Texto de orientación ubicado en las XXI Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del campo freudiano (ELP), bajo el título ‘Todo el mundo está en su mundo’:
En su libro Yo pienso diferente Josef Schovanec, construye su “autibiografía”[1]. Este es el nombre que Donna Williams otorga a los testimonios de autistas debido, entre otras razones, a la importancia que adquiere en sus experiencias subjetivas el acceso a esta nominación que, en la actualidad, se admite con orgullo ante a los llamados “neurotípicos” o “alistas.”
Schovanec teje su relato entre sus recuerdos y la autoobservación contrastada acerca de sus peculiaridades y de las reacciones que despiertan en los demás. Si en una primera toma de contacto puede ser considerado idiota, en un segundo momento, cuando, aun reconociendo su autismo, menciona sus estudios de Ciencias políticas, su doctorado en filosofía y su condición de políglota, la valoración vira hacia la genialidad.
“Escribir es más fácil que hablar” afirma; gracias a la lectura y a la escritura él pudo progresar en los aprendizajes, pero su extraño comportamiento despertaba incomprensión y hostilidad en sus compañeros y profesores, era “incapaz de los discursos sociales, esos que crean lazos y, más fundamentalmente, hacen que a su autor se le considere humano y cuerdo.”[2]
También describe las dificultades con su cuerpo, no le resultó fácil aprender a andar, de pequeño no podía participar en juegos de grupo. Tenía arrebatos de ira y momentos de repliegue. Más tarde, reconociendo sus rarezas, buscó una explicación: “Gracias a Internet y a multitud de indicios, de repente contaba con unas cuantas pruebas de que estaba loco de atar.”[3]
Frente a la dificultad de definir el autismo, se inclina por asociarlo a la locura y no al déficit; prefiere ahondar en una explicación no “capacitista” y encuentra en Foucault y su extraordinaria Historia de la locura la referencia esencial a La Nave de los locos y al Elogio de la locura. Esos libros hacían referencia a una diversidad de seres, incluidos los propios autores; en ellos la locura se concebía como “una forma de ver el mundo.” Así, contempla como una desgracia el “progreso” que supusieron las clasificaciones psicopatológicas; ser normal es bien triste, declara, y manifiesta su preferencia por la compañía de locos.
Inspirándome en el libro Tecnopersonas[4] y en las “tribus urbanas”[5], propongo nombrar tecnotribu autista a su red de “visibilización”, intercambios y comunicación; tomando en cuenta las investigaciones de Maleval y Grollier[6] referidas a la identidad autista (en base a testimonios y casos clínicos). En primer lugar, el autista manifiesta inicialmente una identidad “borrosa”, la identificación primordial no es estable, el sujeto resiente su inconstancia y las identificaciones yoicas son vividas como falsas.
En segundo lugar, se distingue la identidad “transitivista”, a partir de la captura que puede llegar a ejercer la imagen del otro y que permite tomar apoyo en un doble a través del mimetismo y de “juegos de espejo”.
En tercer lugar, se perfila la identidad “disimulada”, aunque la diferencia con la anterior no es tajante, pudiendo verificarse formas de pasaje entre una y otra.
Después, profundizan en las operaciones que han hecho posible el “deshielo”[7] y la vivencia de una “identidad asumida” a partir de una mutación subjetiva decisiva que permite la experiencia del cuerpo, -hasta entonces vivido como ajeno-, el cual va siendo poco a poco habitado, a la vez que se renuncia al “recurso alienante del borde” donde se concentraba lo vivo, ocupado por un objeto, un doble o un disfraz[8].
A esta contribución se añade el aporte de Luccheli, quien retoma el estadio del espejo, formador del yo, cuya consolidación depende del gesto, de la percepción de la mirada del Otro, y a falta de la cual no hay acceso a la representación, ni siquiera la del cuerpo propio. La relación con el mundo del autista no se produce por esta vía, se trata de una incorporación al mundo diferente, afirma.[9]
El mundo virtual es un facilitador de tecnopuentes pero seguramente, más allá del Otro, en principio anónimo, al que se dirigen y cuyo lugar incierto se anima de seguidores, se perfila el otro mundo del que fueron excluidos, el mundo neurotípico ante cuyos imperativos manifiestan su legítima insurrección. Aunque los beneficios de la neo-especularidad que proporciona “el estadio del espejo electrónico”[10] sean evidentes, es preciso contemplar el riesgo que supone la permanencia en un espacio bidimensional.
De allí la importancia de la valoración clínica de este modo de comunicación, en vistas a la conquista de una identidad sinthomática[11] que logre atemperar la angustia al otorgarles un lugar, la subjetivación de su cuerpo y una enunciación propia, una vez producido el deshielo de su palabra congelada. Es precisamente la orientación del trabajo híbrido que se lleva a cabo en la orientación lacaniana de psicoanálisis a fin de que los mundos de los autistas sean incorporados en la serie infinita de los mundos posibles.
[1] D. Williams, Alguien en algún lugar, N.E.D. Barcelona 2012, p.14.
[2] J. Schovanec, Yo pienso diferente. Palabra, Madrid. 2015. P. 26
[3] ibídem.
[4] J.Echeverría, L.Almendros, Tecnopersonas. Trea. Gijón. 2020
[5] V. Coccoz, Tribus urbanas. www. Vilmacoccoz.com
[6] J.C.Maleval et M.Grollier, Gel et dégel du S1 chez le sujet autiste. La cause de l’autisme. cause-autisme.fr.
[7] Lacan define como congelado el estado de la palabra en el autismo.
[8] Sobre la función del borde en el autismo cfr. E. Laurent, La batalla del autismo. Grama. Buenos Aires. 2012
[9] J.P. Luccheli, Conferencia: El objeto autístico no es un objeto a. Observatorio Fapol. Colombia
[10] C. Léguil, “Je” Une traversée des identitées. PUF. París. 2018. Pág. 21
[11] Identidad sinthomática: noción derivada de la última enseñanza de Lacan que resume el resultado del anudamiento singular entre los tres registros de la experiencia (real, simbólico e imaginario) a través del síntoma considerado como una invención que consigue vincular la existencia al lazo social.