En la Sede de la ELP Zaragoza, 2015.
Celebramos la aparición de este libro fundamental. Por varias razones. En primer lugar, porque tiene un enorme interés clínico y cada persona con alguna cuestión que desee investigar sobre la práctica actual lacaniana con niños y adolescentes, seguro que aquí encuentra una buena pista. Pero el alcance que tiene este libro va mucho más allá de la clínica, pues constituye un diagnóstico de la situación de lo psi, de lo que es el estado de la salud mental en el mundo.
Es algo asombroso como Laurent ha seguido la pista del DSM y de lo que ha ido sucediendo con la invasión del cognitivismo, la manera en que ha ido observando los movimientos mediáticos y no mediáticos destinados a favorecer el fin del psicoanálisis, el asesinato del psicoanálisis. Necesitábamos una mente privilegiada como la de Eric Laurent, una persona que lea correctamente los fenómenos de una manera crítica, que los analice, y nos los exponga claramente para que nosotros los podamos usar.
Para quienes formamos parte del Observatorio Internacional de las Políticas del Autismo es un texto muy importante. Estamos recibiendo un montón de información sobre lo que se hace en distintos lugares del mundo en donde hay Escuelas de la AMP, hay radares en todas partes que nos van informando sobre la situación del autismo en los distintos países. Por ejemplo, algo que no se pensaba que iba a ocurrir, la expansión, a la manera de una infección, del cognitivismo ¡en Argentina! Las únicas asociaciones de padres y amigos y afectados por el autismo de Argentina reclaman el tratamiento ABA. ¿Por qué? La operación surge por parte de los neonatólogos y los neurólogos, acompañados por psicólogos que empiezan a reclamar ese tipo de tratamiento, y el diagnóstico precoz, cuanto antes mejor.
Necesitamos una orientación para ordenar todas estas informaciones que vamos recibiendo, para interpretar y analizar estas noticias y así valorar correctamente nuestra situación. Debemos orientarnos no solamente en la práctica sino también en la manera en que nos dirigimos al mundo, porque queremos difundir el psicoanálisis y para ello hay que darse también una política. Para todo esto el libro de Laurent es fundamental.
El libro está organizado en dos partes: la primera parte se llama “La Causa del autismo”; la segunda parte, “Crónica de un disfuncionamiento democrático”.
Voy a empezar al revés, voy a comentar un poco la segunda parte y luego vamos a ir a la primera. En la segunda parte, “Crónica de un disfuncionamiento democrático”, Laurent plantea que asistimos a una utilización perversa de los valores democráticos para exigir el fin del psicoanálisis, y en concreto, el fin del tratamiento psicoanalítico con los autistas. Laurent ha hecho una labor de artificiero: ha tomado la bomba destinada a destruir el psicoanálisis y la ha desarticulado en todas sus piezas mostrando a qué ha respondido esta operación. En Francia, en 2012 el autismo tomó la dimensión de causa nacional, y a partir de ahí la denominada Alta Autoridad para la Salud (HAS) intervino con un objetivo claro: una comisión de “expertos” debía valorar cuales eran los tratamientos más eficaces, valorarlos por medios estadísticos, y el psicoanálisis no puede entrar en el rango, en ese método. El fin era excluir el psicoanálisis. Y ello con la colaboración de ciertas asociaciones de padres -muy virulentas- y por los medios.
Laurent muestra cómo se ha ido gestando esta operación, cuáles son los mecanismos que se ponen en marcha y a qué responden, revelando cuales son los verdaderos fines de esta política. Porque se trata de una política decidida, ejecutada por un gobierno absolutamente democrático, amparado en los expertos y argumentando fines éticos, como ofrecer el mejor abordaje para los niños y para los padres, un tratamiento personalizado, etc. Es decir que haciendo uso del lenguaje de la ética y del respeto por los ciudadanos, invocando los derechos civiles y del derecho a la educación y a la sanidad, la operación era suficientemente encubierta para que no se pudiera valorar -salvo por los psicoanalistas y por los psiquiatras que reaccionaron inmediatamente- por la gente que se guía por los medios, incluidos los grandes periódicos. La gente quedaba completamente fascinada por las esperanzas, no podemos olvidar que hay una utilización de estos argumentos de manera artera, para ofrecer esperanzas en una solución, en una atención que nunca llegará. Este es el tema. Y Laurent lo dice con todas las letras. Es decir, son las maniobras arteras de las utopías que propugnan estas operaciones en las sociedades democráticas.
Tal vez conozcan el texto de Jean Claude Maleval ¡Escuchen a los autistas!, una respuesta inmediata por parte de los psicoanalistas. En el 2013 Laurent publica este libro La batalla del autismo, en el que ya anticipaba el movimiento del final del DSM. Porque ya se veían las dificultades que surgían ante el DSM-V, el que se estaba elaborando. En el 2014, lo que anticipaba Laurent en el 2012 es un hecho, es decir: fin del DSM. Pueden leer un artículo suyo titulado “La crisis post-DSM”, en La Causa freudiana nº 87. Es un mapa de ruta de cómo nos hemos de orientar.
Hace unos días, en la intervención de Laurent que tuvo lugar en las Jornadas en Madrid, hizo una síntesis de ese artículo. El final del DSM consuma la separación total entre los investigadores y los practicantes. Los investigadores quedan en sus departamentos en las universidades, pero los practicantes -que son los que tienen que estar cada día poniendo el cuerpo- ya no van a tener la supuesta orientación máxima del DSM. Y el acuerdo que se soñaba, que el DSM iba a encontrar una lengua común, y que los trastornos iban a ser diagnosticados de acuerdo al DSM… eso se ha terminado. Al punto, comenta Laurent, que los laboratorios farmacológicos han decidido poner fin a las investigaciones científicas porque consideran que la ciencia atraviesa un momento un poco azaroso.
Todas estas noticias que empiezan a surgir son buenas para nosotros, en el sentido de que se abre un hueco ahí donde aparecía el monolito DSM y su pretendida última palabra de la práctica psiquiátrica, porque habitualmente es en los centros de salud donde se decide finalmente adónde va un niño y dónde se le trata. El final del manual, el fracaso del DSM-V, significa que no hay esa referencia absoluta, y por lo tanto, que en ese campo el psicoanálisis puede hacer oír su voz y puede mostrar tranquilamente –y es el punto que nos compromete-, explicar y comentar qué es lo que hacen los psicoanalistas en el tratamiento del autismo.
Laurent lo caracteriza como la crisis post DSM y el psicoanálisis en la edad del número -la edad del número, la edad de la cifra, la que ha permitido que se confiara el destino de las personas a la estadística, a los números. La esperanza de la fiabilidad clínica se confiaba a la estadística, teniendo en cuenta que hoy en día es muy fácil hacer una estadística, y cualquiera hacer una demostración favorable a sus intereses. Es decir, ese argumento ha generado una hipnosis tal que, si se tienen los números, si se invocan las estadísticas, entonces se ha atrapado la cosa y se considera una prueba “científica”. Es importante analizar también qué ha motivado que se pueda llegar en este momento de la civilización a hablar de la edad del número. Es la edad del Uno, aunque no en el sentido analítico, sino en el sentido del uno que se masifica, uno que entra con los otros en una homogeneización. Los autistas tienen tales síntomas y entonces… el uno consiste en unificar todo un campo, hacerlo homogéneo y, por supuesto, hacer desaparecer las diferencias individuales.
