Distinción de la angustia

En estos tiempos de espesa niebla discursiva, en los que se multiplican las consignas y los latiguillos en desmedro de la argumentación, celebro que la Antena de Bilbao haya elegido, a la manera de un candil de Diógenes para convocar su décima conversación, una de las definiciones lacanianas de la angustia: el afecto que no engaña.

En nuestro mapa clínico el enlace de la angustia a la inhibición y al síntoma permanece intacto, incluso cuando la traducción del vocabulario freudiano parecería haberse consumado en la elaboración de la topología borromea, Lacan lo hace resplandecer como la triaca que viene a nombrar, en la singularidad de cada existencia, aquella otra formada por lo simbólico, lo imaginario y lo real, gracias a la cual consiguió resolver, a lo largo de su enseñanza, muchos de “los azoros de la cogitación psicoanalítica.”[1]

Angs. Camino angosto, el de la verdad. Sus límites son imprecisos para el vulgo y para la práctica psicoterapéutica, incluso en el diccionario cuando se destaca su carácter negativo: la ansiedad y el pánico pueden tomar su lugar, pretender su sinonimia.

Freud distinguió el pánico como el efecto de la pérdida de la consistencia del Otro, del grupo que aseguraba la interpretación colectiva de la realidad. Lo ilustra el contagioso fenómeno de fragmentación ocasionada por la desaparición del jefe de un ejército que hasta el momento encarnaba el ideal. En la desbandada, bajo el impulso a la fuga individual, sálvese quien pueda.

En castellano no se conjuga en un verbo; decimos “entrar en pánico”, como si se aludiera a otra zona, donde habitara aún el dios Pan, y donde pudiera irrumpir sembrando el terror.

La ansiedad, cuyos títulos de nobleza kleinianos le permitieron incluso despojar a la angustia de su precisión freudiana en el psicoanálisis anglosajón, reina ahora, en la ceremonia de la confusión.

Pero todo en ella es individual, incluso cuando se convierte en acción y se transforma en un desear con ansias. Considerada como un fallo adaptativo del organismo y origen de inquietud, agitación, y zozobra, su ahogo pretende ser tratado con ansiolíticos. Sin el Otro.

La angustia es de otro orden, y nuestra lengua permite distinguirlo en un ramillete de palabras: angustiada, angustioso, angustiante, incluso puede atribuírsele un agente: la angustia tiene una causa real[2] y el verbo lo ratifica.  Forma parte de nuestra existencia de seres hablantes y todo ser humano la conoce, decía Freud, aunque no todos sean seres angustiados. Pero no basta con conocerla, para extraer su verdad es preciso transitar la experiencia del inconsciente y así poder cerciorarse de su carácter productivo[3].


[1] J.Lacan, De nuestros antecedentes. Escritos I.

[2] S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia. OC. Tomo III.

[3] J.A. Miller, La angustia. Introducción al Seminario X de Jacques Lacan. Gredos.