Estas reflexiones se sitúan en el campo que Lacan denominó Lituraterra, zona común al psicoanálisis y a la literatura. En esta zona no es necesario explicar que el ser se forma en las aguas del lenguaje. En palabras del poeta Michel Leiris, en esta zona se admite, sin reservas, que Langage tangage[1]. Y de ello se ocupan, aunque de manera muy distinta, el psicoanálisis y la literatura.
La distinción entre seres de ficción y seres reales no es un tema menor ni carente de importancia en la delimitación de esta zona. Desde la temática de los impostores a la disputa sobre hechos fácticos y ficticios hasta la validez de la literatura testimonial o autobiográfica, surgen temas de interés común como racimos; lo que llamamos humanidad, creadora de mundos, fermenta en el humus[2] del lenguaje, factor de creación y humillación; de gloria y servidumbre.
Cada ser que nace en este complicado mundo se ve obligado, en razón de sus necesidades más humildes, a reeditar “el gran problema de la vida”, la falla del goce que trae consigo el carácter parasitario del lenguaje; cada uno, en sí mismo, experimenta esa falla como su esencial incógnita. A esa zona opaca de la subjetividad Freud le dio el nombre de inconsciente.
Con ese descubrimiento el psicoanálisis conseguía objetar el espejismo de las Luces; otra lógica podía extraerse del modo en que los pensamientos nos asedian[3], nos asaltan, nos persiguen, de forma arbitraria y caprichosa, hurtándonos el supuesto dominio de la razón sobre las pasiones en el que se había empeñado la filosofía.
La expresión “el misterio en el psicoanálisis”, formulada por Jacques Alain Miller en su curso Un esfuerzo de poesía[4], evoca El misterio en las letras de Mallarmé. En ese texto el poeta anticipa a Freud: “Debe haber algo escondido en el fondo de todos, creo decididamente en algo oculto -que significa cerrado y tapado -que habita en el común.”[5] Frente a la tiranía de lo útil que ya venía ganando terreno en esos tiempos, Mallarmé apuesta por la elaboración de una doctrina del enigma (del ocultamiento poético) que enaltece hasta declararlo como el fin mismo de la literatura. El escritor debió enfrentarse a los “astutos maliciosos” que se atrevían a calificar su poesía de ininteligible. Él encuentra en tal valoración una profunda incapacidad para valorar lo oracular, una manifestación del odio por lo oscuro que nace de la ignorancia y de la negación de la opacidad, del enigma que habita en cada uno de nosotros.
La protección de esta zona de la subjetividad se ha vuelto urgente en estos momentos en que las Luces, travestidas de falsas ciencias, lo inundan todo con su temible ideología de la evaluación. Parafraseando a Miller, el poeta no encontró la luz en el corazón del sujeto sino la oscuridad, cada uno tiene que vérselas, en sí mismo, con una parte oscura que lo devora; la insistencia sobre la claridad que impone la ciencia está destinada a velar, a calmar o a asfixiar.
Mallarmé profiere una encendida advertencia contra la tiranía de las Luces: ¡Comprend pas! (¡No comprendan!) cuyo eco encontramos en Lacan, quien curiosamente, fue acusado, también, de oscuro. Cuando se regocija de que sus Escritos no se comprendan es porque, al igual que la poesía, su incomprensión dará ocasión de leerlos, de explicarlos, no sin poner en ello algo de uno mismo, de su propia cosecha[6], lo cual es esencial para obtener un efecto de formación en los analistas, cual era su principal preocupación.
El cultivo del enigma frente a la dictadura de la transparencia puede considerarse un primer principio de Lituraterra; en ella es preciso realizar, siguiendo a Miller, un esfuerzo de poesía, a fin de proteger, junto a la necesaria y rigurosa elucidación del funcionamiento del inconsciente, su misterio vital, su sustancial enigma.