La edad del número, del uno, de la cuantificación, no es la edad de oro en el sentido de Buñuel. “La edad de oro” es una película maravillosa de los años 30 donde se plasma la poesía del surrealismo, el respeto por las diferencias, la denuncia de los discursos autoritarios en el poder -como el de la iglesia, que a Buñuel le preocupaba mucho-, pero con una extraordinaria evocación de la diversidad de la cultura y sus referencias. En esa película podemos apreciar lo que significaba el movimiento surrealista como reviviscencia de movimientos culturales anteriores en una nueva manera de pensar incluso las relaciones entre los sexos, con la teoría del amor loco (l’amour fou de Breton) el cual no es una promesa de felicidad, sino una auténtica preocupación por lo que les pasaba realmente a las personas, una reflexión sobre la subjetividad. En ese sentido podemos darnos una idea de la diferencia entre los años 30 y lo que ocurre ahora, se intenta resolver la complejidad de la existencia con consignas, son manuales donde todo es homogéneo, reducido a respuestas simples que evitan cualquier reflexión, cualquier diferencia, son fórmulas machaconas para las relaciones, para la vida y por supuesto para la clínica.
Se ha ido imponiendo insidiosamente esa “neolengua burocrática”, la que ha permitido que las políticas de educación y de sanidad -apoyadas por el DSM- pudieran, con sus protocolos, intentar homogeneizar completamente el campo clínico y también el de la educación.
La neolengua de la gestión está completamente “normalizada” en la lengua común. A fin de analizar este tipo de formaciones vale la pena leer un libro titulado La lengua del Tercer Reich, escrito por un filólogo, lingüista y profesor llamado Víctor Kemplerer. Basado en un diario notas, en un registro de lo que él iba observando, la transformación de la lengua alemana por el lenguaje del Reich. Es algo impresionante. Empezó a escribir este diario en los años 30, y estas notas constituyen el material de alguien que está analizando el fenómeno en el momento mismo en que está ocurriendo. Nos proporciona una lección de análisis crítico, un modo en que deberíamos estar alertas a fin de leer correctamente la realidad.
“El lenguaje del Tercer Reich parece tener que sobrevivir en algunas expresiones características que se han introducido hasta tal punto que parecen haberse convertido en propiedad permanente de la lengua alemana. Cuántas veces, por ejemplo, he oído hablar desde mayo de 1945 en discursos radiofónicos, en apasionadas manifestaciones antifascistas, de las cualidades del carácter o de la esencia combativa de la democracia”.
Esas eran palabras de Hitler. Es decir, un encomio de la democracia. Si establecemos esta conexión es porque ilustra muy bien el uso perverso de los fines de la democracia cuando pasa a formar parte de una neolengua destinada al control de las masas, de la población.
“El efecto más potente no lo conseguían ni los discursos, ni los artículos, ni las octavillas, ni los carteles, ni las banderas. No lo conseguía nada que se captase mediante el pensamiento o el sentimiento conscientes. El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas, a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponían repitiéndolas millones de veces, y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente”.
Y entonces Klemperer expone una defensa del lenguaje:
“Pero el lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. Y si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas, las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo del tiempo se produce el efecto tóxico”.
Es impresionante cómo anticipa, en los años 30, un hecho que después no se va a poder observar con distancia porque este fenómeno va a estar completamente admitido. Podemos establecer una conexión entre el trabajo de Klemperer y el lenguaje de los psicólogos -la semana pasada se dio a conocer el compromiso de los psicólogos con las torturas de la CIA-, una muestra siniestra del lenguaje autoritario, cruel, de muchas prácticas de la psicología cognitivo conductual.
Sobre ciertas prácticas psi, recomiendo una película fantástica que se llama La cuestión humana, de Nicolas Klotz. Trata del trabajo de un psicólogo especialista en “recursos inhumanos” de una multinacional. Es el que dirige los entrenamientos de fines de semana, las distintas actividades de ocio, a fin de valorar la competitividad, la capacidad de liderazgo, todas esas cosas que se valoran en una multinacional. Sucede que, a este psicólogo, que está muy contento con su función, le encargan el cometido, una reducción de personal. Se trata de la eliminación de las personas a través de dejarlas fuera del trabajo. Una de las responsabilidades que le asignan es eliminar a uno de los jefes; cuando él se da cuenta de la trama en la que está comprometido, cuando advierte el uso que quieren hacer de él, entonces empieza a desvelarse la conexión entre esa multinacional y el nazismo. Es una película muy valiente y muy verdadera, con un planteamiento que no tan lejos de nosotros. Esa neolengua burocrática de la que habla Laurent se organizó precisamente después del nazismo. Ahí empezó la gestión de las masas a este nivel que ahora ya se denomina global.
El desenmascaramiento que hace Laurent de esta neolengua burocrática y de sus fines está conectado a lo que conlleva la operación dirigida al fin de la psiquiatría misma. Porque esta intervención ha ocurrido en Francia, donde había un 85% de psiquiatras que se decían de filiación psicodinámica. La operación de recomendaciones de buenas prácticas –¡vaya nombre! y los expertos contratados por el gobierno democrático -bajo la forma rimbombante de Alta Autoridad de la Salud-, se basa en métodos “científicos” para validar cuáles son los tratamientos científicamente respaldados, válidos para el abordaje del autismo. El cognitivismo –o como lo llama Laurent, el “omnicognitivismo”, -el sólo cognitivismo- significa en Francia una operación destinada a descabezar la psiquiatría, a eliminarla, pues la psiquiatría francesa es histórica y fundamentalmente psicodinámica. En Francia, son los psiquiatras de orientación psicodinámica los que se ha ido ocupando de la atención de los autistas y psicóticos, en el marco de lo que Laurent llama “un tratamiento relacional”, es decir, en comunidades, en aulas especiales, en grupos terapéuticos. Esta atención se inició en la época de entreguerras y tuvo un auge muy grande cuando surgieron las instituciones psicoanalíticas en el año 69 en adelante.
Pero la prepotencia de la HAS significaba que no solamente se ponía fin al tratamiento psiquiátrico, sino que se afirmaba el pasaje del autismo a la educación, partiendo de la premisa de que el autismo constituye un problema netamente cognitivo y por lo tanto, de educación.
Esta perspectiva reduccionista no toma en cuenta los problemas del sujeto con el mundo, es decir, los problemas de relación que son esencialmente los que tratamos desde el psicoanálisis. Porque nosotros consideramos que el autista tiene una dificultad mayor en la relación con el mundo. Como dice Donna Williams: existe mi mundo y existe el mundo. La construcción de su mundo le imposibilitaba entrar en el mundo, y la apuesta del psicoanálisis es invitarles a que abandonen un poco “su” mundo, su caparazón, su fuerte -en el sentido de que es una defensa extrema, máxima-, para compartir el mundo con nosotros. Esta es la posición que cualquier psiquiatra orientado psicodinámicamente podría respaldar, no solamente los psicoanalistas. Ante la negligencia del comité de expertos y su propuesta, inmediatamente se produjo una respuesta de los sindicatos de psiquiatras, de los psicoanalistas, de los psicólogos freudianos… Y a partir de entonces retocan un poco ese lenguaje tan determinante y autoritario e inauguran una vía más diplomática, pero el fin es el mismo: el asesinato del psicoanálisis.
