La víctima: entre lo real y los discursos

Lo real y la verdad

Existe un sentido amplio, generalizado, de la palabra ‘víctima’, lo cual motiva que, en ocasiones, sea difícil de atrapar, de saber a qué se está refiriendo exactamente quien lo usa. Por tal razón, aquí restringiremos su significado a aquella persona que, habiendo sufrido un daño real en su subjetividad, un hecho traumático y brutal, se ha quedado sin voz. Sin voz para contarlo, para denunciarlo, para reclamar, incluso para testificar en su nombre.

En cada una de estas acciones se pone en juego la dimensión de la verdad y, en función de la consideración de la condición de víctima disponible en el discurso que recibe o admite la confesión o revelación de los hechos, será valorada su credibilidad.

En el caso de los procesos judiciales que afectan a menores, son otras personas, mayores, quienes habitualmente se hacen portavoces de los niños, considerados como víctimas de abandono, abuso o maltrato. Sin embargo, a partir de una cierta edad, se confiará fundamentalmente en la palabra de ellos para dilucidar la veracidad de la denuncia.

En este sentido, es muy esclarecedora la reflexión de Eric Laurent, en el artículo «Les nouvelles inscriptions de la souffrance de l’enfant» (2006) [«Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño»], acerca de los procesos penales por pedofilia y prostitución infantil que tuvieron lugar en Outreau y Angers durante el año 2005. En esos casos, explica Laurent, las razones de exclusión social o miseria no alcanzan para explicar lo sucedido y, por tanto, se pudo comprobar hasta qué punto se penetraba en una zona complicada, «en la que se sabe y no se sabe».

Se intentaba ubicar ese horror, haciendo de los niños «un vector de la verdad». En la medida en que todo ha girado en torno a la noción de credibilidad (la cual implica no sólo su aspecto jurídico), fueron convocados «expertos» (médicos y psicólogos), encargados de recoger las informaciones necesarias para saber la verdad. Sin embargo, a falta de una correcta orientación clínica, los mencionados profesionales se extraviaron y, finalmente, fueron descartados en favor de otros, pertenecientes a la policía científica.

Los niños víctimas aparecerían ante la audiencia como acusadores frágiles, dado que producían un discurso siempre renovado y contradictorio. Laurent ilustra la dificultad de tal pesquisa a partir de la clínica de la mitomanía, aludiendo a un caso, referido por Jung a Freud, una de las primeras pruebas del límite que la psicosis planteara al método analítico freudiano. Después de la primera sesión, Jung se muestra entusiasmado por la inteligencia del paciente y el trabajo realizado. En un segundo momento confiesa su perturbación, las sesiones pueden llegar a durar horas. En un tercer momento cae en la cuenta de que el paciente le interpreta a él.

Acerca de la forma que tomó la indagatoria en los mencionados procesos, Laurent afirma que provenía de un sueño, «el sueño de [que] explorar la verdad de la palabra del niño era poder probar que es posible una traducción, una reincorporación del goce producido por el traumatismo que habían sufrido esos desgraciados niños» (Laurent, 2006:91).

Así, el niño se torna dos veces víctima: una, de aquellos que le tomaron como objeto sexual; otra, en la tentativa perversa del Estado de extraer el objeto (en este caso, en la forma de la verdad) de las víctimas del trauma, en nombre de la razón. Frente al sinsentido de los fenómenos de la psicosis a cielo abierto, que son muy diferentes a los de la pedofilia perversa, se confrontaba a los niños a la misión imposible de decir la verdad sobre lo real. Concluye Laurent diciendo: «hay cosas que se pueden saber, pero la verdad es otra cosa…» (Laurent, 2006:91).