Freud y los enigmas
¿Qué pudo llevarle a pensar que los síntomas representaban un enigma semejante a los jeroglíficos? La constatación de que, como éstos, volvían siempre al mismo lugar, como una inscripción en el cuerpo; portando un sentido ignorado y una satisfacción paradójica; vinculados, pues, a ciertos significantes cuya clave de lectura no estaba disponible. De la mano de Freud, -quien le concede carta de ciudadanía- entra en la gran escena del mundo el drama neurótico, a cuya formulación se podía acceder por el camino de la razón inconsciente de los síntomas. Así verían la luz los enigmas existenciales que ordenan el libreto de la histeria: ¿soy hombre o mujer? y de la neurosis obsesiva: ¿estoy vivo o muerto?
Los casos de Freud Dora, Juanito, El hombre de las ratas, El hombre de los lobos, La joven homosexual son relatos construidos a partir de la particularísima experiencia de lectura que constituye un análisis. En ésta se elaboran las historias particulares, la versión épica de los atolladeros existenciales que la estructura impone a los seres hablantes y a los que Freud le concedió el rango de “novela familiar.”
El modo en que están construidos los historiales recuerda el estilo de Goethe, y fueron elegidos por su fuerza probatoria para la transmisión de esta singular práctica de palabras, destinada a elaborar la construcción de la historia personal, y en cuya elaboración se inserta el oyente, el analista, orientando la lectura del inconsciente.
Cada uno de ellos ocupa el lugar de paradigma de la clínica freudiana, que se distingue así de la psicopatología: no responden a cuadros patológicos sino a modos singulares de articulación y resolución fallida del enigma, del gran problema de la vida: la cuestión del deseo y las dificultades de la satisfacción. Su valor irrepetible les mantiene como referencia fundamental sobre la que se sucedieron las críticas, las correcciones, las ampliaciones.
Ya en la época de Freud grandes escritores y guionistas abrevarían en el saber psicoanalítico para abrir las compuertas de la intimidad de los sueños y fantasmas en la construcción de sus ficciones: Stefan Sweig, Artur Schnitlzer, Tomas Mann, entre otros. En su literatura incluyen fragmentos de nuevas maneras de habitar el discurso y de afrontar los enigmas.
Freud conquistó un vasto saber sobre las leyes, sobre la dinámica y las inercias que rigen en el inconsciente, pudiendo iluminar gran parte de esa zona incógnita. Sin embargo, no redujo un ápice el misterio, el carácter opaco de los grandes enigmas de la subjetividad, más bien, contribuyó a precisar su formulación: ¿qué es un padre? ¿qué quiere la mujer? ambos anudándose en el ombligo del inconsciente de cada criatura, por el cual, éste “conecta con lo desconocido.”
¿Qué es un caso?
Es la historia subjetiva construida con la colaboración del analista en el marco de un análisis, donde se aprende a leer el inconsciente, a escucharse. En la medida en que los síntomas traducen el desvarío del goce, su desciframiento se rige por dos preguntas ¿por qué? Y ¿para qué? A partir de las cuales es posible acceder a un orden lógico para situarse en la existencia.
Por ello tal lectura no es neutra, ni semeja a una hermenéutica. Implica el lazo con el analista en la transferencia y se lleva a cabo en un itinerario plagado de dificultades debido a la propia estructura del inconsciente, que se ha conformado como rechazo del saber: “el ser, hablando, goza y no quiere saber nada” sentencia Lacan. Goza y da vueltas en redondo; para salir del redil es necesario un deseo decidido, el coraje de querer saber; la invención del psicoanálisis ha concedido a los seres hablantes un lugar donde decir las miserias, evitando así desparramarlas, sin saberlo, en todos los ámbitos de su vida. Si tenemos en cuenta la obscenidad del goce explícito y la degradación que conlleva, tal como se expone sin pudor en nuestros días, tendremos una medida del beneficio que aporta el análisis, que Lacan resumía diciendo: “vuelve el amor más digno”.