Esta operación -como lo muestra muy bien Klemperer- sería muy difícil de conseguir sin un gran aparato de propaganda y su correspondiente control mediático. Y bien, ¿qué hicieron entonces? Una señora muy malintencionada hizo una película -cuya circulación se ha prohibido por una sentencia judicial-: El muro. Pretende ser un documental sobre el autismo y entrevistan a algunos colegas nuestros, entre ellos a Eric Laurent. Es espantosa, muchas de las personas entrevistadas son absolutamente desconocidas, además, han hecho una malversación de las entrevistas para demostrar que el psicoanálisis no se puede ocupar del autismo. Además, se sucedían en la prensa artículos supervirulentos anunciando el fin del psicoanálisis. Producto de lo que Laurent llama “el terrorismo intelectual”. Es decir, que se trataba de una operación muy pensada, muy calculada.
En cuanto a la situación que tenemos ahora, una vez consumado el final del DSM, dice Laurent que se abre un nuevo periodo de “travesía del desierto” para los psiquiatras. Una de las pretensiones de la medicina era que la psiquiatría dejase de ser independiente, y este fue otro motivo que causó también la rebelión de los psiquiatras, porque se pretendía que volvieran a estar bajo la égida de los neurólogos. El movimiento en el ámbito de la propia medicina era muy importante en lo relativo a la llamada salud mental. Entrar en una travesía del desierto significa que los psiquiatras tienen que decidir si optan por retomar unas bases teóricas firmes de su disciplina, que se habían abandonado por el DSM, destinado a homogeneizar criterios.
Es decir, el canto de sirenas del DSM, que convenció a todos los psiquiatras a nivel mundial, les hizo creer que se iba a convertir en una lengua común, sin equívocos. Con un consenso absoluto sobre lo que son los trastornos, porque entre tanto desaparecieron las entidades clínicas, las enfermedades mentales, el producto de cien años de psiquiatría clínica, y empezaron a reinar “los trastornos”, entidades débiles, pero que finalmente cualquiera puede diagnosticar. De ahí que la operación acarreaba también el fin de la psiquiatría. Por eso en muchos medios de comunicación asociaban directamente psiquiatría-psicoanálisis, acusando a la sociedad francesa de retraso respecto a los grandes avances que se habían hecho en la asunción total del DSM en Estados Unidos y en todo el mundo. Ciertas asociaciones decían: “los franceses estamos retrasados”, “en realidad lo más moderno, lo más científico, lo único que vale es lo que establece el DSM y el cognitivismo como tratamiento para todo”.
Esta reacción francesa, felizmente, abre un capítulo interesante para los practicantes, que están solos, sin los apoyos de la ciencia. Mientras los investigadores siguen con sus investigaciones raras, genéticas y demás, de las que van apareciendo cada día noticias sobre la causa del autismo. ¡Los millones de dólares que se gastaron hasta concluir que el autismo no está relacionado con las vacunas… era algo escandaloso! Hasta que decidieron, estadísticamente, que no se podía demostrar.
Lo que está por debajo es el enorme mercado que se organiza en torno a los presupuestos. Se valora que cada autista y su tratamiento personalizado, según las indicaciones que se seguirían si se toman los consejos de la HAS y los protocolos significan 60.000 dólares por cada niño, y cientos de miles para los profesionales. Son cifras extraordinarias, millones de euros que se están jugando, eso es lo que está debajo, el manejo de esos presupuestos y la privatización de la seguridad social -y en Francia, eso significa tocar al Estado francés. Y sí, lo tocan, porque no hay límite para los objetivos que se ha planteado esta gente. Es decir, si este sueño utópico sostenido por la lengua común del DSM y el único tratamiento conductista se llevaba a la práctica, hubiera tenido como consecuencia la desaparición de la psiquiatría relacional, del psicoanálisis bajo el imperio del cognitivismo y luego poco a poco, ¿qué iban a hacer con esos niños, que no pueden ser tratados de la manera en que pretenden? Bueno, poco a poco en manos de la sanidad privada, y el que no pueda, ¡qué le vamos a hacer! Es decir, el destino de la segregación. La promesa de felicidad y las expectativas que creaban en los padres, en realidad conlleva, el abandono.
Para el psicoanálisis los síntomas no son, de entrada, entidades a clasificar, los síntomas son síntomas para leer. Es el principio organizador del lazo social que nombramos transferencia.
El futuro del psicoanálisis depende de que los psicoanalistas salgamos a la ciudad, a lo que se llamaba plaza pública y, al hacerlo, tenemos que conversar. En nuestra conversación sobre los síntomas y la manera en que los concebimos, este es un argumento sencillo de explicar, no hace falta toda la doctrina lacaniana, simplemente “los síntomas se leen”. Y o bien se leen de una manera o se leen de otra. Nosotros leemos el síntoma del autista como un síntoma relacional, no como un déficit cognitivo. Y esto separa los campos. Esto no quiere decir que lo cognitivo no esté implicado en su problema relacional, pero no es la causa del autismo.
Entre los argumentos que plantea Laurent hay un aspecto muy interesante respecto a la crítica al cognitivismo y al método ABA que elabora una profesora de la universidad de Montreal, ella misma autista. Esta profesora señala que la idea que se tiene acerca de lo que hay que enseñarle al autista y el modo en que se hace quizás es la causa mayor de las crisis que los autistas sufren. Porque su relación con el saber, el saber que ellos encuentran, lo encuentran de una manera distinta de la norma, porque tienen muchas veces un acceso a un saber prodigioso. No sé si habéis leído Nacido en un día azul: Tammet calcula los números primos de manera asombrosa, él nunca fue diagnosticado de autista en la escuela, un día apareció con este inmenso saber y su libro es el testimonio de su particular acceso al razonamiento matemático.
Lo que esta profesora dice sobre esa manera de saber, es que se trata de un saber implícito que ellos tienen, y que se puede ver profundamente perjudicado por la imposición de ideas simples que funcionan como un insulto a la inteligencia del autista. Y a veces ejerciendo muchísima crueldad.
Un consejo importante de Laurent es que debemos mantenernos informados. Necesitamos un entrenamiento en esta manera de ejercer la crítica desde el discurso analítico. Y de este modo poder desmantelar y desarticular estas neolenguas burocráticas y del poder que se va organizando a través de ellas.
Otra cosa interesante que plantea Laurent es que la expansión de la noción de “trastorno” va aparejada con la medicalización de la vida cotidiana. Es preciso aclarar que a una persona que ha sufrido una pérdida importante no es necesario medicarla inmediatamente, que es un trauma que puede suceder en la vida. También se ha producido una expansión brutal del trastorno, cualquier dificultad puede ser considerada como tal, y la infancia misma se constituye en un síntoma. A a la vez, surge la necesidad de contención.
