En el siglo XXI hay que elegir: la rata o la araña

El despertar freudiano

El siglo XX se desperezaba del sueño de la razón en el momento en que Freud abría los ojos a los seres hablantes dándoles a leer su Interpretación de los sueños. 1900 no es una fecha cualquiera, un número más añadido a la cadena de los días, en esa fecha tuvo lugar un acontecimiento en sentido lacaniano, es decir, un acontecimiento de discurso.  No puede calificarse sólo de acontecimiento histórico. Lacan repugna de la historia por sobrados motivos, entre otros, porque nos hace creer en el progreso; porque nos sumerge en el sentido como una nube que nubla la lógica de los hechos, vinculados también, por estructura, a lo real, el cual, en su lacaniana definición, se sitúa en un registro diferente, por fuera del sentido.

Los acontecimientos de discurso son aquellos que, en el conjunto de los hechos memorables, adquieren un valor especial porque consiguen nombrar y explorar un pedazo de lo real hasta entonces inaccesible, en ese caso, lo real del inconsciente en los seres hablantes. Los textos freudianos inauguran el discurso analítico, un saber nuevo acerca de la subjetividad, forjado a partir del descubrimiento del inconsciente y capturado en el seno de una práctica inédita de la palabra. A fin de acceder y operar con el saber inconsciente Freud funda un nuevo tipo de lazo social, una nueva manera de hablar de los humanos pesares, de los síntomas, las inhibiciones, las angustias, en el marco privado de una consulta, en el peculiar diálogo que tiene lugar entre el analizante y el analista.

En esta nueva manera de hablar sobre las miserias humanas el saber sobre lo que la causa se mide con la verdad y su cohorte de mentira, falsedad y equivocación. La verdad que allí se destila no tiene valor de revelación absoluta, es fugaz y no-toda, las palabras no alcanzan para decirla. Aún así, “es poca, pero indispensable”[1] al punto que Lacan propuso asimilarla a una operación discursiva –la operación-verdad-, una dirección del decir en las sesiones encaminado hacia lo real más propio, el Ello freudiano, donde se sustenta la máxima del análisis: Allí donde Ello era, yo (Je) debo advenir.

En esa manera de hablar en análisis el saber se topa, al estrujar las palabras, con lo real, que resiste a lo simbólico. Por ello la palabra “bajo transferencia” es estrictamente singular, surge a partir del enigma representado por un síntoma personal, de una búsqueda orientada a encontrar aquello que, ignorado y amordazado en las formas de la desgracia, distingue al ser hablante y puede conducirle, gracias a una ascesis severa[2], hasta hacerse reconocer en el mundo, por y a través de ello. Chance de forjar un nuevo nombre propio a partir de lo que se experimentaba como ajeno, como algo radicalmente opuesto a la propiedad -lo real del síntoma- que a nadie pertenece antes de haber sido nombrado: se anuncia en la angustia, se singulariza en las elecciones, hasta acabar revelándose en el estilo personal del Sinthome construido en el análisis.

Ahora sabemos la trascendencia, logramos valorar el alcance del acto de Freud. El había dicho que su descubrimiento sólo había permitido ver la cima del iceberg, que la terra incógnita se extendía sin que pudiera atisbar sus fronteras…. Sin embargo, poco a poco, los ojos despiertos gracias a la interpretación freudiana se volvieron remolones y, otra vez, el sueño de lo de siempre vino a apagar la radicalidad de tales hallazgos.

Fue necesario Jacques Lacan para reanimar el fuego del deseo freudiano. Pronto su lucidez le advertía que con su enseñanza fundaba un campo, hasta entonces inconcebible, donde la clínica se emparentaba con la ética.  El había proclamado su “retorno a Freud” para así rescatar el valor único de este mensaje con el propósito de auxiliar, de socorrer a los hombres “liberados” de la sociedad moderna, aquellos que se manifiestan en ruptura con la sentencia que les condena a embarcarse en “la más formidable galera.”[3]

Le pidieron a Lacan que enseñara lo que él había aprendido de Freud. Al aceptar ese envite se impuso una disciplina rigurosa que observó durante años en su curso semanal: no repetirse, no decir jamás la misma cosa.[4]  En 1966 publicó sus Escritos, una serie de textos cifrados de esa tarea colosal que sostuvo en los Seminarios: “Reuní bajo este título las cosas que había escrito con objeto de poner algunos puntos de referencia, algunos mojones, como  postes que se fijan en el agua para enganchar los barcos, a lo que había enseñado semanalmente durante una veintena de años.”[5]

Me gustan particularmente las metáforas acuáticas y marinas de Lacan. Quizás, porque el inconsciente puede compararse al agua. En el agua, imprecisa, ilimitada y móvil, necesitamos elementos de orientación, elementos de flotación para no perdernos. Los Escritos nos brindan la oportunidad de sujetarnos con sus cuerdas, y de este modo mantenernos a salvo del naufragio.