La construcción de los casos se ha extendido a la confección del testimonio en el que se intenta verificar la emergencia del deseo inédito del analista -una vez concluida la experiencia-, en el dispositivo del pase que otorga un título de garantía de la Escuela de Lacan. Evidentemente, aunque no se valora su calidad literaria, sí se toma en consideración el bien decir cuyo efecto de transmisión se verifica en la comunidad.
Psicoanálisis y literatura
En diversas oportunidades se ocupó Freud de la creación literaria, en El poeta y los sueños diurnos encontramos la afirmación de que el poeta comparte con sus congéneres los fantasmas inconscientes que tienen su raíz en las pulsiones primarias. Cómo consigue el poeta, con su técnica, la transformación de tales fantasmas, de tal modo que la repugnancia que experimentaríamos ante ciertos hechos se convierta en placer de leerlos o escucharlos, ése es “su más íntimo secreto” concluye. El psicoanálisis no está llamado a desentrañar la esencia del arte y es preciso reconocer que ni “el máximo conocimiento de las condiciones de la elección del tema poético [ni] de la esencia del arte poético habría de contribuir, en lo más mínimo, a hacernos poetas.”[7]
En la Metapsicología desarrolla el concepto de sublimación añadiendo un aporte esencial a la función catártica (el despertar del temor y la piedad) que Aristóteles había concedido a la acción del teatro sobre el público, si bien es cierto que tuvimos que leer el Seminario VII dedicado a La ética del psicoanálisis, para valorar el alcance de la operación sublimatoria como un nuevo fin pulsional o de goce, que especifica las creaciones de la cultura y las distingue de la sociedad, cuyos lazos se sustentan en la identificación.
Sin embargo, y a pesar de haber escogido la tragedia de Edipo para bautizar la matriz inconsciente del deseo, y aún habiendo realizado un estudio sobre la personalidad de Dostoievsky, Freud no analizó novelas. “… se contuvo”[8].
En el texto Lituraterra Lacan se manifiesta contrario a que el psicoanálisis pueda contribuir en nada a la crítica literaria, una zona, dice, propia del discurso universitario, en el que el saber ocupa el semblante de agente del discurso, y precisa: “…que el psicoanálisis penda del Edipo no lo califica en modo alguno para reconocerse en el texto de Sófocles.” Añade a ese juicio una apreciación a tener muy en cuenta: “…la inadecuación de su práctica (la del psicoanálisis) para motivar el menor juicio literario.”[9]
En el texto de Homenaje a M. Duras no es menos tajante: “…en su materia el artista le lleva siempre la delantera [al analista] y no tiene por qué hacer de psicólogo allí donde el artista le desbroza el camino.”[10]
Una posición que Lacan había tomado al acometer su estudio sobre Hamlet en el marco del Seminario VI El deseo y su interpretación, cuando advertía que se trataba de un personaje, no un caso; una aclaración fundamental si tenemos en cuenta que, según sus palabras, “…las creaciones poéticas más que reflejar las creaciones psicológicas, las engendran.” Así nos brinda una orientación muy precisa a fin de establecer la frontera necesaria entre la literatura y el discurso analítico.
De Margarite Duras dirá “ella evidencia saber sin mí lo que yo enseño”, demuestra “que la práctica de la letra converge con el uso del inconsciente”. El artista, a diferencia del neurótico, puede usar del inconsciente en su creación, del inconsciente con un rigor exquisito, sin tener de ello la menor idea: la escritora le había confesado que no sabía de dónde le había surgido su personaje de Lol V.Stein.
Jacques Lacan: una original doctrina de la letra.
La preocupación de Lacan por el fin propio del análisis, alcanzar lo real, es decir, por distinguirlo de una mera narratología, por hallar la diferencia absoluta de cada ser hablante, propulsó su última enseñanza; en ella el énfasis se desplaza de la palabra a la escritura, siempre con el fin de esclarecer lo que en la operación analítica hace posible un nuevo decir, un cambio real en el modo de habitar el discurso.