Forma parte de esta operación haber convertido el autismo en una pandemia. Es lo que Laurent llama la burbuja del autismo y la compara con la burbuja inmobiliaria. La cosa llega a tal dimensión que en un momento explota, es lo que está pasando ahora. Los propios agentes están viendo que la cosa se ha disparatado, porque si hay un crecimiento exponencial del autismo, tal y como se está produciendo, entonces tienen también que contemplar el coste y sobre todo la implicación de las aseguradoras, que están detrás. Es toda una maquinaria a la que a lo mejor no conviene tanto semejante epidemia. Entonces ahora se observa este movimiento entre una expansión increíble y una necesidad de contención. De hecho, una de las críticas que recibió el DSM y que fue tomada en cuenta, es que habían hecho desaparecer la categoría de Asperger, y fueron los propios Asperger los que dijeron que no, que querían conservar el nombre de su trastorno.
El pedido tanto de los psiquiatras en Francia como de los psicoanalistas no significa que se concluya en que esto no vale y lo que vale es lo nuestro. No, el pedido es que haya diversidad, muy importante ese matiz. Hay gente que elige para sus hijos un tratamiento cognitivo conductual, bien. Pero el asunto es que se pueda elegir otra cosa también, si es verdaderamente una sociedad democrática. Pero en este caso se trataba de que la Alta Autoridad para la Salud francesa determinaba cual tenía que ser el tratamiento -incluso saltándose el Consejo General de Educación- y como tiene que ser la enseñanza de estos niños. Se saltaban lo que son otras instancias o instituciones democráticas que por supuesto tienen algo que decir.
Por cierto, respecto a esta enfermedad en el ámbito educativo, J.C Milner la analiza en un texto maravilloso que se titula De la escuela. El conoció muy bien la antigua escuela francesa, y puede valorar muy precisamente lo que ha producido la transformación del discurso en el ámbito educativo a partir de la introducción de lo cognitivo y la pedagogía vinculada a sus principios. Los grandes tratados pedagógicos inhibieron el deseo del educador, que es precisamente quien puede cuidar, preservar la diversidad, la capacidad de invención de cada alumno. Nos encontramos con esta situación que causa la depresión de los maestros y profesores. En Francia existe ya una categoría, una patología, que se llama la “fobia del enseñante.” Hay un 40% de personas que después de una baja no quieren volver a las aulas.
Mediante esa neolengua burocrática y estandarizada, a través de las técnicas que, dicen, van a ofrecer un tratamiento personalizado, en realidad, se trata de obtener otra cosa. Laurent lo demuestra, se esgrime el argumento de la personalización para instaurar una estandarización total. Y todo eso va en detrimento del deseo de los propios educadores. Lo que nos encontramos son cosas así, la gente ya no piensa en su función, se inhibe de su deseo, y directamente “pone el automático” al precio de la depresión.
No es algo que esté afectando solamente al psicoanálisis o a la práctica psiquiátrica y psicoanalítica es un problema que afecta a los modos de existencia, a la subjetividad, a la manera de hablar y de decir, donde se pierde el gusto por la diferencia y por lo más esencial del ser humano que es tener opción de ser fuera de la norma.
Una de las críticas al DSM de las que analiza Laurent propone que habría que construir una alternativa, otro saber psiquiátrico, y con otro modelo de normalidad. Y Laurent responde que precisamente ese es el problema, que no existe la normalidad. Lo que existe es la mentalidad fallida. Todos tenemos una falla y ese es el respeto por la diversidad que tenemos que defender.
El discurso analítico supone una manera de estar en el mundo. El modo de tratar a las personas en educación, en sanidad, en cualquier lugar donde se desarrolle nuestra actividad, sobre todo con menores, revela de qué manera estamos e intevenimos en el mundo. Es lo que nos dice Kemperer:
“A menudo se cita la frase de Talleyrand según la cual el lenguaje sirve para ocultar los pensamientos del diplomático, o de una persona astuta y de dudosas intenciones. Sin embargo, la verdad es precisamente lo contrario. El lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada, entre otros o ante sí mismo, y aquello que lleva dentro inconscientemente. Ese es también sin duda el sentido de la frase “El estilo es el hombre”. Las afirmaciones de una persona pueden ser mentira, pero su esencia queda al descubierto por el estilo de su lenguaje. Tuve una experiencia extraña con este filológicamente verdadero lenguaje del Tercer Reich. Muy al principio, cuando aún no estaba sometido a la persecución, o como muchos sufría una muy moderada, quería saber lo menos posible de él. Harto del lenguaje de los escaparates, de los carteles, de los uniformes pardos, de las banderas, de los brazos estirados para el saludo hitleriano, de los bigotitos recortados al estilo Hitler, huía, me sumergía en mi profesión. Dictaba mi clase procurando por todos los medios no ver los bancos cada vez más vacíos delante de mí, y trabajaba con la máxima concentración en mi estudio sobre la literatura francesa del s. XVIII. ¿Para qué leer textos nazis? ¿Para amargarme la vida más de lo que me la amargaba la situación en general? Cuando algún libro nazi caía en mis manos por azar o por error, lo arrojaba después de leer el primer párrafo. Cuando la voz del Führer o de su ministro de propaganda berreaba en alguna calle, daba un amplio rodeo para evitar el altavoz, y cuando leía el periódico procuraba escrupulosamente pescar los hechos desnudos y puros, ya bastante desoladores en su desnudez, en el repugnante caldo de discursos, comentarios y artículos. Luego, cuando depuraron al funcionariado y fui desposeído de mi cátedra, traté de aislarme aún más en la actualidad. Los miembros de la Ilustración, los Voltaire, Montesquieu, Diderot, tan poco modernos y tan denostados por todos cuantos se creían algo, siempre habían sido mis favoritos. Podía dedicar pues todo mi tiempo, toda mi capacidad de trabajo a esa obra, ya bastante avanzada. En cuanto al siglo XVIII, el palacio japonés de Dresde me venia como anillo al dedo. Ni en toda biblioteca alemana y quizás ni siquiera en la propia biblioteca nacional de París podían suministrarme mejor material. Ante este estado de las cosas podíamos hacer como él y aislarnos. Pero luego, me golpeó la prohibición de utilizar la biblioteca, con lo cual me quitaban la posibilidad de trabajar en la obra de mi vida. A continuación vino la expulsión de mi casa y después de todo lo demás. Cada día algo diferente. Entonces el balancín se convirtió en mi instrumento imprescindible, y mi principal interés se centró en el lenguaje de la época. Observaba cada vez con mayor precisión como charlaban los trabajadores en la fábrica, y como hablaban las bestias de la Gestapo, y como nos expresábamos en nuestro jardín zoológico lleno de jaulas de judíos. No se notaban grandes diferencias, de hecho no había ninguna. Todos, partidarios y detractores, beneficiarios y víctimas, estaban indudablemente guiados por los mismos modelos.”
Creo que resume los motivos de nuestra alarma. Nuestra opción, ¿cuál es? ¿Defender la lengua del psicoanálisis? Sí, la lengua del psicoanálisis, pero fundamentalmente defender la lengua. No usar el término cognitivismo, por ejemplo, es nuestra manera de resistir a la lengua burocrática.
