencias que extrajo del acontecimiento de discurso que tuvo lugar con Freud, cuando la sexualidad asumió la función de la verdad y reveló un agujero en el saber: “…no se sabe con qué pie bailar a propósito de lo que es verdad.[35]

El clavecín de Diderot[36]

Podemos imaginar que Crevel, un espíritu tan lúcido como apasionado, haya vibrado con la tesis de Lacan. La razón ha traicionado al espíritu, tronaba en su texto mezcla de alegato, ensayo y testimonio. El método metafísico, soberano en el mundo capitalista, cultiva la división del cuerpo y el espíritu dando forma a un sospechoso humanismo del cual se sirven, entre otros, “los señores de la higiene mental”, siervos de ideales pútridos y oscurantismo. En dicha saga incluye a los psicoanalistas que habiendo traicionado los fundamentos freudianos, proponen tesis oportunistas o prodigan interpretaciones estandarizadas, sordos al discurso del sujeto, como pudo experimentar en su propia carne.

Siempre preocupado por la seriedad de la práctica del psicoanálisis Lacan consigue en El momento de concluir satisfacer su primitiva idea, la necesidad de formular una nueva antropología. Los seres humanos son seres agujereados (troumains), huecos según el poeta T.S.Elliot.

Pero el riesgo de farfullar con el agujero se vuelve tan presente como la estafa de alimentar el sentido sin límites. Encontrará Lacan una vía posible escribiendo “lalengua en una sola palabra, con el designio de hacer sentir algo”[37] La interpretación analítica deberá ser coherente con esa realidad e inspirarse en la poesía a fin de orientar a los seres hablantes hasta captar otro nivel del lenguaje, distinto del ser que se prodiga en la palabra y que Miller designa como un ser al costado, “una escritura de existencia” vinculada a la materialidad de lo escrito, lo igual a sí mismo, lo que no cambia ni puede ser negado, en fin, lo real del rasgo que nos distingue a unos de otros, y nos hace incomparables.

Nos evoca a Crevel, quien reclamaba la libertad de percutir las teclas de la sensibilidad y la memoria, cultivando la capacidad de jugar (jouer pariente pobre de jouir, gozar). El más sensible de los clavecines es el poeta, el que hace (poiein) brotar nuevos mundos de la materia sensible del lenguaje. El analista lacaniano, clavecín del inconsciente, debe saber leer y hacer sonar en las teclas de lalengua la vibración que se haga sentir en el silencio del Ello, hasta que el analizante consiga alcanzar su nombre propio.


[1] A la que denomina “envoltura formal.”

[2] El excelente libro La leyenda negra de Jacques Lacan. Elizabeth Roudinesco y su método histórico de Nathalie Jaudel lleva a cabo una revisión crítica de lectura obligada para quien pretende formarse una opinión justa de los acontecimientos cruciales de la vida de Lacan, de la poderosa influencia que ejerciera en sus contemporáneos y del valor de su legado. Grama. Buenos Aires.2016

[3] Clervoy P., Henry Ey, 1900-1977: cinquante ans de psychiatrie en France. Citado por Guy Briole en Le jeune Lacan, tel qu’en lui même. La Cause Freudienne Nº 79. Navarin Editeur. París. 2011. P. 99 El calificativo le fue concedido por sus colegas psiquiatras que notaban en él “un brío particular, un gusto por la precisión, una cultura excepcional.”

[4] J.Lacan, De la psicosis paranoica y sus relaciones con la personalidad. Nueva Visión. México. 1979

[5] De nuestros antecedentes, En Obras Escogidas, RBA Barcelona, 2006 p.60

[6] Lacan contra Lacan, Miller dixit.

[7] Inaugura la última enseñanza de Lacan en el curso del Seminario XX Aún.

[8] J.Lacan, Seminario XXIII Le sinthome, Paidós. Buenos Aires. 2008. p. 75

[9] Lacan, Écrits inspirés, www.valas.fr

[10] Citando a Breton, asimila el valor de estos escritos a los frutos de la técnica inspirada en la proclama del Manifiesto surrealista.

[11] “Insondable decisión del ser”

[12] En la apertura de la Sección Clínica enuncia ese designio.

[13] François Leguil, Lacan L’hospitalier, En La Cause Freudienne nº 79. Navarin. París 2011

[14] J.Lacan, Conférences et entretiens dans des universités nord-américaines. Scilicet 6/7. p.9

[15] De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. Siglo XXI México. 1979 p. 279

[16] Un  anticipo de la  tríada, lo real, lo simbólico y lo imaginario.

[17] Dominique Laurent reconstruye el “trayecto de la letra” (siempre teniendo en cuenta que en francés “lettre” significa letra y carta):  Aimée es quien lee a su madre analfabeta las cartas, mantiene una relación epistolar con su primer amor, trabaja en el correo, y proyecta para sí misma un futuro de célebre escritora, a la vez que denuncia el desorden moral del mundo editorial, periodístico y artístico adjudicándose la misión de su mejora. Autora de dos novelas, su reconocimiento llegará a través de la tesis de Lacan. En Retour sur la thèse de Lacan:l’avenir d’Aimée. En Ornicar nº 50. Navarin. París. 2003. p.129

[18] J. Lacan, El estilo y la experiencia paranoica, En La psicosis paranoica… op.cit. p.336

[19] J.Lacan, Conferencia de Ginebra sobre el síntoma. En Intervenciones y textos 2. Manantial. Buenos Aires. 1988- p. 144

[20] J.Lacan, Seminario XXIII, op.cit, p163

[21] J.Lacan, De la psicosis paranoica… op. cit. p. 255

[22] J.Lacan, L’insu..., inédito. Clase del 11 de enero de 1977.

[23] J.A.Miller, Sutilezas analíticas. Paidós. Buenos Aires. 2011 p.92

[24] J.Lacan, Seminario XXIII Paidós. Buenos Aires 2008  p. 163

[25] J.Lacan, Seminario XXIII, op.cit.,  p.130

[26] Lacan, Le sinthome, p. 141.

[27] J.A. Miller, El ultimísimo Lacan, Paidós. Buenos Aires. 2013  p. 11

[28] J.Lacan, La Cosa Freudiana, en O.E. p. 387

[29] J.Lacan Presentación de Las memorias de un neurópata, En Otros Escritos. Paidós. Buenos Aires. 2012. p. 233

[30] capturados en la entronización de la función del yo y de la adaptación a la realidad, resistencia “teórica y técnica” cuya desarticulación fue posible gracias a su invención del estadio del espejo.

[31] J.Lacan, De la paranoia….p. 297

[32] Salvador Dalí, El mito trágico de “El Angelus” de Millet, Tusquets. Barcelona. 1998

[33] J.Lacan, El estilo y la experiencia paranoica. En De la psicosis… op. cit. p.337

[34] J. A. Miller Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015 p. 315

[35] J.Lacan, Mi enseñanza, op.cit. p. 39

[36] René Crevel, Le clavecin de Diderot. Disponible en Internet.

[37] J.Lacan, Seminario El momento de concluir. Inédito. 11 de abril de 1978.

Ilustración: Loui Jover.