¿Cómo detener la fuga del sentido, su deslizamiento infinito? ¿cómo alcanzar lo real de la estructura, lo imposible de decir? Estas preguntas encontrarán una respuesta en la escritura, – la frontera entre lo real y lo simbólico-, un tope a la deriva del sentido. En la exploración de Lituraterra la orientación es clara: ¿qué debe ser la interpretación analítica para hacer posible la conquista de tal límite? ¿Cómo conducir, a través de la palabra, a una escritura que no la sumerja en las nubes del sentido, siempre presto a escaparse como en un tonel de Danaides? Para responder a estas cuestiones se refiere a la operación del poeta, cuyo arte es producir, con su escritura, un efecto de sentido y un efecto de agujero. Es una preciosa indicación, porque nos ayuda a distinguir los escritores que consiguen ambos efectos, de sentido y agujero. El estudio del arte que conquista esta operación nos interesa sobremanera, para captar la homología con la interpretación analítica.
Esta es la contribución del psicoanálisis a la teoría literaria, afirma Lacan, no se trata de un método de interpretación sino de la localización de su límite, la noción de un savoir en echec, un saber fracasado, lo cual no significa el fracaso del saber sino la imposibilidad de su clausura. Un saber que lleva, en su seno, el agujero, y, en tal caso, algo -un fragmento – ha cesado de no escribirse. En el caso de los escritores que afrontaron escribir ficciones a partir del real más espantoso e imposible de concebir, esta precisión es de lo más pertinente. Imre Kertész, Aharon Appenfeld, Paul Celan, Claude Lanzman… son ejemplos singulares de este tipo de hacer artístico que pone en cuestión la existencia del género de literatura del Holocausto. Ellos saben mantenerse en la frontera donde la ficción nombra y, a la vez, vela el horror, lo imposible de pensar y de decir, reclamando la memoria perpetua de los que no están.
Las ficciones, la escritura
Aunque los desarrollos sobre Lituraterra pertenecen a la última época de su enseñanza, no es casual que el texto sobre La carta robada que inaugura los Escritos, verse precisamente sobre una carta (lettre en francés) de la que se ignora el contenido, pero cuya pista determina la posición subjetiva de quien la detenta. Al concebir semejante mensaje que consiste en la elisión del mensaje, el genio de Poe revela su saber hacer con la letra, un talento que, según Lacan, “…no puede elucidarse mediante ningún rasgo de psicobiografía.”
Si bien de tanto en tanto Lacan hace mención a algún caso de su práctica, no escribió historiales. La versión lacaniana del psicoanálisis se construye laboriosamente a través de innumerables lecturas que innovan, corrigen y enriquecen la versión freudiana. Lacan se apoya en ficciones literarias o filosóficas con el fin de rubricar la lectura analítica de los atolladeros de la subjetividad puestos en orden gracias a un nuevo discurso, a la luz del cual se coordinan con la existencia del inconsciente y la falla del goce.
Si nos guiamos por esta perspectiva en la que el artista nos lleva la delantera en la invención de las ficciones, y en la medida en que no hay hechos sino hechos de discurso, podemos notar cómo Lacan va enhebrando con los hilos de la cultura los complejos caminos en que transitan las existencias influidas por la ficciones y semblantes creados por los artistas. De esta forma los hechos clínicos se entrelazan con las figuras del malestar que nos brindaron los clásicos y a las que secreta cada época.
De las múltiples referencias podemos extraer algunas claves para ilustrar la singularidad y la originalidad de la versión lacaniana del psicoanálisis:
-En primer lugar, el drama pasional derivado de la captura especular en la relación del yo con el semejante, -el narcisismo-, en cuya estructura Lacan inyecta la infernal dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, revela su faz cómica en un clásico, el personaje de Sosia de la comedia de Plauto, Anfitrión, y alcanza su estrellato en la obra homónima de Moliére.