Una cosa quería señalar respecto a lo que hablábamos antes. La creación reciente -dice Laurent (p. 208)- del centro de excelencias del autismo de San Diego. Habla de un test que permite diagnosticar el autismo en cinco minutos, desde la edad de un año, lo que contribuiría sin duda al aumento de la epidemia. Ahora está al alcance de cualquiera hacer entrar a un sujeto en la categoría. Ese es el gran triunfo, que ya no hacen falta profesionales, ya la lengua misma se ocupa, las personas mismas operan la segregación.
Jesús Sebastián: La ultima iniciativa que estamos observando en los últimos meses, de una gran plataforma de familiares del estado español, es la producción de un modelo de atención temprana que prescinde de los centros de atención temprana y propone que a los niños les atiendan las familias en sus casas.) (Se refiere a una próxima Jornada).
Lo importante de conversar con los padres y participar en las asociaciones es realmente llevar a cabo este ejercicio crítico de la lengua burocrática. Por eso pienso que el libro de Laurent, sobre todo la segunda parte, se puede trabajar con los padres en las asociaciones. La experiencia francesa nos aporta todos los elementos. Es importante que aprendan a detectar esas acciones, porque bajo la promesa de una solución se dejan conducir a lo peor. Y es fundamental que los padres puedan participar activamente en el debate.
En Colombia, donde estuve con Bernard Seynhaeve en la segunda semana del autismo, en agosto, presentamos los dos documentales, (son nuestra mejor carta de presentación), la primera persona que pidió la palabra después de la proyección, fue la Presidenta de la Liga de Autismo de Colombia, dijo que ella en todos los años que lleva luchando para tener un mejor tratamiento, para conseguir ayudas, etc, nunca se había encontrado con el psicoanálisis. Nunca. Estaba enormemente agradecida de haber podido conocer esta opción y de hecho al otro día nos invitaron a la mesa nacional para la discusión de la ley sobre autismo, un diálogo con padres, terapeutas, políticos y demás. Nuestra presencia permitió incluir, por ejemplo, algo que no se estaba teniendo en cuenta, el sufrimiento del niño y de sus padres, y esto es enorme. Es el sentido que tiene que nosotros vayamos a estas reuniones y hagamos oír nuestra voz. Si no, la operación continúa, porque se juega también con la falta de reacción, siguen actuando y operando así porque hay una falta de reacción.
Este libro, La Batalla del autismo es un trabajo de un psicoanalista durante años para construir una respuesta teniendo en cuenta todos los factores en juego. Porque no se trata solamente de una defensa del psicoanálisis. La mayor detractora del método ABA es autista, y no defiende especialmente al psicoanálisis. Estos son los argumentos que necesitamos para la discusión. Porque si no, se transforma en un tú dices esto y yo digo lo otro. Y se trata de darle la palabra a los propios interesados, Michelle Dawson afirma algo muy importante: y no sólo a los padres, porque a veces los intereses de los padres y de los autistas no son los mismos. Es muy importante que tomen la palabra los propios autistas que, por cierto, se están animando también.
Por ejemplo, es asombroso que de todos estos protocolos y estudios sobre el autismo y guías de las buenas prácticas, ninguno estudia los testimonios de los autistas. Sólo el psicoanálisis. El psicoanálisis, precisamente, ha revelado una coherencia entre sus tesis y los testimonios de los autistas. Por algún motivo los grandes ideólogos del cognitivismo no estudian estos testimonios.
Estamos ante una transformación de la clínica muy importante, y es importante también hacer oír nuestras voces.
La primera parte del libro es el resultado de muchos años de trabajo en el autismo, y de un conocimiento muy profundo de la clínica psicoanalítica, la clínica lacaniana. Laurent, en este libro se dedica a hacer una nueva lectura de la clínica lacaniana del autismo teniendo en cuenta la ultimísima enseñanza de Lacan. Es lo máximo que se ha podido elaborar en la lectura de la clínica del autismo. Pero, a mi juicio, lo que permite esta lectura de la clínica del autismo con la última enseñanza de Lacan, es resolver cuestiones que nos hemos planteado en el propio campo freudiano, cuando nos costaba mucho a veces precisar, por ejemplo, la diferencia del autismo y la psicosis. En el texto es neta y clara esa diferencia.
El autismo está considerado una categoría aparte. Una problemática existencial particular. En el sentido de que los diagnósticos en psicoanálisis no son una clasificación de síntomas, como son en psicopatología, cuando, por ejemplo, se describe un cuadro clínico a partir de los síntomas. En el psicoanálisis las estructuras clínicas se elaboran a partir de la necesidad estructural de captar la lógica existencial de un sujeto. De ahí que la categoría clínica de autismo en psicoanálisis no tiene nada que ver con lo que se dice del autismo fuera. Es decir, el autismo revela una problemática existencial muy particular. Y se manifiesta en la relación con la palabra, en la relación al otro y con el cuerpo.
Para poder estudiar cual es exactamente la lógica de esa problemática, y sirviéndose de lo que Jacques-Alain Miller ha denominado UEL, la “ultimísima enseñanza de Lacan”, Laurent retoma varios conceptos, fundamentalmente el concepto de S1 y el de agujero.
En el autismo se constata la presencia de un S1, un significante que no hace cadena con otros para generar un sentido. No lo acompaña nunca a ese S1, un S2. Y esto es fundamental, comprender que nunca el S1 se acompaña de un S2, para evitar creer que con lo que uno hace –sea lo que sea- puede restaurar el campo del sentido, el S2.
La operación del S1 puede ser una palabra, una letra o un conjunto de letras, etc. Ahí tienen otro concepto fundamental, el concepto de letra, concebir el S1 como una escritura. En el concepto de letra de la última enseñanza de Lacan caben las letras, los números, las imágenes, la música, las notas musicales… De hecho, en la diversidad clínica de la que ya disponemos en la experiencia clínica del autismo, se observa que uno que coge como preferencia singular una canción, otro se interesa por los números, otro por palabras aisladas, otros… siempre es posible localizar un S1 sin pareja, sin sentido. Los S1 están fuera del sentido.
Tuvimos ocasión, al escuchar la exposición de Bernard Seynhaeve, en Colombia, de entender que la clínica del S1 se deriva de esta constatación. Si el autista está en el S1, fuera del diálogo, fuera del sentido, ¿cuál es la respuesta de quien está a su lado hacia ese S1?
Hablaba Bernard de aquello que se puede entender a partir de la investigación de Laurent, y que se ve muy bien: el S1, cuando se atrapa en la lengua, un significante, una canción, una letra; y luego ese S1 tal y como se vincula al cuerpo, como un acontecimiento de cuerpo. El cuerpo de alguna manera encarna el S1. Son dos momentos del S1, que no estaban distinguidos antes. El S1 en la lengua, captado por el sujeto, y el S1 como acontecimiento del cuerpo. Y es lo que permite una relectura del caso de los Lefort: “El lobo, lobo”: una cosa es el “lobo, lobo” como exclamación, en la lengua, otra cosa es cuando él mismo encarna al lobo. Es decir, cuando ese S1 constituye un acontecimiento de cuerpo. Esto significa tomar el autista como un ser hablante, como todos nosotros, seres hablantes.
