«Para nosotros no hay sistema familiar, este real de la familia que articula de una manera nueva cómo el hombre que hace de una mujer la causa de su deseo está articulado a la familia. Da un horizonte clínico renovado y más adaptado a lo que son las nuevas demandas que tenemos de las familias y de los niños inmersos en una familia muy distinta de lo que era el ideal inmóvil» (Eric Laurent, «el niño y su familia», página 13. Colección Diva 2018).
Esta cita resume lo esencial de los valiosos aportes que Eric Laurent nos ha brindado respecto a la concepción del niño y la familia en el discurso analítico, tomando en consideración las consecuencias del giro que tuvo lugar, en la enseñanza de Lacan, en los años 60, a partir de la invención del objeto a. El trabajo de traducción del Edipo y del complejo de castración freudianos al orden simbólico, realizado en el curso de los primeros seminarios (tomando apoyo en la lingüística y la antropología estructural), unido a una lectura hegeliana del narcisismo, permitía cernir el lugar del niño en el deseo del Otro nombrado por Freud His majesty, the baby. El grafo del deseo ubicaba los distintos lugares de una complejidad de relaciones que era preciso distinguir en el intercambio entre el sujeto y el Otro, a fin de cernir una enunciación singular.
Pero en los años 60 se impone una perspectiva diferente, el niño se revela en la enseñanza de Lacan en su dimensión de objeto, y ello abre las puertas a la exploración de un campo que no ha cesado de extenderse desde entonces, debido al estallido que ha tenido lugar, como resultado de los avances tecnocientíficos, en la filiación, la procreación y la sexualidad[1].
Si vinculamos la dimensión real del niño a la familia nuclear se evidencia la alianza, más allá de las estructuras de parentesco, como un residuo necesario para la distinción de las funciones del padre y de la madre y, por tanto, de la posibilidad otorgada al niño de reconocerse como producto de un deseo no-anónimo. Al punto de captar la familia misma, no como un sistema fijo sino como real, y ello en la medida en que será preciso distinguir: del lado del padre, para un hombre, haciendo de una mujer su objeto, causa de su deseo. Del lado de la madre, porque trata a sus hijos a partir del valor singularizado de sus carencias, es decir, de su peculiar relación con la femineidad; en fin, de la parte del niño, en tanto producto del malentendido entre sus progenitores.
Así, partiendo de lo real de cada uno, es posible orientarse de modo tal en que sea posible hacerse su familia[2], y a falta de lo cual se depositan las esperanzas en que el discurso jurídico consiga regular las relaciones de las nuevas formas familiares que han visto la luz, y que reciben el nombre de parentalidades, a la vez que ser padres se convierte en un oficio imposible para el que florecen las escuelas de padres y los coaching.
Vale la pena recordar que las terapias de familia surgieron en EEUU como reacción al psicoanálisis, considerado como insuficiente, debido a un enfoque juzgado individual y, por lo tanto, ignorante de la dimensión social de la existencia. La extensión de las ciencias del lenguaje y la comunicación favoreció tal prejuicio y potenció la emergencia de este tipo de prácticas de interpretación, orientadas a revelar el sentido y la recepción de los mensajes en un sistema codificado, así como la confusión de roles añadida.
Frente a este supuesto “inconsciente familiar”, la práctica lacaniana con familias, que recibe el nombre de entrevistas familiares, está orientada a situar el real de cada uno, siempre tomando en consideración el conjunto, pero no con el fin de restituir un sistema ideal, sino con el propósito de cernir la dimensión sintomática para cada quien, en el mejor de los casos, para que cada uno obtenga un destinatario donde alojar su queja del disfuncionamiento familiar.
No se trata pues, de una interpretación del inconsciente del sistema o del conjunto en el marco de la comunicación, sino de operar, a partir del no-todo, contrariando la fijeza de un esquema relacional (p.ej. las constelaciones familiares) fijo o inmóvil, hasta alcanzar la distinción del modo de enunciación singular y, por lo tanto, de la vía en la que cada uno hace su familia, es decir, inventa el Otro que no existe, construye una ficción a fin de alojar la respuesta al enigma de su nacimiento y que Freud nombró “novela familiar.” La experiencia del CPCT parents, un dispositivo que acoge la diversidad de las formas de parentalidad, es ejemplar en la clínica de la civilización que la orientación lacaniana ha elaborado, en favor de restituir la dignidad de los lazos familiares en la contemporaneidad.[3]
[1] F. Ansermet, Prédire l’enfant, PUF, París. 2019, p.12
[2] Hacerse su familia, Citado por V. Coccoz en Nuevas formas del malestar en la cultura. Grama. Buenos Aires. 2021
[3] M. Perrin Chérel, Être parents au 21e siécle. Des parents rencontren des psychanalystes. Ed Michèle, Paris, 2017