-Cuando acomete la lectura de la experiencia analítica de Dora, Lacan escoge una perspectiva muy original al ordenar la experiencia desde el punto de vista de la conquista de la verdad en una dialéctica escandida por la interpretación analítica. Además se sirve de una figura hegeliana, el alma bella creada por Goethe, cuya esencia es la pasión insurgente ante el desorden del mundo del que se proclama víctima, ignorando su contribución activa a la fabricación de la falla que denuncia. En la figura de Karl Moor, el héroe de Los bandidos de Schiller esta figura alcanzará su dimensión política.
-Lacan redujo el Edipo freudiano a una operación metafórica por medio de la sustitución del deseo de la madre por el nombre del padre gracias a la cual se ordenaban las significaciones de nuestro mundo, y cuya falta volvía errática la existencia. La acción del significante paterno distinguido del conjunto, regulando el circuito de la comunicación al procurar los puntos de abrochamiento de su acción simbólica, se puede distinguir en el intercambio entre Abner y Joad, personajes de Atalía, de Racine.
-Las clases que dedicó a Hamlet son apasionantes, tejidos en un suspense especial, sus desarrollos demuestran que el atractivo que ejerce “Hamlet, el enigma” a través de los tiempos, procede de la lógica subjetiva en la que está tramada esta tragedia del deseo y de la imposibilidad de la acción, a pesar de saber las justas razones en las que podría sustentarse.
El valor único de esta pieza de Shakespeare no reside solamente en la invención de este personaje singular sino en la trama de los lugares de la estructura, que se despeja nítidamente y se convierte en una brújula del análisis: La inhibición del acto se debe a que su deseo está suspendido del deseo, del tiempo del Otro. Por tal motivo, la recuperación de la potencia sobreviene una vez atravesada la subjetivación de la pérdida, en el momento del duelo por Ofelia.
-Asimismo, escogerá Antígona para ilustrar el drama del sujeto suspendido en esa zona de la subjetividad donde sólo resta el dolor de existir. Situada en ese lugar imposible, más allá de los bienes y de la belleza, más allá del principio del placer, la existencia subjetiva se manifiesta inconciliable con la estética y la moral. De ahí que el psicoanálisis, que avanza y explora esta zona de forma calculada, debe formular los principios éticos de su acción, porque el corazón del principio de realidad en el que opera la razón práctica, no alberga la capacidad de adaptación, sino la mortificación del superyo.
-También encontrará en la pieza de Wedekind El despertar de la primavera, un racimo de personajes debatiéndose en la árida transición de la pubertad hacia la adolescencia a través de los cuales se esclarece que en esta época de la vida, acontece el necesario despertar de los sueños. Un encuentro estructural con la falla del lenguaje para decir el sexo que puede desencadenar las más diversas soluciones subjetivas.
-Mediante las imponentes figuras femeninas de Lol V. Stein de Margarite Duras, La mujer pobre de León Bloy y de la poesía mística, consigue atrapar las misteriosas huellas el goce enigmático de la mujer, que se insinúa más allá del falo.
-También ilustrará el paisaje de la escena perversa, fetichista, que caracteriza el goce masculino con la pieza El balcón de Genet.
-Y mostrará el camino trazado por la destitución del padre de la era post-edípica y su incidencia sobre la problemática del deseo en el mundo moderno, a través de la Trilogía de Claudel.
-Los “casos” de Gide y Joyce merecen una consideración aparte. En cierto sentido podemos decir que en el texto sobre el primero anticipa los prodigiosos hallazgos que aportará estudiando el segundo. Ninguno de los dos escritores fue psicoanalizado, pero ambos brindan la ocasión de ampliar el territorio de la clínica analítica. En ambos casos Lacan infiere la clínica a partir del material biográfico, los textos y cartas.[11]
En el texto Juventud de André Gide se coloca a distancia de cualquier psicobiografía; lleva a cabo un trabajo de deducción de la posición del escritor en la estructura. Estudia la composición de la persona, su “autocreación”, interesándose por la “autoclínica”, por el modo de tratar su síntoma, que denominó “el secreto del deseo” en Gide, formulado como el enigma fundamental “¿qué fue para ese niño su madre?”[12] Respecto de Joyce, la solución artística cuyo rastro reconstruye Lacan, podría formularse respecto de la pregunta ¿qué fue para ese niño su padre? Joyce descifra su propio enigma, a través de su personaje de Stephen Dedalus.
