Lo que el psicoanálisis enseña sobre la infancia

Según lo ha precisado Jacques-Alain Miller,[1] en el psicoanálisis el niño es considerado un ser de saber y no solamente un ser de goce. Esta discriminación hace pues a la especificidad del discurso analítico, en la medida en que, desde la perspectiva de la enseñanza de Lacan, en éste se revela la falla, el quiasma, el desgarrón, la disyunción estructural entre el saber y el poder, que otros discursos están destinados a ignorar, a velar o a taponar, como es el caso de la pedagogía.  Decía Freud que, a falta de recibir una enseñanza psicoanalítica, “…los alumnos, objetos de sus esfuerzos, permanecerán para el maestro o profesor como un problema inaccesible.”[2]

Vale la pena recordar que Freud se vio obligado a considerar la singularidad del saber en la infancia a partir de su invención: un dispositivo de palabras que hacía posible el desciframiento de los síntomas neuróticos. Estos revelaban, en su estructura, una matriz infantil que encontró también en su propia experiencia analizante como nos lo enseña la carta nº 70 dirigida a Fliess.[3]  Allí despliega la cifra de su neurosis (su versión edípica) vinculando la “autoría” de la misma a “una mujer vieja y fea pero sabia”, la niñera que le cuidó en sus primeros años de vida.

Ya iniciada su labor como analista, y al dar a conocer al mundo sus descubrimientos de las huellas inconscientes de la sexualidad infantil afirma: “Intereses prácticos, y no sólo teóricos, son los que ponen en marcha en el niño la obra de la actividad investigadora.”[4]  Esta precisión indica entonces que no se trata del surgimiento del pensamiento “teórico” o contemplativo respecto a los objetos del mundo sino de un acicate, un aguijón producido en el niño debido a la “amenaza de sus condiciones de existencia.” Ocasión del despertar del enigma de la esfinge y que podemos traducir con la pregunta ¿en qué deseo nací? ¿puede otro ocupar mi lugar?  ¿puede perderme?

A pesar de haber nacido los seres hablantes como producto de un malentendido[5], según lo enuncia Lacan, forma parte de nuestra experiencia de la infancia probarnos que, aún siendo opaco, somos el resultado de un “deseo no anónimo”[6]como lo demuestra claramente la clínica de las adopciones y de la reproducción asistida.

Cuando Lacan se refiere a la infancia como experiencia se debe a que en esos primeros años de la vida y en la búsqueda de respuesta al enigma que pone en marcha el pensamiento, el sujeto, “pone el cuerpo.”  Así lo demuestra la construcción de Teorías sexuales infantiles, es un hecho que éstas resisten a cualquier “ilustración objetiva”, cualquier conocimiento “científico” que pudiera ser suministrado con la intención de desmentirlas; en la medida en que aportan una satisfacción real, libidinal, el sujeto adhiere a ellas de manera tenaz.

Freud señala además que la investigación sexual de los años infantiles es llevada a cabo “solitariamente y constituye un primer paso del niño hacia su orientación independiente del mundo.”  El encuentro inevitable con lo que denomina “fracaso típico de la investigación sexual infantil”, no es pues imputable a su inteligencia sino a lo que Lacan denomina un “desfallecimiento” estructural del saber.  Del impacto y la reacción posterior a dicho encuentro dependerá, entre otros aspectos, el futuro intelectual del niño o la niña.

Lo que pienso no es más que la acentuación del Yo sé para olvidar que no sé, que es su origen real,[7] causa del inconsciente. Así explica Lacan la adhesión a tal enunciado.

En su texto sobre Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci Freud distingue tres salidas al encuentro traumático con el no sé: la inhibición, la erotización característica del pensamiento compulsivo y la sublimación. En cualquier caso, lo cierto es que el abandono del vencido ante esta primer gran batalla de la vida, dejará su impronta en los posteriores años. En palabras de Freud: “sucumbir es fácil, pero nada enseña.”

En cambio, la lucha por salir adelante, una vez que se ha topado con la falla del saber que permite alojar allí el deseo (entendido como metonimia de la falta-en-ser), abre la dimensión de lo simbólico como el hábitat que ofrece un amparo a la existencia.

En el Seminario De un Otro al otro Lacan lo escribe “deseo (de saber)”. El paréntesis muestra que se puede prescindir de su caracterización por tratarse del deseo a secas, el deseo alojado y transmitido como falta en la articulación de los significantes. Articulación, tal es la definición del saber. Lo fundamental entonces es el recorte de ese lugar donde se conforma la matriz de la repetición, ancla de la división subjetiva.  De ello depende el modo en que un ser podrá contarse en una serie y, en el mismo movimiento, descontarse como ser de palabra cuya inserción ilustra el ejemplo “Tengo tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo.”  En esta aserción no se trata de un error cognitivo sino de la dificultad de situarse como sujeto de la enunciación,  esto es,  la inclusión de su lugar como faltante “en el espectáculo del mundo” y que, desde este punto de vista, puede ser nombrado Uno-en-menos.[8]

Un caso ejemplar

“El caso de la fobia a las gallinas” de Helen Deutsch comentado por Lacan en el Seminario XVI ilustra de manera ejemplar dicha dimensión del síntoma y su articulación al saber.  En un primer tiempo, en el marco de la relación privilegiada con el deseo del Otro, y aspirando a proveer el objeto de un interés particular de la madre, Lacan traduce el comportamiento del niño: -Dado que te interesan los huevos, es preciso que yo te los ponga.[9] 

En un tiempo posterior se desencadena la fobia, cuando un hermano mayor, conocedor de lo que ocurría en el corral, lo tomó por detrás diciéndole Yo soy el gallo y tú la gallina. El se defendió,  sublevándose vivamente declaró I won’t be the hen. Lacan destaca la homofonía con la n del Un (Uno): no quiere ser el hen. No quiere ser el Uno que completa al Otro.