Hace falta tiempo

Lacan se sorprendía del éxito de ventas de sus libros, de las traducciones aceleradas, de la extensión del llamado “fenómeno lacaniano.” Porque él los había querido, a sus Escritos, ilegibles, rebeldes a la comprensión. Los concibe como “cartas abiertas”[6], destinados, según lo anuncia en su Obertura a la recopilación, a “…llevar al lector a una consecuencia en la que le sea preciso poner de su parte.”[7]

Porque las claves para entender a Lacan están en nosotros mismos, sus lectores. Más precisamente, en nuestro inconsciente. Lo sé por experiencia. Cuando empecé a leerlo no entendía nada, pero poco a poco algunas frases se grababan a fuego en mi memoria. En algunos casos han debido pasar muchos años y cientos de lecturas hasta acceder a su sentido. Al principio pensaba que mi deseo de entenderlo se vería facilitado si leía sus referencias, haciendo cursos de topología, lingüística y otros…. Entonces no sabía que la lectura de Lacan sería posible al analizarme, descifrando mi inconsciente hasta habitar el discurso que lo toma en cuenta. Puesto que son numerosas las capas que distorsionan nuestra aproximación a lo más íntimo de nosotros mismos, por nosotros mismos ignorado, no es una cosa sencilla, hace falta tiempo para hacerse al ser. Tiempo para afianzar una enunciación singular que se va enhebrando lentamente en una articulación, merced a la puesta en orden de su lógica implacable.

Lacan exploró la clínica y la formación de los analistas desde el punto de vista de lo real, límite de lo simbólico, obstáculo para el pensamiento, impasse de la experiencia analítica, localizado por Freud -en lo que concierne a la sexualidad- con el asombroso nombre de roca viva.  El ser hablante acusa la incidencia de este real singular cada vez que resiente la intrusión de un goce opaco, enigmático, rebelde, “viscoso.” Freud había tomado buena nota de su inevitable aparición en la experiencia analítica, dedujo su inercia, detalló los modos paradójicos en que alcanza a evidenciarse.

En la medida en que el psicoanálisis se ocupa de los hechos de la subjetividad concebidos como hechos de discurso, vinculados a una causalidad psíquica, era preciso discernir la diferencia entre lo real específico del discurso analítico y el de la Física. Lacan indagó sin descanso esa distinción hasta formular una noción operacional de lo real, al que llamó objeto a y presentó al analista como su semblante, asignándole el lugar del agente del discurso analítico.

Gracias a esta invención pudo anticipar lo que para nosotros es evidente: “El psicoanálisis se volverá algo cada vez más útil de preservar en medio del movimiento cada vez más acelerado en el que entra nuestro mundo.”[8]

La rata en el laberinto[9] y la araña lacaniana

¿A qué se refería cuando hablaba de nuestro mundo? Lacan sabía de lo que hablaba. El había elegido el silencio durante los atroces años en los que la destrucción de la humanidad tomó la forma de máquina industrial durante la Shoah. El podía anticipar que las ondas deletéreas se esparcirían con la expansión del capitalismo y que su acción letal se efectuaría en el discurso, en la manera de hablar de las cosas humanas. A la manera de un héroe incómodo -aunque ni por asomo trágico-, advirtió acerca de la faz mortífera de las tecnociencias ungidas en las nuevas formas del superyó que amenazaba la subjetividad y cuya vigencia es palmaria: “En el punto de la ciencia al que hemos llegado, una reactualización del imperativo kantiano podría enunciarse así, empleando el lenguaje de la electrónica y de la automatización: Actúa de tal suerte que tu acción siempre pueda ser programada”[10]

Lo que conocemos como la enseñanza de Lacan es el resultado de una lectura original de Freud, trabajosamente ordenada y actualizada en una “disciplina del comentario” que no se ahorraba ninguna puesta a prueba para hacer avanzar el saber.  Al tiempo que el discurso analítico se orientaba por sus avances, en otro lugar del planeta celebraban un nuevo modo de vida y de comprender su problemática, destinado a dar la espalda a la tradición freudiana.  Esta nueva psicología iría cobrando fuerza a partir de la pregunta de cómo se llega a aprender algo. Sus promotores cifraron sus esperanzas en encontrar una respuesta en los animales, tomando como modelo las ratas, y así se elaboró una psicología cientificista que prescinde de la clínica y se autoriza en investigaciones de laboratorio.