Siguiendo a Lacan, cada discurso[1] constituye un modo de tratamiento de lo real, a través de lo simbólico. Al incluir, por estructura, lo real como lo imposible de decir, cada discurso ofrece una interpretación de lo real, habida cuenta de que la verdad sobre lo real no puede ser dicha totalmente, no existe adecuación ni superposición posible entre ambos, entre lo real y la verdad. En cada uno de los cuatro discursos, el lugar de la verdad está ocupado por un elemento diferente; por eso, la verdad cobra un valor distinto en función del elemento que ocupe ese lugar de la estructura: el sujeto (en el discurso del amo), el significante amo (en el discurso universitario), el saber (en el discurso del analista) y el objeto a (discurso de la histérica). Esta novedosa aproximación a la verdad ha podido ser revelada por el discurso analítico y Jacques-Alain Miller lo especifica como el «valor posicional de la verdad» (2006-7:27).

Así, cada discurso trata lo real de la víctima, de acuerdo con la lógica interna que secreta su interpretación de esta condición:

  • El discurso del amo se ocupará de la verdad según el ordenamiento jurídico, el cual dirime responsabilidades y se encarga de ofrecer los medios democráticos de atención a las víctimas y reparación de los daños.
  • El discurso universitario intentará establecer un saber universal, según la lógica del «para todos», acerca de lo que puede haber de común a tal condición humana, como lo muestra la ‘nueva» ciencia llamada ‘victimología’.
  • El discurso histérico se centrará en el reclamo por admisión de la verdad oculta, negada o falseada, y en la denuncia de las injusticias padecidas por las víctimas, pudiendo favorecer la indispensable formación de organizaciones y asociaciones en donde algunas personas oficiarán de portavoces de aquellos cuya voz les ha sido arrebatada.
  • El discurso analítico enseña que lo verdadero «va a la deriva cuando se trata de lo real»[2]. Ante la irrupción brutal y traumática de lo real, se interrumpe la continuidad de la palabra, sumiendo al ser hablante en el silencio. La enunciación subjetiva queda en suspenso y la verdad queda sin valor, por estar desgajada, desalojada del discurso, sin nadie para reclamar su necesaria consideración.

¿Cómo crear las condiciones para que alguien pueda volver a tomar la palabra y hacer oír su voz? Esta pregunta exige como respuesta la necesaria apreciación de la singularidad de la víctima, acorde con el principio analítico de uno por uno.

Lo real y la verdad no pueden equipararse: si la verdad está mediatizada por el saber, no es más que un efecto de su articulación. Tal constatación convierte a la verdad en un semblante de lo real, una ficción, una envoltura confeccionada con las palabras. Ello no disminuye su importancia; al contrario, exige aceptar su carácter limitado, no universal. De este modo, lograremos evitar «sacarla de quicio», si admitimos que no puede decirse toda la verdad, como afirma Lacan en Televisión (1973:559). Es lo específico de la apreciación de la verdad en el psicoanálisis: su dimensión siempre singular, única vía posible para llegar a atrapar algo de lo real de cada uno.

EN RELACIÓN CON EL AUTISMO

Es un hecho que, en el discurso hipermoderno de la civilización[3], la verdad ha perdido su anterior prestigio. En su lugar se ha impuesto el valor de las cifras. En boca de la autoridad de expertos, y manipulada por los medios, la prueba «científica» de los números puede adquirir un poder letal sobre la subjetividad desamparada. A la que Lacan se refirió, en «La agresividad en psicoanálisis», tomando en cuenta la irrealización del mundo y del prójimo que ocasiona esta deriva, nombrándola como una «víctima conmovedora (…) en ruptura con la sentencia que condena al hombre moderno a la más formidable galera…» (1948:127).

Es el caso de algunas asociaciones de padres de autistas: como portavoces de los seres privados de palabra, los más silenciosos, han pasado a ocupar un lugar destacado en el espacio público como víctimas del abandono, de la desatención, de la falta de medios. La segunda parte del excelente libro de Eric Laurent La batalla del autismo, está dedicado a desarticular el «procedimiento explosivo» con el que se intentaban silenciar otras voces[4] en pos de instaurar el omnicognitivismo. Y que Laurent no duda en catalogar como «disfuncionamiento democrático», patente en la extensión de «Una campaña mediática, orquestada por profesionales que se han hecho portavoces de algunas asociaciones de padres (…) cuya finalidad es promover terapias conductuales como única solución adaptada al autismo» (2012:139).