 Si antes se encontraba a gusto pudiendo representarse como “una gallina de lujo” para su madre, la intrusión brutal, el abuso de su hermano ocasiona el pasaje de su saber a una relación de poder, en un cuerpo a cuerpo que el niño rechaza. La función imaginaria de su “teoría anal” fracasa entonces definitivamente[10] ante el requerimiento de ocupar un lugar en el conjunto de las gallinas, pero esta vez como objeto del goce del hermano, despojado por lo tanto de un deseo propio.

El síntoma transforma la angustia suscitada por esta invasión (la angustia no es sin objeto) y la gallina adquiere una función significante revelando, en la estructura de  la fobia, la disyunción entre saber y poder propia del inconsciente, y la clave de la posición del sujeto ante la castración que podrá virar hacia la obsesión o la histeria según el acento otorgado al significante fálico, como símbolo del poder o del deseo.

Una vez constituido el marco del objeto que falta en el lugar del Otro y lo descompleta, se ordena la matriz subjetiva de la pérdida del objeto inscrita en el Otro (en-forma de a), cuya lógica da lugar a la repetición, es decir, a la impronta reiterada de una cifra de goce que rige secretamente el itinerario del sujeto en su recorrido vital.

Esta solución singular se pondrá a prueba durante la “metamorfosis de la pubertad” como efecto de la desintrincación pulsional y sus tentaciones deletéreas, al ser convocado el sujeto a “declararse” sexuado, es decir, a forjar una nueva inserción  de su lugar en el discurso donde alojar su cuerpo transformado.

Se añaden las dificultades propias de las reconfiguraciones del goce tal como se presentan en al actualidad y las que, por efecto de exceso o defecto[11], inciden en la modalidad en que los jóvenes hacen frente al encuentro con otro cuerpo, cuando experimentan una nueva cita con lo real, con  la ausencia de saber que pesa sobre la sexualidad.  Las adolescencias son el resultado de la respuesta singular a tal encrucijada de la pubertad que Freud comparaba a un túnel horadado al mismo tiempo en sus dos sentidos; el de la autoridad de los adultos y el de sus pensamientos –insuficientes- sobre el cuerpo.

El discurso analítico, guardián de la hiancia entre saber y poder, ofrece la posibilidad al ser hablante de distinguir y ajustar los diferentes registros de su experiencia singular. Así el saber de los niños ha recuperado su dignidad, oscurecida por la equiparación de sus teorías o ficciones a un pensamiento primitivo o insuficientemente racional.  Gracias a la experiencia analítica el saber de los niños recibe un merecido respeto por su originalidad[12]; tomando en cuenta ambos sentidos de término: valora las huellas del comienzo, siempre único de un ser hablante, y las acoge como signos de su distinción subjetiva, provenientes de nuestras necesidades más humildes, Not des lebens.

Vilma Coccoz.


[1] J.A.Miller, Interpréter l’enfant. Dans Peurs d’enfants. Navarin. París 2011. P.18

[2] S. Freud, Prefacio al libro Juventud desamparada, de Agust Aichorn. Gedisa. Barcelona. 2006. P. 24.

[3] Citado por V. Coccoz, Freud, un despertar de la humanidad. Gredos. Barcelona. 2017. P.337

[4] S. Freud, Tres ensayos para una teoría sexual. O. C. Tomo II. Biblioteca Nueva. Madrid 1975. P. 1207

[5] J.Lacan, Le malentendu, Ornicar?Nº 23  1981

[6] J.Lacan, Nota sobre el niño. En Otros Escritos. Paidós. Buenos Aires. 2012. P.393.

[7] J.Lacan,. Seminario XVI De un Otro al otro. Paidós. Buenos Aires. 2008.

[8] “El sujeto de la enunciación es aquí el Uno solo, aquél que habla y se descuenta. “Jacques-Alain Miller, Interpréter l’enfant. Dans L’enfant et le savoir. Navarin. París. P.22

[9] J.Lacan, Seminario XVI De un Otro al otro. Paidós. Buenos Aires. 2008. P. 279

[10] El niño no se despegaba de las faldas de su madre, solía jugar con ella en el momento de su aseo pidiéndole que le palpara como hacía con las gallinas para comprobar si el huevo estaba próximo a salir. Le sorprendía comprobar que a su madre no le hacían ninguna gracia los “huevos excremenciales” que encontraba en el suelo de la vivienda.  La analista destaca que el padre no tuvo en ningún momento un rol decisivo en el análisis. H. Deutsch, Les introuvables. Seuil. París.2000

[11] Eric Laurent, Conferencia en la UBA: Los niños de hoy y la parentalidad contemporánea

[12] J. Lacan, La ciencia y la verdad. En O.E. Gredos. Barcelona 2005, P. 838