En los presupuestos de la psicología que nutre sus hallazgos en el comportamiento de las ratas, el fin de la vida es sobrevivir, adaptarse.  El ser se identifica entonces con el cuerpo. La vida, con la vida animal. Lo que vale para la unidad vale para “para todos”. La pregunta kantiana, actualizada por el discurso freudiano ¿qué puedo saber? Se deslizó hacia otra: ¿cómo se aprende? Y sus respuestas fueron conformando una ideología de dominio y control que reniega de la causalidad psíquica y a la que ha venido a añadirse la fascinación por la genética blandiendo las promesas de una localización de las taras en un determinismo cerebral siempre esquivo. Actualmente, y en relación a la problemática del autismo, se ha revelado el alcance político de esta divisoria de aguas respecto a la causalidad de los síntomas subjetivos. El acoso y la difamación que ha sufrido el psicoanálisis por parte de violentos detractores muestra la importancia de lo que está en juego.[11]

En el origen de esta psicología estuvo Watson y su experimento con un bebé llamado Albert a quien se le sometió a un cruel experimento[12] en el que ya aparecía la rata, anunciándose así su destino de símbolo indiscutible de la verificación científica experimental. Por esos mismos años la teoría del shock, gestada por psiquiatras, se empezaría a aplicar en la economía según lo ha demostrado Naomi Klein en sus certeros análisis sobre el “capitalismo del desastre.”

Más tarde, otro americano, Tolman, dibujaría el “mapa cognitivo” cuando pudo comprobar que la motivación que se opera en el animalejo se debe, no al aprendizaje de las acciones para alcanzar el supuesto objeto de la necesidad, sino a la huella de su privación, a la ausencia de recompensa. El comportamiento intencional revelaría que aprenden el lugar donde han sido recompensados en lugar de los movimientos para llegar hasta allí.

Que el miedo pueda estar en el origen de muchas conductas no es ninguna novedad, pero sí que pueda usarse como acicate de una psicología y una pedagogía, lo cual acarrea, como una de sus peligrosas consecuencias, la eliminación de la dimensión noble de la educación hasta transformarla en mera domesticación, como ha señalado Judith Miller.

En sus primeros trabajos Lacan había estudiado y comparado la etología y el comportamiento de la cría de hombre ¡qué extraordinaria es la diferencia entre una y otra perspectiva hasta precisar lo que distingue al animal “enfermo de lenguaje”!

El animal está preso, como el hombre, de lo imaginario, como se puede observar en los hábitos del pájaro carpintero, en la paloma, en el grillo peregrino. El animal también puede comunicarse por medio de un complejo código como el que Von Frisch descubrió en las abejas. Pero, a diferencia de este lenguaje directo, el lenguaje humano desconecta al ser hablante de la inmanencia vital, le invita a habitar el discurso, a compartir una interpretación del mundo, a procurarse un vínculo social. Se produce un pacto del ser humano con la cadena significante que trasciende lo vital entendido sólo como la potencia oscura que ideó Schopenhauer[13]. El símbolo de este consentimiento a la dimensión significante se inscribe en la relación con el falo, que opera en psicoanálisis como el significante de la vida y gracias al cual el deseo se revela como subjetivación de las pulsiones y no como una fuerza instintiva.

En su tesis sobre El estadio del espejo Lacan destacaba la captura singular que ejerce en el ser humano la “unidad mental” que proporciona el rostro del semejante desde los primeros días de vida. En estos primeros estudios, la noción de real tenía como referencia la discordancia entre dicha unidad mental y el desamparo en que se encuentra el infans, el que aún no dispone de la palabra. Una tensión vital que se resolverá en intencionalidad psíquica, una fuerza que orienta el ser para avanzar hacia su conquista, la cual no podría advenir sin el socorro del Otro, encarnación de una potencia que puede privar no sólo del alimento sino y fundamentalmente, de los dones simbólicos que constituyen la humana naturaleza, porque lo natural a los seres humanos es hablar. El sujeto no aprende la lengua, la recibe, le es instilada por sus próximos[14], por su entorno. Si “lo real es el misterio del cuerpo hablante” en palabras de Lacan es debido a que el misterio se reedita con cada ser hablante que nace a la vida. Su realización depende del lugar desde donde cada quien consigue o no “tomar la palabra.”