Paso a paso, es examinada esta «tentativa de intimidación mediática» que, mediante una argumentación pretendidamente irrefutable y elaborada en una neolengua burocrática, perseguía el aislamiento de la orientación psicoanalítica y de la psiquiatría relacional en favor de las eufemísticamente llamadas «recomendaciones» que desacreditan el abordaje clínico en beneficio del método ABA[5].

Frente a lo cual es preciso recordar -como dice Laurent en La batalla del autismo (2012:215)- que:

El psicoanálisis es una disciplina crítica que ayuda a mantener viva la distancia ética necesaria respecto de los anhelos de erradicación a toda costa de los síntomas que nos molestan, o de conformidad frente a ellos. Nos ayudará a despertar de las pesadillas autoritarias que surgen como falsas soluciones y falsas ventanas, ante las dificultades crecientes de las democracias sanitarias para gestionar contextos multifactoriales en los que la ciencia sólo puede indicar vías de solución posible, sin disponer de LA solución del problema al que se enfrenta. Las tentaciones autoritarias se reactivan precisamente en las zonas donde el modelo «problema-solución», promovido como la panacea, alcanza sus límites. El campo del autismo es una de ellas…

Siguiendo a Jean-Claude Milner, el par problema-solución acentúa su carácter objetivo, y es opuesto al de cuestión-respuesta, cuyo alcance es subjetivo. Por lo tanto, es propio de la pregunta permanecer abierta y, el de las distintas respuestas, no atentar contra esta condición[6]. Por eso, a partir de la «solución final» al «problema judío» deben prenderse todas las alarmas cuando las cosas de los humanos se dirimen en estos términos. Lo cual suele ser frecuente, afirma Milner, cuando la democracia social ha sustituido a la democracia como sistema político. En ese caso, la mayoría vale por el todo, la decisión de la mayoría pasa a ser la decisión de todos. Los menos numerosos deben renunciar a sus propias convicciones para adherir a la mayoría resultante de la «gestión» de las opiniones y los gustos.

En su libro Ego: las trampas del juego capitalista (2013), Frank Schirrmacher analiza la gestión que los economistas hacen del alma del hombre moderno. El autor esclarece el modo en que se gestan las mayorías en la era del capitalismo de la información, demostrando que, gracias a la democratización del uso de Internet, se ha impuesto un modelo cuyo origen data de los tiempos de la Guerra Fría. Se trata de una nueva «ciencia» basada en la rational choice theory (teoría de la elección racional), conocida como teoría de juegos. Según este modelo, el ser humano actúa siempre por móviles egoístas; por lo tanto, se diseña una acción suponiendo que el contrincante, como el propio jugador, intentará sacar siempre el máximo beneficio y que, para obtenerlo, no se privará de hacer uso de la falsedad. Lo único que puede establecer un límite a tal valoración es el miedo, el cual oficia de presión para una actuación «razonable», que recibirá, entonces, su recompensa.

Según este modelo del ego, concebido como una ley natural, toda la complejidad del comportamiento humano puede traducirse al lenguaje de la matemática: las máquinas no entienden de psicología, pero saben calcular muy bien cómo se maximiza el beneficio. La gestación del llamado por este autor «Número 2», el nuevo ser humano surgido del cálculo de algoritmos, induce un estado mental similar al trance (el libre albedrío se evapora), en el que la verdad ha sido sustituida por el mercado de las preferencias. Así, las decisiones no son gestadas en el interior de cada uno, sino desde fuera, en la medida en que se está obligado a captar las señales de otros y a adaptar su comportamiento a las circunstancias.