El autista es un ser hablante, y su manera de estar en el mundo de las palabras, en el mundo donde se habla, es particular. Entonces no se le considera tanto como una patología sino como un modo de habitar la palabra, porque para todos nosotros hablar es un acontecimiento de cuerpo. Entonces la cuestión es porqué algunos elegimos el sentido y otros, los autistas, eligieron sólo el S1. Es lo que Lacan denomina “insondable decisión del ser”. Nosotros no sabemos porqué elegimos el sentido, podemos fabular, pero lo cierto es que ha sido insondable también. El autista se quedó sólo con el S1 y su repetición. Esta consideración, la de que el autista realizó esta elección y entonces es solo el S1 el que vale, hace que la clínica del autismo se oriente a partir ello. Qué se hace con el S1 como acontecimiento del cuerpo, es decir, de qué modo ofrecerse como destinatario. Porque el autista está sólo con el S1, y si nadie toma nota… El analista, o la persona orientada por el psicoanálisis, toma nota y en ese acto se ofrece como Otro del S1. Pero no para darle sentido, sino para sostener su repetición y ampliarla, lo que Laurent llama la clínica del circuito. Destinada a que pueda surgir una expansión del circuito mínimo que limita al sujeto a tener que repetir, cada vez, lo mismo. Esa repetición, más precisamente, esa reiteración de algo que no “avanza” ni “progresa”, pero gracias a que es tomado en tanto tal, como un rasgo del sujeto, puede dar lugar a organizar una cadena. Lo nuevo de esta clínica del circuito es que apuesta porque en esta cadena se puedan incluir todos los elementos que tenemos al alcance de la experiencia: el doble, si existe, los trozos de S1, los objetos del autista… todo aquello que despierta su interés, todo vale. Todo vale para apoyar nuestro lazo con el sujeto porque no hay otro sin objeto. Entonces, es preciso apoyarse en los objetos para que surja el Otro. Este Otro no es el Otro del sentido, es el Otro que no le pide más, que no le pide el sentido, es el Otro que apoya la reiteración.
Así accedemos a otro concepto fundamental para la clínica del autismo, que es la gran tesis del libro de Laurent: en el autista se verifica una forclusión del agujero. Me preguntaba qué diferencia existe entre esta forclusión del agujero y la forclusión generalizada de la que habla Lacan, la forclusión de la relación sexual, que es algo que no se puede escribir. Y el caso es que no hay ninguna diferencia, es el mismo agujero, lo que pasa es que el no autista tiene bordes de ese agujero; en cambio, el autista no dispone del borde, por eso forclusión, es decir, ese agujero no tiene forma, no hay una circunscripción del agujero. Y ello tiene enormes consecuencias sobre su cuerpo y sobre su relación al goce, a la satisfacción.
Hay que tratar el S1 y ofrecer la apertura a la cadena de reiteración, porque esa cadena de reiteración del S1 es lo que forma el borde del agujero. Si no se forma el borde, el sujeto lo padece de su ausencia en lo real. Este aspecto ha sido muy trabajado por Jean Claude Maleval, por ejemplo, en la relación del autista con su voz. Si entendemos que hablar es un acontecimiento del cuerpo, para el sujeto autista hablar comporta que le arranquen la voz, que el agujero sea todo él. Pierde la palabra, pero no recupera nada, como los otros seres hablantes, que en el hecho mismo de separarse de la voz y orientar su interés en la palabra recuperan una satisfacción, la satisfacción del parloteo. Para el autista, en cambio, se opera una extracción real, su cuerpo mismo se queda con el agujero de esa palabra que no llega a producirse.
Se percibe muy bien en un paciente que nunca habla mucho, pero en ocasiones llega a la sesión y se pone a dar vueltas, muy agitado, es impresionante cómo empieza a emitir como un gemido, con el deseo de comunicarme algo, de decir algo, y sin embargo se comprueba ese conflicto interior entre decirlo y tener que guardárselo… en ese momento decirlo es perder su ser, es caer en el agujero. Cuando se tranquiliza y lo consigue, suelta algo, a veces un murmullo, que apenas se oye. Es muy importante en esta clínica la dimensión de la voz, muy particular en el autismo. En ocasiones pueden hablar modificando su voz, con voz muy alta o muy baja, hay una variedad importante en la maniobra con la voz debido a esta dificultad de consentir a que la voz, como objeto, sea algo diferente de la palabra. Para él es un conjunto, y por ello si se va la voz con la palabra pierde el cuerpo, y queda el agujero del cuerpo como tal, al desnudo podemos decir. Por tal motivo hay que respetar este tiempo de la enunciación, respetar el silencio y el murmullo, para que cuando surja la palabra sea porque el sujeto así lo ha elegido, porque ha querido, y ha conseguido franquear esa lucha interior y, por fin, hablar, soltarse. Porque luego encuentra una satisfacción en ello, pero es muy trabajoso llegar ahí, a ese punto. La satisfacción en poder mirar a otro, salir al mundo y estar con el otro, y es lo que más cuesta al autista, estar con otro.
Un concepto fundamental para entender la clínica del autismo orientada por la última enseñanza de Lacan es el concepto de lengua, escrito todo junto, lalengua. Nosotros, que estamos en el campo del sentido, nos hemos olvidado, no tenemos ninguna idea, a menos de que hagamos la experiencia analítica, de cuál es la lección del autista hacia nosotros. El autista permanece “congelado” en ese momento inicial en donde todo lo que hay a su alrededor es la lengua en su infinitud y proliferación de equívocos. Al neurótico le encanta el equívoco, le encantan las formaciones del inconsciente, el chiste, la poesía. Al psicótico, menos. Como dice Laurent, el psicótico intenta hacer una lengua propia y entonces incorpora algunos equívocos en su lengua propia. Pero el autista está completamente caído en esta inmersión, en la proliferación infinita de los equívocos, y por eso ¿qué tratamiento hace de la lengua el autista? Estar inmerso en la lengua concebida como posibilidad infinita de equívocos, donde una cosa puede significar cualquier otra, donde no hay ningún sentido, ése es el estado inicial del ser hablante, algunas palabras pegan en el cuerpo, y de ese impacto de las palabras sobre el cuerpo nosotros de lo cual no tenemos ni idea, de ahí venimos. Representa una opacidad, como la insondable decisión del ser. ¿Quién puede llegar a decir cuáles fueron los significantes que le marcaron? …algunos lo pueden llegar a saber con el análisis, pero en realidad, acceder a ese momento inaugural es una construcción… El autista nos muestra que la lengua, el impacto del S1, del significante sin sentido sobre el cuerpo, y también lo que es el agujero del sentido, el agujero en la propia lengua. ¿Cómo se forma el borde del agujero? Con un sentido, algo que bordea lo que no sé. Imagínense que esto fuera todo, y solamente hubiera ruido en la lengua, sin sentido. Donna Williams lo dice claramente “yo era sorda al sentido”, no era sorda al sonido, al sonido no, los escuchaba todos. Por eso muchas veces el recurso para defenderse de ello es taparse los oídos. Como dice Laurent, no se debe a una sensibilidad especial, como dicen algunos. No, la susodicha hipersensibilidad es alucinatoria. Es una alucinación constante del ruido de la lengua. ¿Cuál es la defensa?: La eficacia del Uno. Poner un significante, y defenderse con eso. Con ese significante… es imposible imaginarlo, podemos llegar a tener una idea de su desesperación, de lo que significa estar en un mundo donde solo hay ruido, donde la oreja no se puede cerrar -es el único agujero del cuerpo que no se cierra-, y donde no hay el recurso al sentido. Un significante que funciona – no olvidemos que el autista es un ser de palabra- como el único recurso del que el sujeto dispone para instalarse en su defensa frente al ruido, al agujero del sentido, al ruido infernal de los equívocos de la lengua.