Durante los años que transcurrieron entre la formulación de su tesis sobre el estadio del espejo y la doctrina del inconsciente como misterio del cuerpo hablante Lacan no escatimó medios hasta alcanzar una escritura de lo real, la cual “… no puede inscribirse sino con un impasse de la formalización.”[15] Sin embargo, en el seminario XX en el curso del cual despliega esa escritura original, se inspira también en la imagen de la araña para ofrecer una alegoría de dicho misterio, de aquello que enlaza “invisiblemente” a los cuerpos en la medida en que no es posible deducir la escritura de una relación entre ellos. La vestimenta, la imagen de sí, el semblante, consiguen alojar, envolver con su fina tela significante la dimensión real del cuerpo. Y, de este modo se sostiene la llamada “relación objetal.”[16]

Ha escogido esa imagen de la naturaleza porque, nos dice, se aproxima a una “…reducción a las dimensiones de la superficie que exige lo escrito y que ya maravillaba a Spinoza: el trabajo de texto que sale del vientre de la araña, su tela. Función en verdad milagrosa, cuando vemos dibujarse, desde la superficie misma que surge de un punto opaco de ese extraño ser, la huella de esos escritos donde asir los límites, los puntos de impasse, de sin salida, que muestran a lo real accediendo a lo simbólico”[17]

La araña nos proporciona una imagen del misterio que cada uno es para sí mismo.

A diferencia de la rata, este “extraño ser” tiene un lugar destacado en la cultura occidental, figura ya en las primeras inscripciones sumerias. Ovidio inicia el libro VI de las Metamorfosis con el mito de la mortal Aracné, cuyo arte en el tejido había concitado tanta admiración que, se decía, hubiera podido considerársela discípula de la misma Palas. Pero la vanidosa tejedora desmiente ese aprendizaje y llega a proponer un duelo de telares a la mismísima diosa.  Compareciendo ella en forma de anciana ante la arrogante joven, la incitó a pedir perdón y a mostrarse humilde. Pero contrariamente a lo esperado, este parlamento encendió aún más a la insolente doncella quien retó a la diosa a hacer acto de presencia para evitar la contienda. Palas se desprendió de su disfraz y ya nada detuvo el destino. Palas bordó un tapiz con los Doce dioses celestiales en torno a Júpiter colocados de tal modo en que resaltara “su augusta gravedad”, añadiendo cuatro escenas a modo de mensajes que advertían a la muchacha sobre las consecuencias de su descarada osadía.

Por su parte, Aracné eligió tejer las imágenes de engaños, estupros, pillajes por parte de los dioses. Palas captó la superioridad de este trabajo, pero siéndole imposible aceptar las acusaciones vertidas hacia el Olimpo, descargó su furia contra su rival que intentó ahorcarse con una de las hebras. La diosa llegó a impedir este desenlace, pero la condenó a tejer eternamente su condena una vez transformado su cuerpo en una pequeña silueta de grandes patas, minúscula cabeza y un abultado vientre desde donde deja salir el hilo con el cual trabaja las antiguas telas.[18] El momento de transformación del cuerpo femenino en araña ha sido reflejado de forma magistral por Gustavo Doré en la ilustración del Canto XI del Purgatorio en la Divina Comedia.[19]

Veronese, en su cuadro Aracné o la dialéctica identifica el trabajo de la laboriosa araña a la delgada y sutil tela que tejen las palabras.

Velásquez, el pintor del enigma, presenta su versión en el maravilloso cuadro Las hilanderas. Construido en tres planos, su particular topología cautiva nuestra mirada que se esfuerza en descifrar su misterio, el del propio paño inconsciente del artista entretejido en los detalles. En el fondo del cuadro destaca la imagen del rapto de Europa, uno de los temas elegidos por la Aracné del mito.