De acuerdo con este modelo, las campañas mediáticas están destinadas a eliminar las contradicciones con el acuerdo de la mayoría. En lo relativo a la campaña del autismo, «aunque el epicentro se sitúa en Francia, hay que pensarlo a nivel global» (Laurent, 2012:139). No es de extrañar que la reacción de psiquiatras, psicoanalistas, asociaciones de padres ante el comunicado de la HAS (Alta Autoridad de la Salud) para el Segundo Plan Autismo haya supuesto un cambio táctico inmediato, una moderación insólita: de su lenguaje hostil.

Pero el diseño del Tercer Plan Autismo de ninguna manera ha contemplado una admisión de los argumentos críticos al método ABA. Aunque las críticas más importantes a su implementación provengan de los propios autistas, algunos de los cuales, felizmente, han comenzado a hacer oír su voz. Entre ellos destaca Michelle Dawson, investigadora canadiense, autora del texto La mala conducta de los conductistas. Retos éticos para la industria autismo-AB[7].

La creación, por parte de Jean-Claude Maleval, de una web titulada Ecoutez les autistes [Escuchen a los autistas] (http://autistes-et-cliniciens.org/) se suma a las iniciativas de asociaciones de padres y profesionales del campo psy que reclaman un enfoque plural[8] en Francia, Bélgica, Italia y España. Por suerte, se multiplican los lugares donde los valiosos testimonios de los autistas y sus familias son tenidos en cuenta con el propósito de ofrecerles el acompañamiento que conviene a su sufrimiento.

CLÍNICA DE LA VÍCTIMA

La clínica psicoanalítica de orientación lacaniana se distingue por considerar el síntoma como un modo singular de tratamiento de lo real mediante lo simbólico. Ello supone valorar en su estructura cuáles son los medios de la defensa ante la pulsión de muerte; si se verifica la existencia del significante fálico para nombrar el goce o, por el contrario, se demuestra su ausencia, pudiendo llegar a afectar seriamente al «más íntimo sentimiento de la vida». La categoría de psicosis ordinaria, cuya puesta a punto debemos a Jacques-Alain Miller, vino a resolver diversos enigmas de la clínica psicoanalítica, ya planteados desde tiempos de Freud, como lo demuestra su famoso caso El hombre de los lobos («De la historia de una neurosis infantil» [1918]).

A partir de entonces, la operación analítica deberá tener en cuenta si es posible el tratamiento del sufrimiento subjetivo mediante la vía de la interpretación, mediante la búsqueda de la verdad inconsciente y reprimida, cifrada en el síntoma; o si, por el contrario, debido a la forclusión[9], la palabra debe ofrecer una vía alternativa: la de una nominación de lo real errático e invasivo, facilitando su localización en un funcionamiento vinculado al discurso, alojado en el lazo social.

En este mismo sentido, es preciso distinguir si la construcción de la historia y, por lo tanto, los traumas experimentados por el ser hablante se anudan a una secuencia de repetición o si toman la forma de reminiscencia, como dice Miller en Sutilezas analíticas (2011). Es decir, si dicha ficción responde a la lógica temporal del inconsciente transferencial o si, por el contrario, constituye una mera expresión del inconsciente real[10], desvinculado de significaciones edípicas. Los «expertos» consultados en los procesos de Outreau y Angers carecían de esta orientación clínica, resultando su intervención errática e ineficaz, sin ningún beneficio subjetivo para los menores traumatizados.

El relato de la vivencia de humillación, de la persecución padecida, del atropello o atentado que ha hurtado la voz que el sujeto intenta recuperar en el análisis supone, pues, una localización muy precisa de su lugar en la estructura, entendiendo que, en psicoanálisis, la distinción entre neurosis y psicosis concierne a dos modalidades de la existencia en las que se ven implicados diferentes modos de la defensa.

