Presentación: La otra práctica clínica. Psicoanálisis e institución terapéutica de Alfredo Zenoni.

Editorial Grama, 2022. La presentación online de este libro tuvo lugar el pasado sábado, 4 de junio, y pude participar junto a Daniel Millas, Osvaldo Delgado y Marcela Errecondo.

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Agradezco a Marcela Errecondo brindarme la oportunidad de celebrar la existencia de este libro, junto a mis apreciados colegas Osvaldo Delgado y Daniel Millás y la ocasión de felicitar personalmente a su autor por haber confeccionado una auténtica guía para practicantes despistados o perplejos.

El concepto de institución invisible fue y sigue siendo esencial para mí en el diseño de estrategias en aquellos casos en los que hace falta la diversificación de referentes e interlocutores a fin de evitar los riesgos de la exclusividad de una transferencia “tipo Flechsig.”

En su momento, este concepto me inspiró la noción de “transferencia reticular.”

El libro de Zenoni aporta una nueva “razón práctica”, en el sentido en que habla Lacan, de la razón a partir de Freud, elaborada en el marco de la práctica institucional; cumple así con el designio freudiano según el cual el descubrimiento del inconsciente haría tambalear los principios kantianos, en primer lugar, sucumbieron los pilares de la representación. Zenoni demuestra que el tratamiento del “factor pulsional” en el marco institucional requiere de una topología singular que construye paso a paso en su libro a partir de una multiplicidad de experiencias, y desde una clínica que toma en cuenta la “abigarrada variedad” de lo humano, según la expresión de Freud. Encontramos su fundamento epistémico y ético sobre todo en la cuarta parte del libro titulada Locura y responsabilidad.

La discriminación de un exterior y un interior, por ejemplo, relativa a los centros de menores, se demuestra insuficiente, llega a conformar un dominio donde se entrecruzan la dimensión de la legalidad y de la terapéutica dando lugar a un híbrido de justicia y terapia, como es la terapia obligatoria, la “internación terapéutica.” Zenoni aborda una a una las paradojas de la ética que suscitan estos tratamientos psi, advirtiendo del “perjuicio que supone vaciar el acto del menor de su dimensión subjetiva.”

A fin de salvaguardar la pertenencia del sujeto a la comunidad humana, es necesario contemplar, una “zona central” de la persona, regida por un querer cuyo carácter acéfalo no impide ser considerado como la “causa de toda actividad humana”, el Ello, al cual es “imposible, decía Freud, atribuirle un propósito como el de mantenerse vivo.”

El pasaje a lo simbólico tiene consecuencias: el simple hecho de comparecer ante el ministerio público para escuchar un juicio sobre su acto (lo que se llama amonestación pública) ha tenido efectos beneficiosos. Sobre 423 menores culpables sólo 28 reincidieron en un nuevo acto de delincuencia.” (p. 282).

La zona central

Dicha zona central, real, que palpita en cada uno de nosotros puede manifestarse en el acto violento, de donde la importancia de tomar en cuenta, en la topología institucional, otra zona, central también, resguardada por las fronteras del no saber – en palabras de Virginio Baio saber no-saber– a fin de colaborar en la construcción y el hallazgo de vías, de “medios menos nocivos”, que harán posibles “otras localizaciones del goce, más anudados al semblante” en palabras de Zenoni.

Zenoni nos enseña hasta qué punto el pasaje al acto, siendo transestructural, puede constituir un registro clínicoesencial en el campo de las psicosis, supone “tratar la clínica bajo el ángulo de lo que el ser humano hace y no de su conocimiento.” (p.296) Requiere tomar en consideración “la inscripción [del pasaje al acto] en un contexto simbólico, social, institucional, cultural, económico, etc.” desde la perspectiva de la causalidad. Así, la locura no se interpreta como la intrusión de un elemento extraño en el comportamiento, sino que permite situar sus componentes específicos, que se imponen más allá de las necesidades admitidas: “el sacrificio, la renuncia, la autodestrucción, todas las formas del exceso, de las transgresiones, y también las modalidades del franqueamiento de los límites.” (p.297)

La toma en consideración del contexto en donde se inscribe el acto permite valorarlo en su singularidad: como cuando es uno el que no levanta la mano en la multitud nazi, o el niño español que se negó a saludar al rey.  También el acto de desnudarse puede tomar un valor u otro según se lleve a cabo en una playa nudista o en una escena pública.

En el acto, nos explica Zenoni, desaparece el sujeto, la reflexión, la incertidumbre, la insatisfacción -figuras de la falta en ser– y se pone de relieve el esfuerzo de liberarse de un núcleo opaco y ajeno a sí mismo (el kakon) que surge en oposición interna, un “punto de sí mismo” que escapa a toda subjetivación y nominación, más allá de la relación al semejante.