Aracné lacaniana

Con estos nobles antecedentes no nos extraña que la alegoría de la araña se demuestre provechosa para ilustrar la lógica estructural que Lacan desarrolla en sus últimos seminarios. La tela surge desde un punto opaco de su vientre. La araña secreta, es decir, pierde algo, una sustancia que dará consistencia al primer hilo. Desde éste tira los andamiajes hilados que toman la forma de una Y griega y a partir de la cual trenzará el resto de la delicada malla. Al primer hilo la araña se lo come, como si de un S1 se tratara, figurando así la introyección freudiana, la desaparición del sujeto bajo el significante traumático. La tela bien puede figurarse como una superficie y la urdimbre, como una escritura en la cual se observan irregularidades, imperfecciones, que pueden asimiladas a los puntos de impasse, de límite, de tropiezos en la frontera “de lo real accediendo a lo simbólico”. Incluso podemos ubicar en la malla las uniones de los hilos en forma de pequeños nudos que cercan lo real del vacío configurando un sostén y favoreciendo el desplazamiento del cuerpo. Esa tela sutil ilustraría pues, la lógica de la sexuación por la cual el cuerpo del hablante puede vincularse de forma invisible con otro cuerpo, no sin malentendidos, ni sin ambivalencias o encuentros fallidos.

Ese significante Uno porta la marca de la singularidad que tiñe el tejido de la trama del S2, el saber articulado, ordenado en el discurso analítico, en cuya estructura se pueden distinguir sus lugares y funciones: uno, surgido de un punto opaco, el otro, tejido en el vacío, tejido del vacío. ¿Qué lo causa? El objeto a, ubicado “en algún lugar del vientre” del cuerpo que habla, indicando que se trata de un lugar en el cuerpo del hablante y no del organismo. En el recorrido analítico la posición del sujeto en la estructura se va reduciendo a esos elementos hasta llegar a captar de dónde brotaba su color pulsional, su “color de vacío”, un goce singular atrapado en la “guarida de la lengua”. Hacerlo existir como causa de un decir en el hábitat del discurso es el propósito de un análisis.

Gracias a la enseñanza de Lacan contamos con más husos, hilos y nudos que nos ayudan en la labor de trenzado; es la oportunidad que ofrecemos a cada analizante, la de tejer su propia tela para habitar el discurso a la vez que descifra el enigma de su síntoma con el hilo del deseo.

Por eso los analistas lacanianos estamos persuadidos de que, en la búsqueda de la solución a sus malestares subjetivos, el siglo XXI se presenta como el tiempo de la elección: entre el genoma y el poema, entre la norma y lo singular, entre la rata y la araña.

Ilustración: Gustave Doré


[1] J.Lacan. Seminario XX Aún.Paidós. Buenos Aires. 1981. Pág.131.

[2] Jacques-Alain Miller, Sutilezas analíticas. Paidós. Buenos Aires. 2011. Pág.35

[3] J.Lacan, La agresividad en psicoanálisis. O.E. RBA.2006. pág.116

[4] J.Lacan. Mi enseñanza. Paidós. 2008. Pág.17

[5]J.Lacan Mi enseñanza. Paidós. Buenos Aires. 2008. Pág.81

[6] J. Lacan. Lituratierra. En Otros Escritos. Paidós. Buenos Aires. 2012. Pág.20

[7] J.Lacan. Obertura a esta recopilación. O.E. RBA. Paidós. Pág.4

[8] Lacan. Mi enseñanza. Pág.69

[9] J.Lacan. Seminario XX Aún. Pág.165

[10] J.Lacan Seminario VII La ética del psicoanálisis. Paidós. Pág.96

[11] A este respecto es de obligada lectura el libro de F.Ansermet &A.Giacobino. Autisme.A Chacun son génome.Navarin. París. 2001.

[12] Los principios del condicionamiento de la conducta pueden explicarse en función de la reacción de miedo de un niño ante una rata blanca. En el experimento princeps, al principio el bebé no tenía miedo de los animales con pelo. En cambio, se mostraba temeroso de los fuertes ruidos como el resultado de golpear un platillo metálico con un martillo detrás de su cabeza. Al presentarle, a la vez que el ruido, un objeto de color blanco, después de varios ensayos, el niño sollozó ante la presencia de una rata blanca. Esta “respuesta” es análoga al condicionamiento negativo de Skinner, que a menudo se confunde con el castigo.

[13] Marco Focchi, Comentario del Seminario V Las formaciones del inconsciente. Madrid. 22 de Junio de 2013.

[14] J.Lacan, Conferencia sobre el síntoma. Intervenciones y textos II. Manantial. Buenos Aires1988. Pág.124.

[15] J.Lacan, op.cit. pág. 112

[16] J.Lacan. op.cit. pág.

[17] Ibídem, pág. 113

[18] Ovidio. Metamorfosis. Cátedra. Madrid. 1995. Págs 385-393

[19] “Oh, insensata Aracné. También a ti te veía, medio convertida en araña, yaciendo sobre los destrozados restos de la obra que tejiste en tu propio daño.”