Ambos casos de serescritos (scriptuêtres)[13] se diferencian del análisis, experiencia de palabra, propia de los seres hablantes (parlêtres). Sin embargo, ambos casos aportan una preciosa enseñanza sobre la categoría de sínthoma, inventada a partir de la experiencia de quienes Lacan llamó “desabonados del inconsciente”, que usan de él sin tener de ello la menor idea, sin pretender encontrarle un sentido personal.
Gracias a estos descubrimientos Lacan consiguió reformular la práctica analítica más allá de las fronteras del sentido edípico que conocemos como clínica continuista. Una parte de los seres hablantes se sirven del Edipo para intentar resolver los enredos, los embrollos propios de su condición. Pero no todos recalan en el padre para orientarse, existen una multiplicidad de soluciones, tantas como puedan propiciarse gracias a la potencialidad creadora de la lengua, cuya diversidad Lacan subraya al escribir lalengua, fértil en suministrar un asiento a los extraviados cuando pueden hacer algo con ella. El analista lacaniano está llamado a brindarles su escucha a fin de impedir su naufragio.
Nuestro cometido
En Lituraterra debemos cuidar este territorio fronterizo, el país de la subjetividad y sus enigmas. Nuestro mayor designio es proteger esa zona opaca, oscura e incógnita, ante la constante amenaza de su desaparición. En esta terra, nuova e antica, que descubrimos con alegría cada día, es nuestro privilegio cuidar del misterio en las letras y en el inconsciente.
La labor del analista implica respetar el esfuerzo de poesía que cada analizante lleva a cabo al construir las ficciones que responden a sus enigmas, y son tejidas con las letras de su goce singular. El arte nos ha enseñado que se puede hacer algo con ellas, como lo expresa Jean Genet en su elogio al escultor: “Me parece que el arte de Giacometti intenta descubrir esta herida secreta de todo ser, incluso de toda cosa, a fin de que ella, la herida, se ilumine (…) La obra de Giacometti comunica el conocimiento de la soledad, la herida, singular, diferente para cada uno, de cada ser y de cada cosa (…) y de que esta soledad es nuestra gloria más segura.”[14]
[1] Le lengage t’engage: el lenguaje te compromete, te incita, te toma.
[2] J.Lacan, “El ser humus, el ser humillado, el ser humano, el ser que pueden llamar como quieran…”Conferencia de Ginebra sobre el síntoma. En Intervenciones y textos 2. Manantial. Buenos Aires. 2008. P.129
[3] Miller compara a perros voraces a “los pensamientos nos carcomen”. J. A. Miller, Un esfuerzo de poesía, Paidós. Buenos Aires. 2016. P.27
[4] J.A.Miller, Ibídem, P.33
[5] Citado por J.A. Miller, ibídem.
[6] “Il faut y mettre du sien”, hace falta poner de sí, “poner el cuerpo”
[7] S. Freud: El poeta y los sueños diurnos. En Obras Completas. Tomo II. Biblioteca Nueva. Madrid. 1973. Pág. 1343
[8] J.Lacan: Le Séminaire XXIII; Le sinthome. Seuil. París. 2005. Pág. 71
[9] J.Lacan: Seminario 18: De un discurso que no fuera del semblante. Paidós. Buenos Aires. 2009. Pág.106-107
[10] J.Lacan: Homenaje a M.Duras en Intervenciones y textos II.Manantial. Buenos Aires. 1988. Pág.66
[12] Jacques-Alain Miller: Acerca del Gide de Lacan. Malentendido. Buenos Aires.1990
[13] Jacques-Alain Miller: Cosas de finura en el psicoanálisis. Curso del 3 de diciembre de 2008
[14] Citado por Hervé Castanet: Le choix de l‘écriture. Rumeur des Ages. La Rochelle. 2004. Pág.10