La clínica psicoanalítica no admite la simpleza del par víctima-verdugo. Es esencial poder dirimir si el maltrato sufrido -que ha impuesto al ser hablante la vivencia de ser un objeto degradado- puede vincularse al fantasma y, por lo tanto, si el análisis (definido por Lacan como una operación-verdad –en sentido lógico-) hará posible su lenta construcción (no su interpretación) en el discurso, hasta llegar a la extracción del axioma, matriz de la realidad.

En su texto «Pegan a un niño» (1919), Freud dejaba constancia de que la segunda etapa de construcción del fantasma jamás puede ser recordada. Y ello por razones de estructura: la pulsión de muerte, el goce, no puede ser dicho en primera persona. Por eso, Lacan modifica la fórmula del cogito cartesiano –pienso, luego existo- y la convierte en Pienso, luego se goza; con esto indica que el sujeto no es causa de sí mismo, sino del significante, y que el análisis puede ayudarle a «hacer algo con eso», una vez reconocida su imborrable insistencia, su marca indeleble en su cuerpo, en su existencia. Sin embargo, no puede esperarse que todo lo real reciba una traducción simbólica: quedan fragmentos fuera del sentido fantasmático, algunos de los cuales podrán ser incluidos en la estructura compleja del sinthome (cfr. Seminario El sinthome, de Lacan [1975-6]).

En los casos en que la operación verdad, la operación del inconsciente, no es posible, el tratamiento de lo real supone acceder a la formulación del postulado de injusticia fundamental padecida por el sujeto. A partir de ahí, un nombre de su lugar de objeto, sin recurso a la protección del Otro, permite introducir una sanción simbólica de su desamparo original, inaugurándose, de este modo, una semblantización[11] de lo real, que vuelve posible una rectificación de la posición de pasividad en que ha quedado encallado el sujeto, anegado por el goce mortífero.

En este punto, es fundamental la última concepción de Lacan – planteada durante sus conferencias en EEUU – acerca del padre como «la función que se refiere a lo real y no es forzosamente la verdad de lo real. Eso no impide que lo real del padre sea absolutamente fundamental en el análisis. El modo de existencia del padre se vincula a lo real. Es el único caso en que lo real es más fuerte que lo verdadero» (1975:45. La traducción es mía). La función del padre, concebida como un utensilio, como un elemento lógico del cual servirse, está en la base de la tesis acerca de la multiplicación de los nombres del padre que postuló Lacan en su última enseñanza, llegando a rubricar el síntoma como uno de ellos, entendiendo que su funcionamiento aporta un límite al goce descarriado y posibilita acotar su acción mortificante.

Por esta razón, incluso en los casos de autismo en los que, por estructura, no se construye una versión del Otro en forma de atentado, la operación del análisis consiste en ofrecer la solución por la vía del síntoma, del tratamiento del traumatismo del lenguaje que el sujeto ha iniciado a solas y en silencio.

El sujeto es equivalente a una cadena significante. Para que la operación analítica aporte el beneficio que se espera al tratar lo real mediante lo simbólico, es preciso reconocer desde dónde es posible articular tal cadena, cuando impera el silencio del trauma y se ha roto la continuidad de la historia subjetiva, o cuando la letanía del goce mortificante condiciona una inercia en el discurso, reacio entonces a su desplazamiento hacia «otra cosa» en la metonimia vivificante del deseo.

Encontramos esta preocupación en la indagación que Freud presenta en El yo y el ello (1923), cuando intenta encontrar las raíces del enigmático sentimiento inconsciente de culpabilidad, que puede arrebatar la enunciación personal, dejando al sujeto sin voz, sin un decir propio, incluso muerto de la vergüenza, como puede ocurrir con los supervivientes a genocidios o atentados.

