Judith, sus palabras de oro

Tomo las palabras de Lacan, justas y precisas, para nombrar el impacto de la pérdida de un ser querido e intentar, siguiendo su ejemplo, reconocer a la vez, la humana e íntima debilidad ante semejante empeño, así como el esfuerzo por arrancar a esa experiencia un mensaje que pueda compartirse.

“On peut exhaler le cri qui nie que l’amitié puisse cesser de vivre. On ne peut dir la mort advenue sans meurtrir encore. J’y renonce l’ayant tenté, pour malgré moi porter au delà mon hommage.”[1]

Enlazados en un nudo de dos frases, se enuncia lo que se puede, lo que no se puede. Se puede exhalar el grito que niega; no se puede decir la muerte advenida sin ahondar en la herida. Entonces, ¿sólo nos resta el silencio? El sagrado silencio, el que hace surgir en su hueco la ausencia de la voz que se ha apagado?

Lacan nos enseña que se puede ir más allá del homenaje en el homenaje necesario, al interrogar el punto en que su amigo Merleau Ponty había indagado en lo invisible hasta llevar a cabo, siguiendo los pasos del filósofo, la traducción de los tiempos de la pulsión freudiana en una topología novedosa, y conseguir así cercar el objeto inasible en el campo de la visión: la mirada. La mirada, causa ignorada en la estructuración del perceptum capturado por las imágenes y ello debido a que “lo especular hace olvidar lo escópico.”[2]

Intentaré pues, ir más allá del homenaje, tan merecido, a Judith Miller. Ella escribió el prólogo de la publicación de la jornada que tuvo lugar en Madrid en 2001, organizada por la Embajada Italiana, bajo el título Desarrollos Actuales en la Investigación del Autismo y la Psicosis Infantil en el Área Mediterránea, con la presencia de Antonio Di Ciaccia y Virginio Baio.

Cómo no emocionarse en los tiempos que vivimos, cuando leemos sus palabras: “…creo que la idea mediterránea de Fernand Braudel, que fue toda una novedad cuando él la formuló, es fecunda si sabemos cultivarla.”[3] Cómo no reconocer la inmensidad de esta sugerencia cuando leemos que su autor considera al mar una encrucijada donde, desde hace milenios todo confluye, donde se aúnan el pasado y el presente, en una suma de azares, accidentes y logros repetidos.

Judith explica en esa ocasión la buena manera de cultivar esta idea en el suelo del Campo Freudiano, sabiendo diseminar en las distintas lenguas la enseñanza de Lacan como brújula indispensable de la orientación de la práctica.

“Una sensación de espanto me invade cuando numerosos clínicos dimiten de sus responsabilidades, por no medir el alcance de los conceptos a los que recurren para ignorar el sufrimiento y las elecciones de los niños autistas, reduciéndolos a seres genéticamente perturbados. ¿Cómo no atender a lo que Jacques Lacan avanzaba en Ginebra en relación al niño autista…(…)? Esta sordera revela una incapacidad, temible en ciertos clínicos, para interrogarse respecto a su propio no saber, aquélla que obtura con un desconocimiento radical su propia experiencia, pretendiendo ignorar así que estos niños les dicen muchas cosas desde sus pretendidos mutismos o encierros. Les haría falta el coraje de interrogar los límites de su saber y la razón de las hipótesis ciegas con las que se confortan bajo la apariencia de un discurso científico.

Nunca olvidaré la intervención ejemplar de Virginio Baio en la XXI Jornada del Cereda en 1998, en la que relataba cómo un niño aparentemente cerrado a toda comunicación, tuvo un encuentro con un Otro no perseguidor en el momento en que, al golpetear según su costumbre el cristal de la ventana, un joven psicoterapeuta tuvo la idea –genial- de responder a esos golpes con su guitarra. El niño entendió la respuesta, entrando enseguida en un diálogo que fue seguido de su primer gesto de ternura y que fue el origen de una historia completamente sorprendente, como es la historia de cada sujeto.

Fue la primera vez que tuve la suerte de escuchar un clínico que se obligaba a leer las indicaciones de Jacques Lacan palabra por palabra, tomándolas a cada una como palabra de oro, seriamente, como debe hacer todo lector de Lacan digno de ese nombre.”[4]

Judith ofrecía sus brazos abiertos al refugio y al cuidado de los jóvenes practicantes manifestando el coraje para interrogar los límites de su saber, mostrándose deseosos de formarse, en el área mediterránea y más allá, hasta alcanzar las tierras que bordean las aguas de otros mares, los más fríos y los más cálidos. Judith sabía tomar las palabras de Lacan como palabras de oro. Él supo considerar los conceptos de Freud como un verdadero tesoro,[5] menguado por quienes debían haber sido sus celosos guardianes.

Con la misma intensidad Judith nos recordaba una y otra vez las exigencias de nuestra formación, combatiendo con displicencia las justificaciones, la pereza y el conformismo, porque ella sabía que tomar la palabra y actuar en nombre del discurso analítico supone una gran responsabilidad.

Las palabras de Judith son palabras de oro, una buena razón para continuar en nuestros quehaceres[6], disponiéndonos a ser portavoces dignos de su mensaje.


[1] Jaques Lacan, Merleau Ponty. En Autres écrits. Seuil. Paris 2001. P. 175:  “Se puede exhalar el grito que niega que la amistad pueda cesar de vivir. No se puede decir la muerte advenida sin herir aún. Renuncio a ello, habiéndolo  intentado, para, a pesar mío llevar más allá mi homenaje.” En Otros Escritos. Editorial Paidós. Buenos Aires

[2] Jacques-Alain Miller, Silet. Cours 17 mayo de 1995. Inédito. Afirma Miller que en  Merleau Ponty se presenta como Fenomenología de la percepción, es elucidado por Lacan como la lógica de la percepción

[3] Judith Miller. En Desarrollos Actuales en la Investigación del Autismo y Psicosis Infantil en el Área Mediterránea. Ministero Affari Esteri. Madrid. 2001. P. 17

[4] Ibídem, p. 18

[5] “Textos que se muestran comparables a aquellos mismos que la veneración humana ha revestido en otro tiempo de los más altos atributos, por el hecho de que soportan la prueba de esa disciplina del comentario…” Jacques Lacan, La Cosa Freudiana. En O:E. RBA. Barcelona 2005. Pág. 386

[6] “Sin algo que hacer no se puede estar (quehaceres dicen los españoles)…” S. Freud, Correspondencia con K. Abraham. Gedisa. Barcelona. 1979. P. 234