¿Qué hace el autista para tratar el traumatismo de la lengua? pregunta Laurent. Por un lado, intentan elaborar una solución mediante la producción de un saber sobre el lenguaje en su conjunto, es decir, un nuevo sistema de reglas sobre el lenguaje, un sistema que le funciona a él. Puede ser perfectamente, por ejemplo, los asperger -llamados autistas de alto rendimiento-, testimonian de un trabajo por organizar lo simbólico, el lenguaje, de una manera propia.
Segundo, mediante un sistema de reglas sobre el lazo social –se ve muy bien en Donna Williams, cuando recurre a la función del doble: cómo Carol, uno de los dobles, le daba el código de cómo debía actuar, y entonces ella “se colocaba en Carol” para poder comportarse correctamente. O también, consigue tratar el sistema del lenguaje …. pero el sujeto permanece exterior. Otro modo de tratar al traumatismo de la lengua, el agujero de la forclusión, afirma Laurent, es mediante la ausencia real, momentos de estupor en donde el sujeto se produce como un vaciamiento, es un momento donde está el sujeto, ahí, pero como puro vacío. Tenemos el sistema, por un lado –cuando sucede que elabora un sistema-, o el sujeto, pero sin el sistema, separado. Es la condena de la modalidad de la defensa.
Para establecer una relación del cuerpo con el lenguaje…, porque esa es otra dificultad esencial, la ausencia de cuerpo, no hay vivencia corporal como tal. Por eso muchas dificultades del aprendizaje, por ejemplo, de la higiene, se vinculan con ello, no hay una vivencia de cuerpo. Ello explica también la bulimia desatada, o la anorexia. El cuerpo puede ser como un tubo, esto se veía muy bien en una paciente que mostraba esta dificultad. La madre le estuvo dando el pecho hasta muy avanzados los dos años y medio, y le dejó de dar el pecho en el momento en que se quedó embarazada de otro hijo. El corte no se produjo. Porque, desde que era un bebé no había fin del momento del amamantamiento, era la madre la que retiraba el pecho, la nena era como un tubo, se podía llenar de leche hasta rebozar, pero no paraba, no giraba la cabeza como hace el bebé cuando se retira del pecho, continuaba hasta que rebasaba la boca, y la leche caía, pero no había ninguna subjetivación del cuerpo, de una satisfacción cumplida. En la primera sesión tomó de una caja con juguetes una tacita, y esa tacita se convirtió en el S1, empezó a paladearla, a paladear el vacío de la tacita. Y a partir de entonces empezaron a pasar cosas. Ella colocó el vacío ya no en su cuerpo, sino en otro lado, en un objeto puesto por el otro como destinatario del sujeto.
Laurent explica que, al no haber cuerpo, se presentan modalidades de acoplamiento del sujeto con un objeto particularizado que forma lo que se llama el caparazón. Como no hay formación del cuerpo, la subjetivación del cuerpo como cuerpo marcado por la palabra se experimenta como fragmentación, por ese motivo, para limitarla, hace falta un objeto que forma parte de su cuerpo y al que el sujeto se pega. Los cognitivistas se empeñan en que el sujeto abandone precisamente ese objeto, su S1, que él ha elegido para tratar el equívoco de la lengua y su cuerpo completamente agujereado, ellos se empeñan en que lo dejen, considerando que se trata de una relación patológica con el objeto. Pero se trata de una relación erotizada, dice Laurent. Y el sujeto tiene una relación compleja con ese objeto: se pega a él, lo rechaza, le pasan cosas distintas con ese objeto, pero forma parte de su cuerpo, es un órgano suplementario. Ustedes saben que el órgano libidinal con el cual nos relacionamos a partir del lenguaje es el objeto a, el cual cumple una función: se trata de objetos que están en relación con nuestro cuerpo, pero de los que nos separamos para sostener una relación con el lenguaje. Nuestra relación con el lenguaje es posible porque perdemos esos objetos pulsionales, pero no los perdemos para siempre, funcionan como perdidos, excluidos en nuestra topología de la subjetividad. Para entender como funciona el cuerpo del ser hablante, Lacan inventó este objeto, designando una función, no podemos hablar sino en pérdida de unos objetos con los que tenemos relación libidinal.
Es esto precisamente lo que no funciona en el autista, y por ello se ve afectada su relación con el lenguaje. Entonces, el lenguaje no estructura su cuerpo, tampoco el objeto a funciona como tal, como perdido. Con lo cual, está comprometida la relación con el lenguaje y la palabra, y la relación con el cuerpo. Entonces, a fin de tener algo que le tranquilice, porque -como dice Laurent- hay una hiperactividad fundamental del sujeto autista –se constata en las crisis de llanto, las crisis de agitación…-, hay un exceso en su cuerpo. Ese exceso, ¿cómo lo trata? Con un órgano suplementario, con el objeto. Y por eso es tan importante -Bruno de Halleux lo señalaba en su texto- que la clínica del autismo es la clínica del objeto. Hacen falta objetos para entrar en esta comunicación, en este intercambio con el sujeto autista. Porque claro, si los objetos a, la mirada, la voz, el objeto oral y el objeto excrementicio, los objetos pulsionales que debemos perder para que se organice el cuerpo como tal y la relación al mundo, se ve comprometido, a falta de la pérdida de esos objetos, el intercambio con el mundo. El primer lugar, a través de la boca, donde se inicia el intercambio, luego, a través de las heces, por supuesto con la mirada y con la voz. Si en el autista no funcionan los objetos pulsionales, es decir, no funciona el cuerpo agujereado, lo que se presenta es una burbuja, un cuerpo sin agujero. Por eso tampoco hay vivencia del cuerpo. Se aferran a un objeto, con el que se tranquilizan, se pacifican, en una especie de homeostasis, pero no hay, como tal, un funcionamiento pulsional, porque el funcionamiento pulsional implica el mundo y los otros. Por supuesto, es el lenguaje el que establece los bordes de los agujeros del cuerpo, y a través de esos bordes se rodean los agujeros con significantes, y son entonces los conductos de ida y vuelta hacia el Otro, que se organizan como circuitos pulsionales.