La ética del psicoanálisis no podrá nunca incluirse en un algoritmo, porque su finalidad es dar un lugar a lo incalculable de la posición subjetiva construida a partir del traumatismo que ocasiona el lenguaje sobre el cuerpo. Su responsabilidad en este mundo es conceder la oportunidad al ser hablante de hacer oír su voz silenciada para, desde allí, llegar a hacerse una conducta en la vida, una vez recuperado su decir en nombre propio.

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS

FREUD, Sigmund [1918]. «De la historia de una neurosis infantil». En: Obras completas. Vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu, 1990.

– [1919]. «Pegan a un niño». En: Obras completas. Vol. XVII. Bue­ nos Aires: Amorrortu, 1990.

– [1923]. El yo y el ello. En: Obras completas, Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu, 1990.

LACAN, Jacques [1948]. «La agresividad en psicoanálisis». En: Escritos l. México: Siglo XXI, 2008.

– [1969-70]. El reverso del psicoanálisis. Seminario 17. Barcelona: Paidós, 1992.

– [1973]. Televisión. En Otros Escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012.

– [1975]. Conférences en EEUU. Scilicet 6/7. París.

– [1975-6]. El sinthome. Seminario 23. Buenos Aires: Paidós, 2006.

LAURENT, Eric [2006]. «Les nouvelles inscriptions de la souffrance de l’enfant». En: La petite Girafe, N° 24. Paris.

 – [2012]. La batalla del autismo. Buenos Aires: Grama, 2013.

MILLER, Jacques-Alain [1993]. «Ironía». En: Uno por uno, Nº 34: Barcelona: Asociación Mundial de Psicoanálisis.

  – [2004]. Una fantasía. Recuperado de: http://2012.congresoamp.com/ es/template. php?file=Textos/ Conferencia-de-Jacques-Alain-Miller-en-Comandatuba.html

 – [2006-7]. El ultimísimo Lacan. Buenos Aires: Paidós, 2012.

 – [2008-9]. Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós, 2011.

MILNER, Jean-Claude [2003]. Las inclinaciones criminales de la Europa democrática. Buenos Aires: Manantial, 2007.

SCHIRRMACHER, Frank [2013]. Ego. Las trampas del juego capitalista. Barcelona: Ariel, 2014.


[1] según Lacan (1969-70), hay cuatro: discurso del amo, discurso universitario, discurso de la histérica y discurso del analista.

[2] Citado por Miller en El ultimísimo Lacan (2006-7:26).

[3]Una fantasía (Miller, 2004).

[4] Documental dirigido por Iván Ruiz.

[5] Applied Behavior Analysis [Análisis Conductual Aplicado].

[6] En el libro Las inclinaciones criminales de la Europa democrática (2003:12- 13), Milner hace esta distinción para explicar el modo en que fue tratado el Juden­ problem, el problema judío. Más habitualmente conocido como Judenfrage, la cuestión judía. Ésta podía orientar hacia una solución o una respuesta. Endlösung, la solución final, es el nombre con que se conoce el exterminio de los judíos europeos. Deja escapar algo fundamental: en el lenguaje de las cancillerías que utilizaba el partido Nazi no había nombres propios o apropiados, se trataba de una solución definitiva.

[7] Citado por Laurent, 2012:186.

[8] La Main a l’Orei!le [La mano en la oreja] ha constituido, junto a otras asociaciones de padres, la Red Rassemblement pour une Approche des Autismes Humaniste et Plurielle (RAAHP) [Encuentro para un enfoque humanista y pluralista de los autismos].

[9] Término del Derecho que, en la jerga jurídica en español, se traduce como preclusión. El psicoanálisis lacaniano conserva la expresión en francés, para preservar la acepción introducida por Lacan, con la cual traduce la Verwerfung freudiana, mecanismo propio de la psicosis (por oposición a los de la neurosis y la perversión).

[10] Miller, El ultimísimo Lacan (2006/7: clase del 15/11/2006).

[11] Para este concepto, ver, por ejemplo, el texto «Ironía» (1993), de Jacques-Alain Miller.