Una zona sin explicación que no percibimos salvo en la angustia y que se puede nombrar como “el punto de locura de cada uno” en la medida en que se presenta como una voluntad más allá del principio del placer, independiente de toda razón.  De ahí que haya una diferencia sustancial entre su emergencia en un orden simbólico a cuando surge en lo real, como destrucción o mutilación. Una diferencia se impone entonces entre pasaje al acto y acting out, porque este último permanece en el régimen del semblante.

En el capítulo dedicado a la auto-extracción del objeto Zenoni profundiza en los intentos de separación de dicho kakon oscuro a través de una serie de pasajes al acto que conciernen al propio cuerpo, también los atentados al cuerpo del hijo tomado como objeto en el caso de la madre. En todos ellos se advierte la importancia de ofrecer una atención y un acompañamiento que favorezcan la conexión con la escena del Otro, a fin de cernir una posición subjetiva y restituir la dimensión de responsabilidad.  De donde la importancia de calibrar el registro donde se sitúa la separación, no para interpretarlo sino para desviar, desplazar, posponer…. Alternativas que se demuestran más eficaces que darle sentido y hacen posible “elevarlo a la dignidad del semblante”. (p.316)

Un deber de humanidad

El pasaje al acto nos concierne, una aseveración que Zenoni ubica en “el corazón de los desafíos de la institución.” Y ello en la medida en que se trata de ofrecer Otro tratamiento de lo real que aquél que el sujeto ha intentado hasta el momento. Si bien algunas veces dicho tratamiento no ha ocasionado la ruptura total del lazo al Otro como en el caso de las adicciones, aun así, se trata de encontrar otra manera, menos devastadora, menos nociva, más compatible con el lazo social. En resumen: un tratamiento del tratamiento. (p.321) Tomar en cuenta el contexto existencial y el institucional tiene como propósito construir una figura alternativa del Otro, buscando crear Otro contexto, incluso otro estatuto del cuerpo a través de una operación que consiga poner a distancia, o crear una localización exterior, en otro lugar según la topología que hace posible esta concepción de la institución.

Se puede ensayar entonces una investidura de prácticas de producción, de fabricación, de escritura, de estudio en donde puedan surgir pequeños hallazgos, invenciones. La apuesta de Zenoni no es grandilocuente, no formula una promesa de éxito, es la invitación a poner a prueba una hipótesis.

Un capítulo sustancial en el día a día institucional es el referido a “la separación de sí y la autonomía.” Zenoni desmonta la ambición de los protocolos destinados a la conquista de competencias o la evolución personal gracias a la “autonomía funcional” que, según su aguda apreciación, tienen por referencia una visión aséptica de la vida, sin ningún espesor existencial y, por lo tanto, exenta de virtualidad clínica.

La vida del ser hablante transita entre la dependencia y la autonomía, siendo la locura el precio de la libertad absoluta; en el polo opuesto, la autosuficiencia del cuerpo puede volverse insoportable.

Una afirmación de Zenoni toma valor de axioma: “nuestra acción está determinada por una realidad que él [el parlêtre]no inviste.” P.341) A través de la exteriorización del objeto, o gracias al apoyo de un alter ego y desde una perspectiva no pedagógica se intenta “inyectar el gusto por el semblante”, lo cual puede tener importantes consecuencias en la vestimenta, en el modo de ocupar la habitación, en los modos de estar en familia, gracias a la inserción de micro-dispositivos que consiguen poner a distancia los puntos de tensión máxima; en fin, el diseño de lugares de la vida diaria más flexibles y por lo tanto más proclives a la inclusión del sujeto.

La reflexión sobre la “supervisión” como reunión clínica es nodal para la articulación de la clínica y lo epistémico, al proponerse como “lugar de enseñanza” se perfila como la ocasión de que cada uno de los de los practicantes pueda percibir su propio punto opaco desde el llamado a la responsabilidad en sus actuaciones.

Gracias Alfredo Zenoni, por este excelente libro, auténtico acicate para la investigación clínica y que seguramente provocará el contagio del deseo de hacer institución en aquellos practicantes decididos a luchar por el lugar que merece el psicoanálisis en nuestro mundo.

Me gustaría formularle dos preguntas:

  1. En primer lugar ¿Qué respuesta dar al nuevo «determinismo del modelo bio-psico-social» (P. 302) que se está instalando, con el argumento de la “visibilización” del enfermo mental y la “desaparición del estigma”? En España este modelo responde a la sigla PAS (poder, amenaza, significado) y moviliza los activistas.
  2. La segunda: ¿el cuerpo real puede considerarse “investido” cuando no se aloja en el semblante? esta interrogación surge a partir de la afirmación:  «el cuerpo real absorbe toda la investidura»(p.340)