Pero en el autista no solo pasa esto, que no hay un cuerpo agujereado como tal, sino que tampoco se organiza como tal estadio del espejo. Porque es el estadio del espejo, la imagen especular, la que nos da una idea del tener un cuerpo. Tal vez el psicoanálisis –dice Lacan- nos introduzca a considerar el mundo tal cual es, imaginario. Esto solo puede hacerse reduciendo la función llamada de representación poniéndola donde está, a saber, en el cuerpo. Porque hay cuerpo y hay representación del cuerpo, hay representación del mundo. Nuestra representación del mundo es visual, y la consistencia de nuestro cuerpo nos la da nuestra imagen del cuerpo, a pesar de que, en nuestra experiencia cotidiana, el cuerpo hace aguas por todas partes. Pero la consistencia mental de lo imaginario es tal porque que nos aporta nuestra certeza yoica, narcisista. Y en otro momento Lacan dice: “El hombre está capturado por la imagen de su cuerpo. Este punto explica muchas cosas y, en primer término, el privilegio que tiene dicha imagen para él. Su mundo, si es que esta palabra tuviese algún sentido, dice Lacan, su Umwelt, lo que lo rodea, él lo corpo-reifica, lo hace cosa a imagen de su cuerpo”. (“Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”)
Es muy importante tomar en consideración la contribución enorme que ha hecho Lacan en relación a la constitución del imaginario humano a partir de la imagen del espejo. Y tener en cuenta esta referencia para la clínica del autismo, porque ahí donde no funciona el estadio del espejo, va a funcionar el doble. En lugar de la imagen mental, el doble real. Así tendrán lugar, en la relación a la palabra, la organización de sus propios sistemas y sus propios códigos. En lugar de la relación al mundo a través de las pulsiones, tenemos un cuerpo adosado, pegado a un objeto suplementario, a un órgano suplementario. Y en lugar de la imagen especular, el doble. Son distintos aspectos de la clínica del autismo.
Me interesaba particularmente este punto, porque Laurent dice que, en lugar de la imagen en el espejo, se forma una neobarrera corporal. Hay una película que –el título es espantoso pero la película es hermosa- se titula “El tonto de Simon”, donde se trata de un niño autista al que le han fabricado una especie de capsula espacial pequeñita. Cuando le resulta insoportable estar en la familia, va y se mete en la cápsula. Y desde allí habla con su hermano solamente. Su hermano lo llama diciéndole: “Base Tierra comunicando con la nave tal…”, y él responde al hermano “Aquí respondiendo la nave tal…” siempre cambiando la tonalidad de la voz. Él se mete en la cápsula, que forma parte de su cuerpo y es su defensa.
La cuestión será entonces cómo, gracias a la cadena, al circuito que se va formando con todos los objetos y demás apoyos, se va facilitando la reiteración del S1 del autista, y se va construyendo lo que Laurent llama un neoborde del cuerpo. Y de qué manera invitamos a que se pueda abrir ese neoborde y de este modo, se pueda resignar un poco la extrema defensa del autista.
En relación a la ausencia de la constitución de la imagen especular, me ha interesado mucho la conexión entre la formación de la imagen especular y la pulsión, la pulsión escópica. Laurent dice que el espacio autístico, lo que el sujeto genera como un espacio propio, no tiene nada que ver con el espacio que ordena el lenguaje. Para ejemplificar este hecho, que no se trata del espacio en las coordenadas que manejamos habitualmente en la estructuración del mundo gracias a la corpo-reificación del estadio del espejo, para que nos demos una idea, dice, por ejemplo: el niño está aquí, ve un avión en el cielo y se tapa los oídos porque la imagen se le presenta próxima; la imagen y el ruido del avión se funden, aunque no pueda oírse. Esto nos da una idea de lo que es el espacio autístico. Es un espacio donde no funciona la estructura del espacio geometral, como le llama Lacan, donde se organiza nuestra visión del mundo, como una perspectiva hacia el mundo. Ese espacio geometral que se ha podido organizar para que tengamos el beneficio de una imagen corporal y del mundo como algo que nos rodea, un espacio que nos complementa y que vemos. El idealismo, en filosofía, se basa en esto, en un sujeto que ve el mundo, que se lo representa. El sujeto con el objeto de su conocimiento. Lacan, que era un genio, mostró que para que esto se pueda estructurar así, es decir, nuestro punto de vista –yo, sujeto, miro el mundo-, para que esto se pueda organizar hace falta un agujero. La relación del sujeto con el mundo está organizada por un agujero que no vemos, que ignoramos, pero que funciona. Es un agujero invisible, pero estructura la visión. Nos damos cuenta de la estructura del agujero cuando está ocupado por otra cosa. Cuando esa relación entre nosotros, nuestro cuerpo, y el mundo se ve perturbada por la angustia. Ahí no hay visión del mundo que valga ni imagen del cuerpo que valga, hay una irrupción masiva de la necesidad de que algo real que se ha metido allí, desaparezca. Es el momento de la angustia. Algo vino a ocupar ese agujero necesario para que la relación placentera con el mundo y con nuestro propio cuerpo más o menos funcione. El campo de la visión, como dice Lacan, está saturado por la imagen. Entonces ese agujero está ocupado por la potencia, la consistencia que tiene la imagen, nuestra imagen especular y nuestra imagen del mundo. Pero el autista nos enseña mucho sobre ese agujero, sobre esa estructura. Que el campo de la visión requiere una estructura lógica, no se reduce a la percepción. Es decir, que nuestros ojos no se abren al mundo y “¡ah, que bien, lo percibo!” hace falta una estructura lógica para que sea posible lo que llamamos percepción, y es la organización de la visión. Lacan conceptualizó a través de la diferencia entre la mirada y la visión.
Para que pueda haber visión, la mirada tiene que estar fuera del campo visible, ante la mirada del Otro debe colocarse un velo. Una de las grandes conquistas del ser hablante es ocultarse de la mirada del otro, como se ve en los niños, el placer enorme de ocultarse, del escondite. Y se entiende la angustia que puede suscitar, por ejemplo, en los adolescentes actuales –Guy Briole hablo de esto en un texto muy bonito: el exceso de mirada en el control parental (se droga, no se droga, bebe, no bebe…). La mirada, cuando está demasiado presente en el campo visual, lo perturba y eso produce angustia, desaparece esa supuesta relación armoniosa de nuestro punto de vista y el mundo. Y el autista tiene esa relación masiva con la mirada del Otro, también. No se ha podido organizar el campo de la visión y queda comprometido lo que organiza la imagen especular y el mundo que lo rodea y que funciona como su complemento en la representación, el campo geometral de la visión no se ha podido organizar porque no se ha podido eludir la mirada. Y por eso muchas veces la defensa se condensa en no mirar, poner los ojos hacia arriba o hacia cualquier parte, porque no se ha establecido la humanización de la mirada que permite el intercambio de la mirada. Cuando un autista empieza sus sesiones, muchas veces se produce un momento muy bonito de la cura, cuando surge ese intercambio de miradas entre el practicante y el sujeto. Como pasó con la niña que tímidamente escogió una tacita entre los juguetes que puse a su disposición, nuestro encuentro se enmarcó en el silencio y mi ausencia de demanda. La segunda vez cogió la tacita mirándome a mí, le sonreí, y así se inició ahí nuestro peculiar diálogo.
Y este es el punto que me ha interesado mucho y sobre el que quiero investigar y les cuento hasta donde he llegado. La constitución de lo imaginario. Antes pensábamos que lo imaginario se constituye por lo simbólico, que la imagen es una consecuencia del significante, entonces, si funcionaba el ideal del yo en lo simbólico podía haber una imagen del yo. Me parece que en la clínica borromea, cuando los tres registros se conciben como independientes, y cada uno tiene su consistencia propia, hay que pensar la incidencia de lo imaginario de una manera distinta. Y este es un problema clínico a tener muy en cuenta no sólo en el autismo, también en la psicosis, también y muy especialmente en la neurosis, donde la adherencia a lo imaginario es muy particular.